POLÍTICA
Antes, durante y después del 23J: la calle se organiza para convertirse en el "antídoto contra el fascismo"
Entre la selva de propaganda electoral que envuelve las calles de todo el país, se cuelan algunos carteles intrusos. Acércate a la asamblea popular de tu barrio, sugiere esa otra cartelería, quizá más pequeña, más invisible y más modesta. La invitación no desaparecerá tras este domingo, los rótulos se irán marchitando pero serán sustituidos por otros nuevos. Todos los días del año, los colectivos de barrio, las organizaciones feministas, las agrupaciones vecinales y los sindicatos de vivienda trabajan por construir un tejido social robusto, capaz de hacer política desde las bases y más allá de los estrechos márgenes de las instituciones. Observan con inquietud el devenir que saldrá de la cita con las urnas este 23J, pero mantienen la certeza de que su tarea no empieza ni termina en domingo electoral.
A principios de mes, la plataforma ultra Desokupa desplegaba una lona gigante en el centro de Madrid. "Tú a Marruecos, Desokupa a la Moncloa", rezaba el cartel, ilustrado por una imagen de Pedro Sánchez. La lona amaneció días después cubierta por otra, impoluta, confeccionada por las manos de quienes componen el movimiento por la vivienda. El mensaje fue claro: "Ni alquileres, ni hipotecas, ni deudas. Vivienda gratuita, universal, de calidad y bajo control obrero". El mismo lema fue reproducido el pasado viernes en distintos rincones del distrito madrileño de Moratalaz.
En los últimos días se han ido sucediendo acciones directas que emergen desde distintos frentes. El colectivo Futuro Vegetal se coló en la pista de aterrizaje del aeropuerto de Madrid-Barajas este mismo viernes, ha irrumpido en beach clubs de lujo, ha cargado contra sedes de bancos y ha cubierto de pintura la lona del odio desplegada por Vox. La organización feminista Violetas ha "resignificado" la lona plantada por los de Santiago Abascal contra la ley del sólo sí es sí, cambiando el lema estampado por la formación ultra y asegurando que "Abascal ha puesto a cientos de estos monstruos en sus filas". También han sido, una vez más, los colectivos de barrio los que han cubierto otra pancarta articulada esta vez por Frente Obrero en Carabanchel –en la que se representaba un beso entre Pedro Sánchez y Mohamed VI– declarando el barrio "libre de fascismo, racismo, machismo y lgtbifobia".
Entretanto, sindicatos antidesahucios no han dejado de poner el cuerpo para reclamar de forma colectiva y organizada el derecho efectivo a la vivienda e impedir que familias enteras se queden sin techo. Este lunes en Móstoles (Madrid), en València y en Barcelona. El martes en Barcelona, Lleida y Santander. Mañana donde se les necesite. Son algunos ejemplos de cómo la política de base no para en ningún momento, tampoco en periodo electoral.
Autodefensa frente a la resignación
El boicot a la lona de Desokupa perseguía el fin mismo de dar respuesta al discurso ultra de la organización, pero también "convertir el boicot en una acción reivindicativa del movimiento de vivienda de Madrid", trazando unas líneas ideológicas claras capaces de ir un paso más allá del mero señalamiento, explican desde el Sindicato de Barrio de Moratalaz a preguntas de infoLibre.
Las organizaciones de base pasan a la ofensiva en un momento clave: con el avance de la extrema derecha y de las políticas neoliberales como telón de fondo. Su función, señalan, es también la de hacer frente a la ultraderecha haciendo que sus reivindicaciones "cada vez sean más escuchadas y entendibles por la clase trabajadora", en tanto que son "diametralmente opuestas" a los intereses de la extrema derecha. "Unas organizaciones de clase fuertes, numerosas y unidas son el mayor y mejor antídoto contra el fascismo", asienten las voces que integran el Sindicato de Moratalaz.
El sindicato nace en septiembre de 2021 para escuchar los problemas que atraviesan a sus vecinos, como los "casos de explotación laboral y los problemas de vivienda", pero también para "servir de estructura y referencia para quien quiera desarrollar una militancia política" y, en ese sentido, llegar donde los sindicatos de clase tradicionales no han podido llegar, exponen sus miembros.
A sus asambleas se acercan vecinos movidos por la curiosidad, manos que quieren construir, trabajadores que acaban de ser despedidos, inquilinos con una carta de desahucio o migrantes en situación administrativa irregular. Muchos de ellos, movidos por la inacción de las instituciones y tras darse de bruces con sus puertas blindadas. O simplemente seducidos por la accesibilidad que implica la interlocución con el de al lado.
El sindicato trata de ampliar los márgenes de respuesta ofreciendo vías alternativas de lucha. Los problemas que afrontan, diagnostican, no son únicamente síntoma de una eventual falta de voluntad política, sino que "la propia concepción del Estado y del sistema en el que vivimos hace imposible que desde un gobierno que administre o gestione el capital se puedan solucionar todos los casos relacionados con vivienda". Se trata, insisten, de problemas estructurales y no individuales. A la misma conclusión llega Daniel. Habla desde otro frente –aunque desde la misma trinchera–, como miembro del grupo de Autodefensa Laboral (ADELA), integrado en la Asamblea Popular de Carabanchel, cuyo origen se remonta al fragor del 15M.
"La reflexión que hacemos es que el capitalismo no te ha fallado a ti y por eso te desahucian, por eso te despiden o por eso no te atienden en la sanidad. El capitalismo no es algo a reformar o a mejorar, es algo a destruir para crear otro tipo de relaciones socioeconómicas, basadas en las necesidades, los cuidados, la sostenibilidad del entorno y no en una cuestión productivista y especulativa", afirma en conversación con este diario. No parten desde la idea de que "ha habido un fallo o una equivocación" en el sistema, sino que entienden que "las instituciones funcionan así porque deciden funcionar así". Y ante esta idea, sólo cabe una respuesta: la autodefensa frente a la resignación.
Sonia forma parte del Sindicat d’Habitatge de València, una estructura que de nuevo reproduce las mismas dinámicas: la unión y complicidad de los sindicatos de barrio de Malilla, Cabanyal, Montolivet, Orriols y Burjassot. Los problemas vinculados al acceso a la vivienda y los desalojos, analiza la entrevistada, son efectivamente "reflejo" de las limitaciones que se producen "en el marco de acción de la socialdemocracia en esta crisis enquistada del sistema capitalista" que se ceba con las clases populares. Los desahucios, la consecuencia más sangrante en materia de vivienda, tienden a ser encarados por los militantes en las propias puertas de las casas y con los cuerpos como parapeto. "Un proceso duro que, para las personas afectadas, muchas veces con menores y familiares vulnerables a cargo, se convierte en un abismo", relata Sonia.
Y en ese contexto, es de nuevo la organización y la comunidad la principal tabla de salvación. Sonia es especialmente crítica con la Ley de Vivienda "que no baja el precio del alquiler, no prohíbe los desahucios y no reduce los beneficios fiscales para los rentistas", sino que funciona a su juicio como "propaganda electoral" para apuntalar "un estado del bienestar incapaz de dar respuesta a las necesidades de la clase trabajadora".
Al norte, el Sindicato Socialista de Vivienda de Euskal Herria reconoce que la "labor práctica" de los sindicatos de vivienda actualmente "se limita a gestionar los problemas de la gente que no han podido solucionar las instituciones", bien por falta de recursos o por los límites que "impone el propio funcionamiento burocrático". Pero la realidad ha demostrado que es urgente ir un paso más allá. Así lo explican sus portavoces a preguntas de infoLibre. "Mientras la vivienda sea una mercancía, algunos harán negocio con ella y la gran mayoría de la gente destinará gran parte de sus esfuerzos vitales a tener un sitio donde dormir. Esto es un problema estructural del sistema" que también se pretende abordar desde el sindicato, por lo que sus militantes no limitan su lucha "a complementar la labor institucional", sino que tratan de superarla, muchas veces incluso "en contra de las instituciones".
La autodefensa que predican es bidireccional: por un lado, se sustenta en la acción más inmediata que busca –mediante asesorías o resistencia frente a desahucios– responder a las necesidades urgentes; por otro lado a través de la formación y la pedagogía. Se trata de entender "la lucha por la vivienda como un medio para luchar por algo más allá, por otro tipo de sociedad", explican.
Daniel traslada la misma idea a otras esferas y pone como ejemplo una sanidad pública atravesada por la desigualdad. "La idea no es volver a la situación anterior, sino replantear cómo está estructurado el sistema sanitario, cómo se atiende a las consecuencias y no a las causas", asiente, "cómo se potencian las urgencias y se ignoran los modos de vida de explotación capitalista que nos llevan a enfermar". El análisis hegemónico deja a un lado "los cuidados y la prevención" para centrarse "en la búsqueda de soluciones", cuyo objetivo último es "mantenernos sanos para poder producir". Lo mismo es aplicable, afirma, al mundo del trabajo.
ADELA bebe de las asesorías y formaciones colectivas como motor. "La gente tiene que entender que sus problemáticas son comunes y constantes, para eso hay que formarse e informarse, aprender a luchar y a organizarse" entre iguales, no reproduciendo el modelo "expertos asesores y pobres afectados", escogido tradicionalmente por la intervención social. "Somos vecinos y vecinas que tenemos problemas. Hoy podemos estar asesorando a alguien y el día de mañana recibiendo asesoramiento y apoyo de otras compañeras".
Organización antes y después del 23J
"Estamos muy habituadas a no ser tenidas en cuenta por las instituciones. Tenemos bastante callo", así que la única respuesta es "seguir trabajando". Toma la palabra Paula, portavoz de la Plataforma Feminista Galega. Si hay un movimiento que tiene capacidad de organizarse, responder y mantenerse firme, es a su juicio el feminista. "Nadie nos ha regalado nunca ningún derecho, son fruto de siglos de lucha", señala al otro lado del teléfono.
Confrontar el avance de la extrema derecha y sus discursos de odio, opina, es algo que las militantes feministas "vienen haciendo a lo largo de los tiempos". Pero Paula introduce un matiz: "También desde otras ideologías se nos ha ninguneado históricamente, la propia izquierda nos ignoró en su día y ahí seguimos, no le quedó más remedio que recoger parte de nuestras demandas". Parte, dice premeditadamente, pero no todas. "Aunque la izquierda represente mejor nuestras aspiraciones, el feminismo va mucho más allá".
Paula impugna los discursos que señalan al éxito del movimiento feminista como germen de la reacción ultra en los últimos años. "No es una reacción al feminismo. Si la izquierda no hace su trabajo, la gente busca en otro lado", critica con dureza. A partir de ahí, cree importante mantener la organización viva en las calles y las reivindicaciones presentes entre las mujeres. "Lo importante es el tejido que nace en las asambleas de barrio, en el trabajo del día a día, en los lugares donde las mujeres somos mayoría. Es lo que ya hacíamos y lo que vamos a tener que seguir haciendo" después de este domingo marcado en el calendario.
Para Jorge, presidente de la asociación de vecinos de Puente de Vallecas, el avance de la extrema derecha es "una gran amenaza" en tanto que sus intereses son "radicalmente opuestos a lo que representa el movimiento vecinal". La respuesta desde los barrios, en su opinión, debe pasar por la pedagogía y por tender la mano a los vecinos para que no sucumban a las conjeturas ultra. "Ser capaces de construir discursos para que las vecinas no se vean atraídas por discursos de odio al diferente", sostiene, unas dinámicas que a su juicio todavía no han echado raíces en las zonas populares, pero que a la luz de experiencias internacionales, podrían llegar a producirse.
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En cualquier caso, defiende Sonia, el trabajo de los sindicatos se mantendrá intacto. Reconoce que en un contexto de avance de la extrema derecha, puede aumentar la represión o los obstáculos en el camino, pero hasta ahora el movimiento por la vivienda ha tenido que "luchar con garras y con dientes" igualmente. "Todo lo conseguido y luchado ha sido por nosotras mismas y no por gobiernos que usan una Ley de Vivienda como propaganda electoral o una reforma laboral para finalmente seguir beneficiando a bancos, fondos buitres y multinacionales", critica.
"La tarea política que debemos llevar a cabo las organizaciones de clase en el ámbito de la vivienda es construir organización independiente de las instituciones y de los partidos políticos profesionalizados
Desde suelo vasco, las sensaciones son parecidas. "Creemos que la ultraderecha se alimenta de la impotencia de las políticas de la socialdemocracia" y que existe un "descontento" generalizado por parte de la gente, un "caldo de cultivo" del que la extrema derecha está sacando rédito. El sindicato despliega un análisis crítico, también con las medidas impulsadas por la izquierda –señalan las "masacres del proletariado inmigrante en las fronteras" o el "endurecimiento de las penas a hurtos o a la protesta"– y articulan una línea de trabajo clara: "La tarea política que debemos llevar a cabo las organizaciones de clase en el ámbito de la vivienda es construir organización independiente de las instituciones y de los partidos políticos profesionalizados, todos ellos al servicio del capital".
Sobre la masacre en Melilla habla también Daniel. "Ha habido situaciones realmente trágicas y dramáticas, con una gestión directamente criminal, y eso no ha sucedido fruto de las políticas de un gobierno de coalición ultra", lanza. El análisis de estas organizaciones no concede indultos, pero sí alternativas: "Organizarnos y pelear, hablar de las necesidades de las clases populares y sobre cómo nos gustaría vivir". Antes y después del 23J.