La sociedad de la desconfianza

Reflexionar sobre la realidad que vivimos es necesario no ya para elegir las actitudes y hacernos dueños de las propias ideas, sino para mantener la esperanza, un sentido de la existencia que nos salve de la renuncia. Darse por perdidos puede ser la deriva final del miedo y las desilusiones, el resultado de una impotencia que invita a tirar la toalla cuando los fracasos de la justicia y la libertad se mezclan con el predominio del odio. Comunicar la ilusión es importante para generar un compromiso con las buenas causas. Hay que ilusionar a la sociedad. Pero hoy también es necesario, junto a la comunicación, un ejercicio intelectual profundo y exigente que nos haga activos. Necesitamos su ayuda para mantener una ética del conocimiento o un conocimiento ético del mundo que sostenga el compromiso con aquello que debe ser comunicado y defendido.

Merece la pena debatir sobre los conceptos que animan las noticias y las actitudes. Palabras como libertad, igualdad, individualidad, diversidad e identidad mezclan lo que se dice con lo que ocurre. Y las interpretaciones matizadas a veces son tan importantes como las fronteras entre la verdad y la mentira. La lectura de La sociedad de la desconfianza (Arpa, 2025), el último libro de Victoria Camps, supone una invitación cívica a pensar en los dogmas y los matices del mundo que vivimos, una realidad que le pide al pensamiento tanto el afán de la conciencia crítica como el ahínco a la hora de mantener la esperanza.

Nuestro mundo se caracteriza por un desplazamiento de la libertad hacia la ley del más fuerte, el mandato de un individualismo sin regulación comunitaria. Este individualismo, propio del capitalismo caníbal, se desconecta de las situaciones sociales, de los contextos y las influencias, borra los deberes y hace de los triunfos y los fracasos un recuento de los méritos personales. Se trata de separar la libertad individual de las ilusiones colectivas, por lo que la palabra igualdad queda borrada de la convivencia. Surgen así las dinámicas que caracterizan hoy los argumentos neoliberales, que van del culto impudoroso a los millonarios y de la defensa de la desregulación hasta el nuevo protagonismo agresivo de los discursos machistas, identificando la igualdad de género con una agresión feminazi contra los valores de siempre. Defender derechos o políticas inclusivas y reparadoras se entiende como una amenaza contra la libertad.

La cultura reaccionaria, como indica Victoria Camps, suele manipular la diversidad para borrar o dificultar el compromiso con lo colectivo en un sentimiento común de ciudadanía

Y, en este punto, el ejercicio intelectual democrático debe entender por su cuenta los matices que separan la igualdad necesaria y la homogeneización peligrosa. En los debates de hoy vale la pena tener en cuenta no ya el machismo característico de las relaciones entre hombres y mujeres, sino las perspectivas desde las que podemos fundamentar la rebeldía. Resulta necesario unir el deseo de igualdad con el reconocimiento de la diversidad, porque no es lo mismo, por ejemplo, ser una mujer rica o pobre, blanca o negra, heterosexual o lesbiana, laica, cristiana o musulmana… Si queremos que el pensamiento se acerque a la vida debemos unir los derechos universales al reconocimiento de las experiencias diversas.

Pero, por otra parte, hay que estar atentos para que este respeto a la diversidad no se convierta en un festival celebratorio de las diferencias que nos haga olvidar el derecho prioritario a la igualdad. La cultura reaccionaria, como indica Victoria Camps, suele manipular la diversidad para borrar o dificultar el compromiso con lo colectivo en un sentimiento común de ciudadanía. Es un matiz importante. Defender el diálogo cauteloso entre igualdad y diversidad me parece imprescindible si queremos mantener la esperanza en una sociedad que no haga de la libertad la ley del más fuerte, sino el aire de una convivencia justa y posible entre derechos y deberes.

La sociedad de la desconfianza, que nos aleja del respeto a lo público y desacredita la política, provoca también identidades fanáticas que se niegan a pensar en los matices. Parece que la reflexión y el diálogo con lo otro son un síntoma de debilidad. La ley del más fuerte invita al fanatismo. Por eso es tan importante contar con maestras como Victoria Camps. Nos ayudan a mantener la esperanza en el fuego de Prometeo mientras meditan sobre la educación, los movimientos sociales y las deficiencias o los mitos de nuestros valores democráticos. Como dice Victoria, la confianza tiene que ver con el saberse frágil y vulnerable: “Son las crisis, los sucesos imprevistos, las guerras, la violencia psíquica o física lo que socava la confianza a la vez que uno se esfuerza por recuperarla”. 

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