Francisco Ferrer i Guardia, antimilitarista con todas las letras (que son muchas)
Vivimos tiempos de guerras cercanas, genocidios consentidos y bélicos clarines soplados a pleno pulmón por la OTAN y sus extensiones provinciales. No sobra, pues, dedicarle un espacio a aquellas mujeres y hombres que lucharon de una manera u otra por deslegitimar la violencia como forma de regular conflictos.
Al pedagogo catalán Francisco Ferrer i Guardia (1859-1909) le ejecutaron en el segundo de los dos grandes montajes policiales y militares con los que intentaron incriminarle. El que propició su muerte lo motivaron los sucesos de la Semana Trágica (1909), cuya espoleta fue la protesta popular contra el embarco de tropas en el puerto de Barcelona para ir a la guerra de Marruecos. Murieron en ella millares de soldados de origen humilde, enviados para defender los negocios africanos de quienes, al tiempo que promovían la guerra, pagaban para evitar que fueran sus propios hijos. Ya entonces esta “gente de bien” se envolvía en la bandera patria y discursos grandilocuentes.
Acusaron a Ferrer de promotor de los disturbios y le fusilaron apenas dos meses después, sin pruebas. No se arriesgaron a que se repitiera lo que había ocurrido tres años antes en el primer intento de criminalización, un montaje/sainete a raíz de que Mateo Morral lanzase una bomba al paso de la comitiva nupcial de Alfonso XIII y Victoria Eugenia de Battenberg.
Una parte no menor del poderoso anarquismo de principios del siglo XX fue pacífico y pacifista, partidario de un sinfín de acciones de presión colectiva, huelga, boicot, denuncias, señalamientos
Una parte no menor del poderoso anarquismo de principios del siglo XX fue pacífico y pacifista, partidario de un sinfín de acciones de presión colectiva, huelga, boicot, denuncias, señalamientos… Aun así, antaño, como hoy, se magnificaron las acciones armadas porque servían para justificar la violencia sistemática y ubicua de los poderes del Estado contra ese y otros movimientos que cuestionaban el “orden social” tan injusto en que el país malvivía.
Ferrer i Guardia fundó la Escuela Moderna en Barcelona, un movimiento de renovación de métodos de enseñanza y contenidos curriculares que promovió una educación de carácter mixto, antijerárquica, anticlerical y de inspiración anarquista. Corría el año 1901, España se lamía las heridas de la pérdida de las colonias ultramarinas y habían nacido hacía muy poco los autores de esa Generación del 98 que habrían de plantearse años más tarde unos cuantos porqués con tintes ontológicos.
Cuaderno manuscrito. Recapitulación de pensamientos antimilitaristas
Apenas dos años después, publicó un curioso librito de texto para su alumnado: Cuaderno manuscrito. Recapitulación de pensamientos antimilitaristas. Era un manual para niñas y niños de clase obrera a quienes se educó en un ambiente exquisito, donde eran protagonistas. Quizá la leyese el propio Morral, que fue durante un tiempo bibliotecario de la Escuela Moderna. Si lo hizo, su aprovechamiento fue parejo a su puntería.
El método que seguía el Cuaderno para enseñar a leer no era nuevo y continuaba una línea pedagógica de tradición decimonónica. Cada capítulo estaba escrito con un tipo distinto de grafía manuscrita porque, a fin de cuentas, la chavalada, cuando creciera, tendría que desempeñarse con letra escrita a mano. Lo que resulta sorprendente es el adjetivo del subtítulo, “antimilitaristas”, palabra quizá por primera vez inscrita en un frontispicio y prestigiada (paradójicamente) con tipos de imprenta.
En realidad, la obrita era una traducción de la antología que el anarquista francés Jean Grave recopiló un año antes (1902), pero que nombró significativamente de modo distinto: Guerre Militariste. Los 36 “pensamientos” colectados correspondían a textos de 22 autores distintos, franceses los más. Entre los más conocidos, Anatole France, Zola, Flammarion y Voltaire, el más representado. No sorprende encontrar a León Tolstoi ni a Ernest Renan, expulsado del Colegio de Francia por tildar a Cristo de anarquista.
Hasta entonces la palabra “antimilitarismo” no se había inventado. Cuando nació fue para educar
La cuidadosa elección del título que dio la Escuela Moderna al hacer la versión española era toda una declaración de principios, y no pasó desapercibida. Recién ejecutado el pedagogo, Antonio Pacheco y Yanguas, teniente coronel de Infantería, avisaba en 1910 de la amenaza que estas ingenuas publicaciones suponían para todo el estamento militar en un panfleto significativamente titulado Antimilitarismo, un alegato y apología de la opción contraria.
Su autor arremetía contra todo aquello que denostase la milicia y no enardeciese el espíritu nacional, y particularmente informaba de cómo “la campaña antipatriótica y antimilitarista comenzó a hacerse desde hace algunos años por medio de indignos opúsculos traducidos del francés, que los anarquistas españoles hacían circular profusamente”. Francia, cierto es, nos llevaba ventaja también en esto. No en vano hicieron una revolución cuyos ecos tanto tardaríamos en atisbar por estas tierras.
El anarquismo criticó la guerra, analizó sus causas y denunció a quienes la promovían desde el principio
El anarquismo criticó la guerra, analizó sus causas y denunció a quienes la promovían desde el principio y, aunque el pacifismo no desarrolló nunca un corpus específico en sentido estricto, esta línea de pensamiento superaba y daba estatus político a lo que hasta entonces había, acciones individuales de quienes, con suerte y valentía, sólo pudieron acceder a la dignidad de prófugo o desertor. Tampoco había tradición literaria propia y ni siquiera se había traducido al español Die Waffen nieder! (¡Abajo las armas!), novela expresamente antibelicista escrita por la baronesa Bertha von Suttner (1889), primera mujer galardonada con el Nobel de la Paz en 1906.
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Hasta entonces la palabra “antimilitarismo” no se había inventado. Cuando nació fue para educar.
Dentro de las distintas tradiciones anarquistas, la que renunció a la violencia dejó una honda influencia en la sociedad española. La larga noche franquista, el régimen militarista que nos hizo retroceder más años de los que duró, no pudo apagar la llama del todo. A la larga, afirmó el rechazo anticastrense de manera cualificada. Anarquismo y cristianismo de base fueron el sustrato teórico y la cantera de los primeros objetores de conciencia al servicio militar obligatorio por motivos políticos (los testigos de Jehová fueron siempre por otro lado y adujeron razones puramente religiosas), atrevidos protoinsumisos.
Ferrer i Guardia consideró que el futuro de la sociedad dependía de cómo y qué se enseñaba. Y por ello no dudó en introducir el antimilitarismo como uno de los contenidos que había que transmitir para crear una sociedad mejor, desmilitarizada. Estamos lejos de ella, pero lo estaríamos mucho más de no haber existido estas personas.