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Crisis del coronavirus

"Ha sido el año de darlo todo": cuando los "soldados" sanitarios tuvieron que salir de "las trincheras"

Personal sanitario del Hospital 12 de Octubre de Madrid en uno de los aplausos de las 20.00 que se produjeron cada día durante el confinamiento.

Se convirtieron en "héroes" en el mes de marzo. Fue de manera imprevista. Ese coronavirus del que se empezó a hablar dos meses antes pero que sólo estaba afectando a China finalmente acabó extendiéndose a lo largo y ancho de todo el planeta. Y también por España. Como si de una especie de guerra se tratara, los profesionales sanitarios y todos aquellos trabajadores de los hospitales y centros de salud fueron llamados a filas para proteger al resto. Un resto que, desde sus casas, les aplaudía cada día a las 20.00 horas de la tarde. Y un resto que, también, les llamaba "héroes". Pero la primera ola pasó y los aplausos se convirtieron en silencio. Dejaron de ser "héroes" para volver a ser simplemente trabajadores, como antes. Y llegó la segunda ola. Y ahora está por ver si las Navidades serán el trampolín para una tercera. Ellos piensan que sí, que es inevitable. Por eso piden responsabilidad. A todos. También porque están cansados. 

2020 ha sido el año más duro de toda su carrera. En eso coinciden Alberto Martínez, celador del Hospital de Bellvitge (Barcelona); Adela Osorio, trabajadora de la limpieza del Gregorio Marañón (Madrid); Carolina Ligorit, doctora de València, e Irene Soriano, enfermera en Castilla-La Mancha. No lo dicen con la boca pequeña, sino completamente convencidos. Alberto, por ejemplo, no titubea al decirlo. Lleva 16 años trabajando en el mismo puesto, pero 2020 ha sido el año "más duro a nivel personal y profesional". "Por la pandemia y por todo lo que he vivido como persona. Situaciones de estrés, conflictos laborales...", recuerda. Carolina, con 15 años de experiencia a sus espaldas —trabajando en el área extrahospitalaria en ambulancias y en la hospitalaria—, también es clara. "Con diferencia. Sí, ha sido el año más duro", lamenta desde el otro lado del teléfono en un pequeño descanso que encuentra en su larga y agotadora jornada laboral en el Hospital de Llíria. 

Alberto Martínez.

Adela ha trabajado durante 30 años en el Gregorio Marañón. Lo ha hecho como auxiliar de enfermería y como celadora, y ahora lo hace como trabajadora de la limpieza. Experiencia no le falta. Y por eso se atreve a comparar lo vivido durante la crisis sanitaria con algo tan duro como lo sufrido el 11 de marzo de 2004 en Madrid. Recuerda perfectamente el silencio que reinaba en los pasillos del hospital aquel día. "Daba miedo", recuerda. Durante los meses de la pandemia era parecido. "Pero con el agravante de que salías a la calle y tampoco había gente", señala. Por eso esta crisis sanitaria la cree peor. También porque, dice, a esto no se le ve el final. "La situación se alarga, y vuelve, y volverá...", teme. 

Irene es la más joven. Terminó la carrera en 2016 y desde entonces, celebra, no le ha faltado trabajo. Dice que es "una afortunada". Cuando la pandemia llegó, ella trabajaba en una clínica privada. Pero cerró. Entonces llegó la llamada del Servicio de Salud de Castilla-La Mancha (Sescam). La necesitaban. Y no dudó. Comenzó a trabajar en en el Hospital Perpetuo Socorro, en Albacete, "en un gimnasio que habilitaron con unas 20 camas" para atender a los enfermos. Estuvo allí durante un mes. Después, fue trasladada al hospital general de Albacete. A las urgencias. Y ahí sigue. También ha sido su año "más duro". "Al principio daba mucho miedo porque ibas a un lugar nuevo, a trabajar con gente nueva y a enfrentarte a algo nuevo, pero sin dudarlo siempre cogí el teléfono", recuerda en conversación con infoLibre después, precisamente, de salir de trabajar.

Aun así, con toda la carga de trabajo infinita a sus espaldas, todos han aguantado. Con momentos de flaquezas, pero nunca pensando en tirar la toalla. Adela quería hacer todo lo posible por poner su "granito de arena" para que la situación llegara a su fin "cuanto antes". "Alguien tenía que hacerlo", recuerda. Y muchos compañeros no podían. Alberto, por su parte, se crece ante la adversidad. "Cuanta más dificultad, más sacas a relucir tu espíritu de lucha y tu resiliencia", dice. Y más si tiene en cuenta las reivindicaciones de su sector, que este año se ha movilizado más que nunca para conseguir lo que consideran justo: que se les reconozca como personal sanitario —lo que habría evitado que sufrieran la falta de protección que sufrieron al inicio de la pandemia— y que se cree una formación profesional de grado medio para poder ejercer. "Es sensato y bueno para nosotros porque nos dignifica, nos prepara para trabajar, atenderíamos mucho mejor y los equipos trabajarían con más facilidades", explica. 

Carolina sí reconoce que, en ocasiones, pensó que no podía más. Pero a ella le salvó, asegura una y otra vez, el calor y el cariño —aunque distante— de sus compañeros. "Todos nos hemos desesperado en algún momento, pero nunca perdimos la esperanza de controlar el virus. Lo que nos ha salvado ha sido el trabajo en equipo. Nos hemos dado coraje y ánimo. Era un 'hoy flaqueas tú y yo te saco adelante, mañana flaqueo yo y tú me ayudas a seguir'", recuerda, con cariño. "Lo hemos comparado siempre con las trincheras. Nosotros hemos estudiado y nos hemos preparado para esto, como hacen los soldados, para cuando llegara la guerra. Este ha sido el año de darlo todo y no flaquear. Hemos tenido que demostrar que estábamos a la altura, y yo creo que lo hemos conseguido", dice. 

El momento más duro 

Carolina Ligorit, junto a dos compañeros.

Aseguran que nunca olvidarán lo vivido. Mucho menos esos recuerdos que han quedado grabados en su mente como los más difíciles. Para Alberto fueron los primeros días. Tenía que estar en la puerta de las urgencias, recibiendo a los enfermos, sin protección. "En la primera ola eso era un hervidero de entrada de pacientes. Algunos venían en ambulancia, otros a pie. Yo, como era celador, no tenía apenas protección y eso, claro, me generaba mucha indignación", recuerda. Hubo una situación que le marcó. "Recuerdo una noche. En triaje me informaron de que tenía que llevar a una paciente al módulo de urgencias, pero yo no tenía protección. Tuvo que ser una familiar la que suplicara que me dieran algo. Llegaron a ser los familiares los que nos defendían y eso fue un punto de inflexión", rememora.

Adela recuerda muy bien cuál fue el momento más duro de todos los que ha vivido. Un día, al llegar al trabajo, se encontró en la calle "un contenedor color caqui con un emblema del ejército". "Pregunté a mis compañeras y me dijeron que era un contenedor del Ejército que había llegado para almacenar varios cuerpos sin vida. Lo tuvimos debajo de la ventana un mes y pico...", lamenta. 

Para Irene y Carolina, sin embargo, los momentos más duros fueron los que implicaban ver sufrir a los pacientes y a sus familiares. "Uff...", exclama Irene cuando lo recuerda. "Lo más duro era hablar con las familias de los pacientes. Que sonaran sus teléfonos y no pudieran cogerlo. Muchos respiraban a través de una máquina de oxígeno...", relata. Carolina vivió momentos similares. "Lo peor era cuando tenías que separar al paciente de su familia, explicarle que iba a estar aislado porque tenía un virus muy contagioso del que había que proteger a su entorno. Luego había que explicárselo a ellos, claro. Pero la cosa empeoraba cuando sabías que el enfermo llegaba a una situación que probablemente no tuviera retorno y tenías que trasladar eso a la familia. Los pacientes, además, estaban solos y en un ambiente desconocido. Eso ha sido durísimo", explica, con la voz quebrada. 

Adela Osorio.

Pero ella, además, ha visto irse a compañeros. "Ha sido muy duro, veías que el virus podía con nosotros. Y eso daba mucha impotencia. No podías hacer nada por gente que iba a tener un desenlace muy malo ni tampoco por tus compañeros que enfermaban", lamenta. 

Todo eso, claro, les ha afectado a sus vidas personales. Alberto, por ejemplo, tuvo que separarse de sus hijos. Su mujer es enfermera en el mismo hospital, por lo que ambos estaban muy expuestos a un virus que podía llegarles. Y claro, las largas jornadas a veces obligaban a que los pequeños se quedaran con sus abuelos. Contagiarles a ellos hubiera sido lo peor, así que se confinaron juntos. "Vi llorar a mi hijo mayor, de 5 años, por no poder ir al colegio ni ver a sus amigos. Eso, para mí, fue demasiado duro", confiesa Alberto. Irene también tuvo que separarse. En su caso, de su abuela. "En los peores meses yo vivía con mis padres y ella, pero tuvimos la suerte de poder aislarla en otra casa para que no le pasara nada. Nosotros le llevábamos la comida y la cena todos los días. La lástima era que estaba sola... Aunque ella, por suerte, lo ha llevado bastante bien. Otros mayores no han podido con eso...", lamenta. 

La enseñanza aprendida

Por suerte, todos han sacado algo positivo de este año tan sumamente duro. Irene, por ejemplo, tiene más claro que antes que no se ha equivocado de profesión, que quiere ser enfermera y que se siente orgullosa de ello. "La enfermería es un gran colectivo. Con esta pandemia nos hemos hecho notar. Estoy orgullosa de serlo y de poder haber ayudado a tanta gente", celebra. Carolina saca una enseñanza parecida. "Yo he aprendido que el trabajo en equipo sale adelante, que tenemos unos profesionales increíbles. Hemos tenido que poner nuestra sanidad al límite para darnos cuenta, pero hay grandísimos profesionales, espectaculares. Hay que cuidarlos más...", pide. Y se refiere a todos. Al médico, a la enfermera, al celador, a los trabajadores de la limpieza. "Todos hemos hecho nuestra parte. Sin trabajo en equipo no lo hubiéramos superado", dice. 

Carolina Ligorit.

Alberto, por su parte, cree que "hay poco positivo" que sacar de este 2020 tan duro. Aunque sí diría algo. "Hemos ganado resiliencia y si hay otra pandemia, igual o peor, quizás estemos más preparados, aunque tengo dudas", sostiene. 

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Deseos para 2021

Alberto, Adela, Irene y Carolina aseguran que habrá una tercera ola de coronavirus. Y probablemente el resto de profesionales anónimos estén de acuerdo con ellos. Aun así, encaran el año nuevo con esperanza. Y sobre todo con deseos. Carolina, por ejemplo, solo espera que esa nueva ola, que debería de denominarse "tsunami" por todo lo que arrastra con ella, sea "la última". "También pido a 2021 esperanza y aguante. Habrá unos primeros meses duros, pero la recompensa será empezar a normalizar la situación en los últimos meses del año, cuando podremos volver a sentir ese calor humano que tanto nos hace falta", dice. 

Irene, también convencida de que la tercera ola llegará, solo desea que esto se acabe cuanto antes. Y que ayude a ello la vacuna. "Pero también quiero que valoremos la sanidad que tenemos, que hagamos un cuidado y un uso responsable de ella, que si no colapsará", indica. Responsabilidad, precisamente, es lo que también piden Alberto y Adela. Responsabilidad a nivel individual para que la pandemia acabe cuanto antes. "Pediría que intentemos ser responsables todos, porque esa es la mejor arma que tenemos. Y también pediría a los políticos, a los sindicatos y a los servicios de salud que luchen para lograr el reconocimiento profesional para los celadores y la creación de una formación profesional que haga que trabajemos bien y dejemos de ser una profesión olvidada", afirma. 

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