Portugal susurra a España

Mientras nuestro país asistía perplejo a las votaciones populares de Eurovisión, amparado en la idea de tongo que, en esta ocasión, se situaba en el lado más político del festival, los votantes portugueses elegían un gobierno que los hiciera saltar algunos problemas relacionados con la corrupción para situarlos, definitivamente, en un tiempo de estabilidad política.

Y llegaron los resultados en el país vecino para confirmar que las crisis no pasan factura en los partidos conservadores, que los actos supuestamente delictivos no centran la opinión contraria en el voto de los ciudadanos y, por el contrario, parece que facultan para ocupar espacios de éxito, triunfos electorales, gobiernos democráticos. No hace mucho, Donald Trump alardeaba, con la seguridad a la que nos acostumbra, de la poca repercusión que tendría en el voto si saliera a la Quinta Avenida y disparara a algún transeúnte. Su acción, decía, no le procuraría ninguna alteración en sus éxitos electorales futuros. Luego podemos dar por supuesto que las elecciones no se juegan por determinados ajustes de discurso ni por planificar acciones que tienen que ver con comportamientos inmorales, con delirios, con conductas que se salgan, incluso, de nuestros sistemas legales, aquellos que tratan de dotar de estabilidad y buen gobierno a los países democráticos. No, nada de eso es ya importante en las acciones de algunos candidatos, gobernantes, grupos políticos, etc. 

El clima de supuesta corrupción en Portugal ha traído resultados previsibles: la consolidación de los conservadores, el ascenso de la ultraderecha hasta casi adelantar a los socialistas portugueses y situarse como segunda fuerza, lo que ha supuesto la dimisión del cabeza de lista del PS, y una pérdida de representación muy significativa de los partidos más a la izquierda del arco parlamentario, que no levantan cabeza en una suerte de desescalada que lleva a algunas formaciones a la desaparición.

Pero Portugal es el ejemplo claro de cómo está el contexto político, no solo en los países que han heredado las políticas trumpistas en sus agendas de acción electoral, sino también en aquellos de larga tradición en el voto a la izquierda o la derecha moderadas para formar gobiernos de estabilidad y progreso.

El ciudadano no tiene otro interés que apartar de su vista, y de su gobierno, a las viejas instituciones, a las siglas de los partidos que fueron más populares, para elegir ahora a esos nuevos salvadores de las patrias, amparados en el populismo

La dimensión política ya no tiene entre sus características la del discurso ponderado y la nobleza de contenido, además de cierta fiabilidad y seriedad organizativa, porque ha conquistado un territorio de inseguridad y de insatisfacción que, entre otras cosas, trata de acabar con las bases democráticas, con los gobiernos liderados por partidos históricos y que, por el contrario, busca las respuestas a sus problemas en el populismo de derechas, en los resortes de las políticas ultraconservadoras, que ponen sobre la mesa un discurso trufado de miedo con interés desestabilizante, además de ofrecer algo que procura adhesiones inquebrantables: la alternativa de la alternativa.

El ciudadano no tiene otro interés que apartar de su vista, y de su gobierno, a las viejas instituciones, a las siglas de los partidos que fueron más populares, para elegir ahora a esos nuevos salvadores de las patrias, amparados en el populismo para esclarecer las líneas de su discurso; desestabilizando, que algo queda.

A poco que echemos un vistazo a Portugal, podremos vislumbrar el terreno de juego de todos nuestros procesos electorales: ascenso fulgurante de Vox, estrategias de coalición con un PP que no ocultará ninguno de sus intereses de acción política, trasvase de votos de la izquierda moderada a la ultraderecha (algunos claramente definidos por la clase burguesa e intelectual de las grandes ciudades), y hundimiento definitivo de las partidos más a la izquierda del PSOE, al que sí le pasarán factura los paseos de algunos y algunas a los juzgados de Plaza Castilla y la retahíla de acusaciones sin aparente recorrido, amén del agotamiento del “efecto Sánchez”.

Así las cosas, quedan dos años para desentrañar el complejo sistema ideológico de los partidos en la actualidad, para ubicar el contexto en el que nos vamos a encontrar como país, para hacer buena la idea de la estabilidad democrática y percibir nuevas estrategias que eviten los ascensos de la ultraderecha como forma de gobierno, para ir acabando definitivamente con una beligerancia en el discurso que beneficia a quien beneficia, para centrar el tiempo de la moderación, pero también del acercamiento a aquellas y aquellos que gritan en la desesperación de no comprender nada, o casi nada, de lo que se está haciendo con este país. No seamos reflejo de los grandes proyectos antidemocráticos y tratemos de convencer para vencer. Aquí el periodismo tiene un papel muy importante frente a los pseudoperiodistas que proliferan en los últimos tiempos.

No es tarea fácil porque los flujos ideológicos tienden a estar ya muy definidos, bien afianzados a tenor de los resultados electorales de los que tenemos información. Pero nadie dijo que lo previsible sea el molde de la realidad.

Ah, y a Eurovisión, ni locos.

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Javier Lorenzo Candel es poeta.

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