Cuando queríamos ser indios Aroa Moreno Durán
Para bien o para mal, las cosas están llamadas a mezclarse. El poeta Pedro Garfias, un andaluz nacido en Salamanca, embarcó en el Sinaia, un vapor francés construido en Glasgow, el 25 de mayo de 1939. Después del golpe de Estado de 1936 y de la derrota sufrida por la República frente a los ejércitos de Hitler, Mussolini y Franco, el poeta Pedro Garfias embarcó, en el puerto francés de Sète, junto a otras 1599 personas, en busca de una nueva vida en el exilio mexicano. Junto a algunos escritores amigos, como Juan Rejano, Manuel Andújar o Adolfo Sánchez Vázquez, empezó a publicar un diario de a bordo para dejar testimonio de aquella travesía protagonizada por los desterrados españoles. El 12 de junio de 1939 se publicó la siguiente anotación: “Cielo nuboso y viento Este, suave. Mar un poco agitada. Temperatura 34º. Hacia media noche se verán las luces del faro de Veracruz. En las primeras horas de mañana llegaremos a puerto”.
Garfias escribió el poema “Entre España y México” para asumir la experiencia de una historia que mezclaba mundos y sentimientos, igual que los horizontes marinos mezclan las aguas y los cielos. Aquellas personas viajaban “con España presente en el recuerdo, / con México presente en la esperanza”. No se trataba de la primera llegada a México de exiliados españoles. El presidente Lázaro Cárdenas había recibido antes a 465 niños, sobre todo catalanes y valencianos, para salvarlos de los bombardeos que sufrían sus ciudades. Los niños de Morelia supusieron un ejemplo inolvidable de solidaridad internacional.
Adolfo Sánchez Vázquez, convertido como profesor de la Universidad Nacional Autónoma de México en un referente de la filosofía hispanoamericana, caracterizó su pensamiento al proponer que la sabiduría no sólo era ontológica, sino también praxiológica. La vida le había enseñado que los saberes teóricos guardan, si quieren llegar a entenderse a sí mismos, una relación estrecha con la praxis. El presidente Lázaro Cárdenas supo ser un referente ontológico y praxiológico en la solidaridad de la política mexicana con el exilio español. Se trataba de defender los valores democráticos frente a los totalitarismos que agredían las realidades internacionales, pero también de reconocer la identidad mexicana frente a las estrategias culturales invasivas de los EE.UU. Reconocer su hermandad con el pueblo español era una forma de recordar su propia historia, el derecho a sus propias apuestas de futuro.
Entre México y España podemos aspirar hoy a defender la multiculturalidad frente a los nuevos imperios de las identidades cerradas y los autoritarismos
Conocer la historia sin mentiras y prejuicios supone una mezcla íntima de melancolías y esperanzas, según reconoció Pedro Garfias cuando navegaba “Entre España y México”. Desde el asesinato perpetrado por Caín hasta los genocidios del siglo XX y del XXI, el ser humano tiene muchos motivos para pedirse perdón a sí mismo. Y la mejor respuesta no está en la mentira, en el ocultamiento de la violencia, sino en la capacidad de analizar los mares mezclados con los cielos que nos permiten una navegación en busca de la esperanza. La violencia que daña ahora el siglo XXI era también una compañera de viaje para los seres humanos del siglo XVI. Quien quiera engañarnos al negar la existencia del dolor y la injusticia entre los conquistadores españoles, no sólo pretende falsificar el pasado. Quiere también falsificar nuestro presente, negar la comprensión de una historia conjunta que necesita una vez más buscar caminos para una esperanza compartida.
Entre México y España podemos aspirar hoy a defender la multiculturalidad frente a los nuevos imperios de las identidades cerradas y los autoritarismos. Compartimos un idioma mayoritario, el tercero del mundo en hablantes nativos después del chino mandarín y el hindi, que ha aprendido a respetar la diversidad de otras lenguas, porque sabe que la igualdad no se funda en la hegemonía, sino en el respeto al otro. La cultura es un eje decisivo en las actuaciones humanas. Hay discursos culturales que invitan al odio y discursos culturales que hacen posible la solidaridad. Si aceptamos que el conocimiento ontológico es inseparable de la praxis, podremos entender con facilidad que los puentes entre Europa y Latinoamérica son hoy decisivos para defender un mundo solidario, dispuesto a oponerse a las proclamas belicistas. Por eso resulta imprescindible la fraternidad entre España y México, una fraternidad que comparte muchas razones históricas y una lengua común.
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