Los pisos de la inglesa

"Tengo 26 años y no necesito mi pensión". ¡Impactantes declaraciones! "Mi imperio inmobiliario en España pagará mi jubilación". La noticia –más bien, el pantallazo del titular– ha circulado esta semana por las redes sociales, azuzada por el comprensible cabreo del respetable. Los entrecomillados, de traca: "Me gustaría comprar más propiedades en España para alquilarlas con Airbnb". En la foto, la tal Liv Conlon sonríe mientras sostiene un portátil sobre las rodillas: la marca del entrepreneur. La salita (un sofá beige, papel pintado imitando al mármol, media docena de cojines cada cual más feo) sintetiza las líneas maestras del delicado gusto inglés.

Me había apuntado el asunto para la columna del sábado: no todos los días le sirven a uno un espantajo tan perfecto contra el que disparar chistes y subordinadas. "Demasiado bueno para ser verdad", susurró el pesimista que tengo de okupa en la mollera. Como le tengo cariño, me fui a buscar la noticia original. La daban en el Telegraph y, aunque la habían replicado todos esos agregadores clickbaitosos que nos gustan tanto, decidí enfrentarme a la lengua de Shakespeare. A un políglota como yo (botón derecho, traducir al español) no se le intimida fácilmente.

¡Caramba! Pero si aquí dice que la moza solo tiene dos propiedades (un apartamento escocés con dos dormitorios y una villa marbellí –en el pecado lleva la penitencia–) por las que debe al banco cuatrocientas treinta y cinco mil libras. Verá, a Conlon, que se dedica al ingeniosísimo negocio de decorar pisos vacíos para que al cliente le entren por los ojos, le gustaría comprarse tropecientas mil propiedades en España, pero no las tiene. Es más, el artículo reconoce y enumera las iniciativas legislativas que se están tomando para impedir que ciudadanos extracomunitarios puedan lucrarse con estas especulaciones, por más que ella viva en Andalucía, "a region of Spain with more favourable tax conditions than many others" (Juanma Moreno, cuánto te quiero). Luego, el periodista (Senior Money Writer, qué oficio más molón) prosigue con algunos briconsejos de inversión y te anima a suscribirte a los servicios de asesoramiento financiero del periódico, porque la cosa está canina.

Es más, el artículo reconoce y enumera las iniciativas legislativas que se están tomando para impedir que ciudadanos extracomunitarios puedan lucrarse con estas especulaciones, por más que ella viva en Andalucía, «a region of Spain with more favourable tax conditions than many others» (Juanma Moreno, cuánto te quiero)

La cabriola desinformativa es formidable, y miren que ya me jode salir a mitigar el justo odio contra la pérfida Albión. Por supuesto, convengo en que una nación que envía borrachuzos de sandalia y calcetín a molestar a medio mundo merecería todas las sanciones que tenga en su arsenal la Sociedad de Naciones; y sé que la colonización geriátrica de los jubilados aficionados al melanoma es un problemón a muchos niveles, pero chico, tremenda bacalada nos acabamos de tragar. Por lo demás, la posición política de esta casa en lo respectivo a la vivienda sigue siendo la misma: no se hace negocio con los derechos fundamentales, así que decomísese toda casa en la que no viva nadie, ya la posea un pequeño propietario, BlackRock o el papa de Roma. Y si ni así funciona, nos repartimos el país a ochenta metros cuadrados por barba en bloques de racionalismo soviético. ¿Que el asunto tiene más aristas? Lo sé, es lo que nos llevan repitiendo treinta años.

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