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Talento a la fuga

Expatriados españoles: siete años de derechos a la fuga

Más de setecientos cincuenta mil españoles han abandonado España desde que se iniciara la crisis. Es la cifra oficial que arroja el INE y que solo contabiliza a aquellos que, entre los años 2009 y 2015, se han inscrito en el PERE (Padrón de Españoles Residentes en el Extranjero). Como si en apenas siete años se hubiera desvanecido casi la totalidad de la población de Valencia, como si todos sus habitantes hubieran sido conducidos a la puerta de embarque hasta vaciar una de las grandes capitales españolas. Se trata de un dato que solo suma a los españoles que quisieron dejar constancia de su marcha en los consulados y que excluye, no solo a quienes se registraron como residentes temporales, sino a aquellos que sencillamente declinaron dar parte a las administraciones españolas pasando a engrosar un número impreciso de compatriotas que vive al margen de nuestras fronteras y de los datos oficiales.

Inexactitud en los datos

La discusión en torno al baile de cifras se ha intensificado prácticamente al mismo ritmo que lo hacía el interés de los medios de comunicación y la opinión pública por el fenómeno migratorio español de los últimos años. Sin embargo, todavía no ha logrado elaborarse una estadística que sea capaz de aproximarse al número real de españoles que se han marchado desde el estallido de la crisis. Una inexactitud en los datos asentada cómodamente en la perezosa metodología empleada por el INE, que no toma en consideración datos tan esclarecedores como las inscripciones de españoles en los sistemas de la seguridad social de otros países o en otros organismos foráneos. De considerarse factores como los mencionados, y tal y como viene denunciando el colectivo transnacional de emigrantes españoles Marea Granate, aumentaría notablemente la ya espectacular cifra de los más de dos millones de personas que constan inscritas en el PERE.

“Volver a casa sin sanidad”

Pero concretar el dato de los españoles que ahora residen en el extranjero es una tarea que no solo se ha visto dificultada por cuestiones metodológicas. La pérdida de derechos sanitarios que, en muchos casos amenaza a aquellos que optaron por salir al extranjero en busca de una segunda oportunidad laboral, frena la inscripción consular, en cuyos números, se basan los datos recabados por el INE. Es el miedo de “volver a casa sin sanidad”, un temor que despertó el decreto de 2012 que, en pleno auge de la emigración española, negaba el derecho a la atención sanitaria pública a aquellos compatriotas que pasaran más de tres meses en el extranjero. Con la espada de Damocles de la exclusión sanitaria pendientes de sus cabezas, muchos de los emigrantes españoles optan por la invisibilidad ante la administración pública como estrategia para salvaguardar unos derechos en retroceso. Un asunto que ha motivado la campaña viral #VuelveSinSanidad impulsada por Marea Granate y que ha inundado las redes sociales con vídeos e imágenes de jóvenes emigrantes que retornaban a casa señalando en su maleta su condición de emigrantes.

“Rescata mi voto”

Excluidos del mercado laboral, la sanidad universal y el reconocimiento oficial en las estadísticas, los expatriados se han visto también expulsados de un sistema electoral que ha mermado el voto exterior hasta dejarlo en tan solo un 4,7% de participación en los pasados comicios del 20 de diciembre. Este reducido porcentaje, el más bajo de la historia, no hace más que redundar en las deficiencias y errores de un mecanismo, el del voto rogado, que desde que se implantara en 2009, ha motivado las protestas de los cientos de miles de electores que desde el extranjero han inventado novedosas fórmulas que les permitieran salvaguardar el más elemental de los derechos democráticos. “Rescata mi voto”, la iniciativa auspiciada por Marea Granate, ha permitido, según sus datos, que más de tres mil quinientos abstencionistas prestaran su papeleta a españoles residentes en el extranjero.

La exclusión del sistema electoral es una de las cuestiones más señaladas entre quienes, a lo largo de más de un año, han dado voz y rostro a los expatriados en Talento a la fuga. Algunos adelantaron su retorno navideño para asegurarse la participación en las elecciones generales del pasado mes de diciembre. "Si yo meto el sobre en la urna, me aseguro de que llega a su destino", decía recientemente Diana Campillo, residente en Bélgica. Otros pidieron prestado el voto a sus abuelos, como Judhit Ortega, camarera en Bristol: “Mi abuela me dijo: 'Hija mía, tú que no puedes votar, dime a quién voto'”. Muchos de ellos se sumaron a la campaña “Rescata mi voto”.

Aventureros

Se les ha llamado de muchas formas: exiliados económicos, emigrantes, expatriados o generación perdida, pero sin dudada el de “aventurero” es el término que más ampollas ha levantado entre los más de setecientos cincuenta mil españoles que se han marchado huyendo del desempleo o la precariedad laboral que ha sembrado la crisis económica. La minimización del fenómeno migratorio por parte de los representantes políticos e institucionales ha desatado también campañas de protestas. “Yo también soy una leyenda urbana”, clamaba indignada la comunidad científica en respuesta a las declaraciones del presidente del CSIC Emilio Lora-Tamayo, que se refería así a los cientos de investigadores españoles que, asediados por unos recortes implacables en I+D+i, se vieron forzados a continuar su carrera profesional en el extranjero. Una indignación recogida en Talento a la fuga con testimonios como los del enfermero malagueño residente en París, Miguel Ángel Castillo, que no dudó en sentenciar: “Quienes dicen que somos aventureros nunca han emigrado y viven en una burbuja”.

Seis años de crisis económica han arrebatado a España gran parte de una generación que, con la maleta cargada, unas veces con títulos e idiomas; y otras, con la mera voluntad de salir adelante, ha sido empujada a marchar lejos de nuestras fronteras entre el menosprecio y la sordera de quienes torpedean sus derechos más básicos. Toda una masa de jóvenes que ha logrado configurar una conciencia colectiva a través de iniciativas como el movimiento transnacional Marea Granate y que se resiste ahora a identificarse con esa “esa generación perdida” de la que algunos hablan.

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