¡La banca siempre gana! Helena Resano
Se ha publicado recientemente la existencia de unos chats de Telegram en donde se comparten abiertamente mensajes en los que se habla de cazar inmigrantes. No debería sorprendernos: esto no es nada nuevo; se lleva tolerando desde hace años. En el año 2018 salió a la luz un chat de policías municipales de Madrid en el que algunos de sus miembros alababan a Hitler, hablaban de que habría que poner bombas y montar cacerías contra inmigrantes y rojos. También se festejaban vídeos de jóvenes fascistas cantando el Cara al Sol en una manifestación, y se les tildaba de “buenos chicos”.
En el año 2020 salió a la luz un chat de militares retirados en el que un general proponía aniquilar a “26 millones de hijos de puta”. ¿El motivo? “Nuestra sangre no admite la democracia.” En 2021, un informe realizado por varios miembros de las Fuerzas Armadas que forman parte de “Ciudadanos de uniforme” alertaba sobre la presunta vinculación de algunos oficiales del Ejército con grupos neonazis. En concreto, aparece un grupo neonazi de Murcia que cuenta con un capitán del Aire y un sargento de Marina que instruyen a cadetes para ser oficiales. Nada de esto ha tenido ninguna consecuencia.
Así que no, no se trata de grupos “ultras” aislados y marginales; se trata de un ecosistema que viene larvándose y creciendo como sentido común entre distintos sectores de la sociedad civil, que ofrecen una cobertura de impunidad y comprensión con esos nazis que salen a la calle de cacería. Pero debemos preguntarnos: ¿esto es algo que se limita a los inmigrantes o un debate sobre la inmigración? No. Ese es el tema elegido para poder trazar un “nosotros” y un “ellos” bien definido, tratando de interpelar a una parte de la población más amplia. Y no, no lo digo para esquivar el tema, o porque crea que todos los inmigrantes son seres de luz, ni por negar que pueden existir problemas de convivencia en algunas partes o barrios, pero eso no tiene que ver con la procedencia, sino con la condición.
En Puerto Banús, el turismo árabe ha aumentado un 195% desde 2019, lo que supone que su número se ha cuadriplicado en apenas cinco años. Según estimaciones del sector inmobiliario de lujo, la proporción de inmigrantes sería del 40%. ¿Alguien habla de invasión? Donde se vive bien, se convive mejor; y, al contrario, donde peor se vive, se convive peor. La desgracia, escribía Chéjov, no une, sino que separa a los hombres.
Para la reacción, solo hay dos tipos de “españoles de bien”: los poderosos y sus siervos
No es ninguna sorpresa, ni es nada nuevo, que ahí donde anida la marginalidad, el desarraigo y el hacinamiento sea más fácil que brote la delincuencia. Y son los inmigrantes quienes más sufren las peores condiciones de vida y tienen los peores salarios. Por eso, hay que acabar con la marginalidad y la pobreza, no con los inmigrantes. Hay que cuestionar el modelo productivo y el peso de sectores que generan poca riqueza y se mantienen gracias a la precariedad laboral —en este caso, pero no solo, la de los inmigrantes—. La reacción prefiere señalar a la fuerza de trabajo que cobra los peores salarios y carece de derechos, para eclipsar la reivindicación de derechos, igualdad y ciudadanía, y así proteger a un bloque económico improductivo. Culpan a los inmigrantes de bajar los salarios, al tiempo que defienden a los que están en contra de subirlos.
Pero esto no va de inmigrantes. Esto no va de ellos; esto va de nosotros. El inmigrante es el medio; el objetivo somos todos. Para la reacción, solo hay dos tipos de “españoles de bien”: los poderosos y sus siervos. El resto somos todos inmigrantes, a los que, en última instancia, quieren deportar: unos a campos de concentración y otros a sus países. Van a por todos los acentos, de aquí y de fuera; van a por cualquiera que quiera igualdad, derechos y democracia. Según sus parámetros, una mayoría de españoles no está integrada: todos los que no somos como ellos somos potencialmente sin papeles.
Los inmigrantes no tienen que ser eternamente forasteros, invitados, agradecidos y tolerados, esto es, subordinados y tutelados. Son gente trabajadora que ayuda a levantar este país, con los mismos derechos y deberes que los demás. Preguntarse por la nación es preguntarse por la comunidad política en la que se quiere vivir. La nación española también les pertenece a los trabajadores inmigrantes, porque ellos pertenecen a la nación. Una nación es una mezcla de sedimentación y proceso; es un recuerdo y una aspiración. Es, en palabras de Ernest Renan, un alma, un principio espiritual o, dicho de otra forma, es la voluntad compartida de imaginar una misma pertenencia más allá de la etnografía, la lengua o la religión. Nación viene de nacer, y nacer de engendrar: necesitamos dar a luz una nación de la multitud, porque ya somos una multitud de naciones; una España donde solo queden fuera los que quieren echar a los demás.
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Jorge Moruno es sociólogo por la UCM y actualmente diputado de Más Madrid en la Asamblea de Madrid.
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