Cuando queríamos ser indios Aroa Moreno Durán
En un momento de una reciente entrevista realizada a Trump en la cadena CBS, cuando la entrevistadora describe a Zohran Mamdani como “socialista democrático”, el presidente de los EEUU la interrumpe para corregirla y decir: “Comunista, no socialista, es algo mucho peor que socialista”. En esa respuesta subyace una corriente de fondo que se está forjando en los EEUU, así como un creciente temor entre las élites norteamericanas en torno al aumento de la simpatía popular hacia el socialismo. En un país como los EEUU, donde existió la persecución macartista en los años 50 del pasado siglo, pero que también protagonizó uno de los ciclos de huelgas más profundos en los años 30, acusar a alguien de socialista ya no es suficiente para defenestrarlo, y necesitan asociarlo a un monstruo todavía más horrible: el comunismo.
Ese temor de las élites al creciente apoyo del socialismo entre la ciudadanía americana, especialmente entre la juventud, lo muestra el think tank ultraliberal Cato Institute. En 2018, tras una encuesta donde se mostraba que el 51% de la juventud americana tenía una visión positiva del socialismo, titulaba: “A la gente joven le gusta el socialismo, ¿pero saben lo que es?”. En una reciente encuesta de 2025 elaborada por ellos mismos, el comentario ya cambia: “A los jóvenes estadounidenses les gusta demasiado el socialismo; ese es un problema que los libertarios deben solucionar”. Lo que ha cambiado entre 2018 y 2025 es el porcentaje de apoyo al socialismo: el 62% de los estadounidenses de entre 18 y 29 años dice que tiene una "opinión favorable" del socialismo, y el 34% dice lo mismo del comunismo. Una cifra que desciende al 43% entre los americanos de todas las edades cuando se trata de socialismo, y al 14% cuando si se trata de comunismo. En cualquier caso, de los 52 millones de jóvenes americanos, unos 32 millones ven con buenos ojos el socialismo.
El socialismo actúa aquí como un significante vacío que no tiene la necesidad de ofrecer una definición minuciosa, ni tiene que remitirse a una experiencia histórica. Al contrario, su potencia radica en la capacidad que adquiere de interpelar y vehicular malestares, aspiraciones y cosmovisiones muy diferentes, que coinciden, antes que nada, en encontrar en el socialismo una palanca para dar sentido a su rechazo del capitalismo o, al menos, a su rechazo a la desigualdad y la concentración de poder y capital. Su fuerza política, al igual que cualquier otra categoría del signo que sea, se encuentra en su capacidad de erotizar a la sociedad, así como en ser capaz de convertirse en una causa en la que creer, en un porqué por el que luchar.
Queda por ver si esto es finalmente así, si tanto el contexto social como la inteligencia política consiguen construirlo como un horizonte. Por lo pronto, quien lo viene atisbando es el propio Elon Musk, al afirmar que Mamdani representa el futuro del Partido Demócrata. Esto, al margen de si Mamdani representa el verdadero o falso socialismo, lo que realmente importa es la tendencia que puede abrir y marcar, siempre que la virtud y la fortuna se alineen.
En Nueva York no se ha votado solo a un alcalde: se vota la posibilidad de un giro político que se enfrente al trumpismo desde una renovada posición de clase
Lo de Mamdani no es solo una buena campaña o comunicación: es una buena organización e implantación de base, con más de 90.000 voluntarios; es un buen análisis político y traducción discursiva; es una transversalidad bien entendida, que apela a una mayoría trabajadora incluyendo a las minorías; y, por supuesto, es un gran candidato. En Nueva York no se ha votado solo a un alcalde: se vota la posibilidad de un giro político que se enfrente al trumpismo desde una renovada posición de clase. Eso es lo que temen tanto el establishment republicano como el demócrata: que el socialismo democrático acabe calando. La igualdad como base de la prosperidad, la libertad y la pluralidad. La desigualdad significa falta de libertad para una mayoría trabajadora y un exceso de libertad para una minoría acaparadora. Unos no se pueden permitir casi nada, mientras que a otros se les permite casi todo. La desigualdad es siempre desigualdad de acceso a la riqueza, al poder y a la libertad.
Todo esto puede sonar chocante en un mundo global que ha girado a la derecha, en un país gobernado por alguien como Trump, y en un país como España, donde la corriente cultural e ideológica parece haberse escorado a la derecha, especialmente entre una parte de la juventud. Lejos de ser ingenuos ni de creer que existe una luz al final del túnel, sabemos que la batalla se da dentro del túnel y que lo que salga de ahí será resultado de nuestra capacidad de conectar de nuevo —sin prejuicios, sectarismo ni moralismo— con una amplia diversidad de trabajadores. El trumpismo tiene un problema: empieza a sufrir un desgaste, especialmente entre la juventud, y se enfrenta a una creciente simpatía por el socialismo democrático, también especialmente entre los jóvenes. Trump prefería tener enfrente al neoliberalismo progresista, fascinado por Silicon Valley y Hollywood, en lugar de a un movimiento popular que también interpela a una parte de sus votantes. El péndulo puede estar empezando a girar de nuevo en los EE. UU. y, en unos años, esa ola podría acabar llegando a nuestras costas: la ola del socialismo democrático. Si llega ¿sabremos surfearla?
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Jorge Moruno es sociólogo por la UCM, diputado de Más Madrid en la Asamblea de Madrid y portavoz de Vivienda.
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