Torrejón, un modelo mortal Pilar Velasco
Corría 2024 cuando algunos medios de comunicación se hacían eco de unas pintadas que rezaban, en algún que otro contenedor de Tenerife, la consigna Tourist go home. Una empresaria del sector, alarmada, advertía que una pareja de alemanes estaba planteándose no volver y reprochaba a los vecinos que se rechazara “a los visitantes que nos dan de comer”. Tal vez, quienes hicieron la pintada debieron ser más considerados y escribirla también en alemán. Así podrían haberles dado el gusto de ofenderlos en su propio idioma.
Vuelve el verano, el paraíso de las vacaciones en familia para unos, el infierno de las jornadas laborales interminables y la masificación para otros. La narrativa oficial en la cultura, la publicidad y los informativos siempre se ha construido desde la perspectiva del turista. El derecho al disfrute en familia como símbolo de estatus y certificado de pertenencia a la tan ansiada clase media. Comenzó con la estampa de la familia madrileña comiéndose una paella en Benidorm para, con el paso de los años, abrirse al mercado europeo. Después le siguió el ladrillazo y, tras la pandemia del COVID, nos encontramos con la pandemia de los Airbnb. Nos emborrachamos de presunto progreso y cuando quisimos darnos cuenta nos habían quitado las playas, los barrios y las casas.
Vamos a André Gunder Frank. Paradojas de la vida, este otro alemán usó el concepto “desarrollo del subdesarrollo” para enmarcar su teoría de la dependencia. Desde la perspectiva del sociólogo, en el capitalismo avanzado el desarrollo es inseparable del subdesarrollo. Las dinámicas extractivistas acaban generando estructuras de desposesión que promueven la desigualdad y la dependencia. Esto se veía en los países golpeados por la colonización, pero sus ecos resuenan hoy en la España turística. Hay un punto donde el crecimiento no redunda en la población, sino que la desposee, la hace más pobre y la humilla.
Durante décadas el turismo quedó excluido de una politización en clave democrática. Simplemente, era incuestionable. Se instaló el consenso de que el turismo era una fuente de desarrollo económico y bienestar social. En lugares como Canarias (donde hay turismo todo el año) fue incluso parte constitutiva del contrato social, de la promesa aspiracional de un futuro de bienestar para las islas. “Nos dan de comer”, decía la empresaria que mentábamos antes. Una relación de arriba hacia abajo. Ellos nos dan, nosotros callamos agradecidos. Porque la soberanía y la democracia se suspendían en primera línea de costa. Una relación vertical de dependencia y, si me lo permiten, una cierta forma de colonialidad.
Sin embargo, eso se rompió. El consenso del desarrollo ilimitado vinculado al turismo caducó en el momento que se desbordaron todas las barreras que lo contenían (económicas, sociales, geográficas, urbanísticas…), alcanzando un punto donde cada nuevo turista producía un daño mayor que la riqueza que generaba. Los récords de turistas venían acompañados de récords en desigualdad, en los precios de la vivienda y de atentados medioambientales. Desarrollo del subdesarrollo. Si con la locomotora turística a pleno rendimiento el presente es tortuoso, ¿por qué deberíamos confiar en que llegará un futuro mejor? La promesa se había roto.
Construir una narrativa desde las periferias del sistema turístico (...) es construir una narrativa desde la plurinacionalidad y desde abajo
Y aquí entran en escena las protestas. Claro que muchas y muchos hemos sido turistas en algún momento, pero no se trata de eso. Quien articula resistencias sobre el territorio no lo hace porque tenga un problema con el turista como individuo en particular, sino como sujeto beneficiario de un modelo desigual en general. Es la manera de expresar, de manera directa, inmediata y clara, que el actual modelo turístico es insostenible e incompatible con la vida de quien habita el territorio. De denunciar que las oligarquías no dudan en destruir cualquier vínculo si con ello logran un espacio para la mercantilización y el lucro económico. Frente a mensajes como el Tourist go home podemos sentirnos interpelados como potenciales turistas cuestionados en su ilusoria (y fugaz) parcela de poder o como ciudadanos susceptibles de sufrir las consecuencias, preocupados por la situación de nuestro pueblo y el rumbo de nuestro país. Aquí está el terreno central de la disputa política e ideológica.
Porque el primer paso para promover un cambio es enunciar políticamente un problema. En nuestro país esto ocurrió el 20 de abril de 2024, cuando Canarias, mediante movilizaciones masivas, protagonizó un terremoto social que estimuló a Baleares y a las zonas turísticas de la península. Las élites de la M-30 intentaron explicarlo como una movilización por la vivienda, pero no se trataba (tan solo) de eso, sino de una crítica integral a un modelo turístico que es desigual, que desposee a los ciudadanos de su tierra (su identidad, su espacio público, su barrio, su patrimonio natural…) y que expulsa a los vecinos (ahora sí) de sus viviendas.
Construir una narrativa desde las periferias del sistema turístico, esto es, desde las poblaciones subordinadas al circuito del chiringuito, las hamacas en la playa, los balconings, los hoteles ilegales, la coca para aguantar en cocina durante la temporada alta, las tiendas del barrio de toda la vida donde ahora te atienden en inglés o las cajetillas de Airbnb que sustituyen a la vecina del tercero, es construir una narrativa desde la plurinacionalidad y desde abajo. Desde esa parte del país que capturó rentas durante más de medio siglo sólo para que se las embolsaran las oligarquías sin que se dignaran, si quiera, a dejar una propina.
Tal vez de esta manera podemos dibujar un horizonte alternativo. Un nuevo modelo de desarrollo económico y social en el que al turismo se le ponga límites allá donde empiezan el bienestar, la libertad y la dignidad del pueblo.
Tal vez, y sólo tal vez, en esas condiciones podamos volver a darle la bienvenida a los turistas. Eso sí, en español.
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David Comas Rodríguez es analista político y Secretario de Comunicación y Discurso de Movimiento Sumar
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