Todo lo que Concepción Arenal y Rosario de Acuña pueden enseñar a Margarita Robles de antimilitarismo
La letra X, hoy asociada al delirio de un supremacista surafricano, fue intensamente utilizada en la prensa patria del siglo XIX y comienzos del XX para firmar columnas periodísticas que ocultaban la autoría de quien las redactaba, a modo de seudónimo. Fue un recurso habitual y no porque desde ahí se dedicaran a escupir sin consecuencias, como hacen los ultras en la red de Elon Musk. Muchos periódicos eran redactados prácticamente por una o dos personas y esta práctica entraba dentro de los convencionalismos del género.
Una de las plumas que recurrió a esta costumbre fue la de la ferrolana Concepción Arenal Ponte (1820-1893), que bajo “X” redactó una serie de artículos para denunciar las guerras, como testiga de sus consecuencias. No nos equivocamos si la consideramos la primera mujer en desvelar sistemáticamente la crueldad de los conflictos armados y la imperiosa necesidad de acabar con ellos de manera fehaciente. El motivo fue la tercera guerra carlista (1872-1876). Fracasó el pretendiente Carlos de Borbón y Austria-Este y nos quedamos con otro Borbón, Alfonso XII. Quedaron atrás miles de muertos extraídos de los estratos más pobres de la sociedad, que no habían visto a uno ni a otro aristócratas ni les iba ni venía la contienda.
En Arenal, y en general en las mujeres que escribieron contra las guerras de esta época, hay más sentimiento que teoría, acorde con el propio pacifismo
El tono pacifista se vierte sobre todo en Cuadros de la guerra (1880), que recoge las crónicas que publicó en su revista, La Voz de la Caridad, durante su vivencia en primera persona de las consecuencias de una guerra azuzada por la prensa de uno y otro lado. En Arenal, y en general en las mujeres que escribieron contra las guerras de esta época, hay más sentimiento que teoría, acorde con el propio pacifismo, que a trancas y a barrancas ha conseguido construir algo parecido a un montaje teórico.
La filantropía podría ser el rótulo bajo el que se enmarca una forma de pasar por el mundo sin despreocuparse de lo que le pasa a la gente común. Pero la filantropía, paradójicamente, está mal vista. Preferimos a lo que parece, un sinfín de cátedras, institutos y observatorios internacionales que nos inundan con sus sesudos análisis. Todos llevan a la inevitabilidad de la guerra. Bendito sentimiento.
Algo similar le ocurre a la librepensadora madrileña Rosario de Acuña Villanueva (1850-1923), mujer burguesa e indomable. En la última obra de teatro que escribió, La voz de la patria (estrenada en el capitalino Teatro Español en 1893), un drama en verso sustanciado en un único acto, una madre y un padre discuten sobre la suerte de su hijo, al que llaman como reservista para ir a guerrear a Melilla.
Ella no quiere que vaya a la muerte, mientras el padre superpone a sus sentimientos el reclamo de la patria. “Sí; se irá, / lo mismo que se fue antes, / y se estuvo tres añitos; / como se estuvo su padre / nueve justos”. Nos recuerda a ese “Que hagan la mili, como la hice yo”, una de las frases más escuchadas contra los insumisos al servicio militar obligatorio en España en la década de los noventa del siglo XX por parte de señores adscritos a muy amplio espectro político.
En su desesperación, la madre planea la deserción de su hijo, aprovechando la cercanía de Francia, pues la acción transcurre en un pueblo aragonés. Le acompañarían otros dos mozos reservistas, hijos de la nodriza que criara al protagonista. El ama de cría, que es “mujer del pueblo”, cuando le proponen el plan, exclama: “No me diga / que salve a mis muchachos a ese precio; / jamás renegaremos de la patria; / su bendición nos dé vivos o muertos”.
Quienes dieron “su vida por la patria” hicieron a esta más mísera y sombría. Una patria que, por cierto, se olvidó de ellos tan pronto se apagaron las noticias
Muertos llegaron a miles en la deriva de este conflicto, que ocupó hasta la década de 1920. Quienes dieron “su vida por la patria” hicieron a esta más mísera y sombría. Una patria que, por cierto, se olvidó de ellos tan pronto se apagaron las noticias en la prensa local de su heroica muerte.
No era sencillo llevar a escena la deserción como posibilidad, salida personal para evitar el reclutamiento, en la que la madre insiste una y otra vez como única viable. Como hoy sabemos que lo personal es político, algún día habrá que hacer otra lectura de prófugos y desertores a lo largo de la historia, tan peyorativamente connotados. El plan, como era previsible, se aborta. Ocurre cuando descubre el padre a su hijo a punto de salir, al que cariñosamente invita “a morir o a la victoria, / que España la venganza está pidiendo”.
Carmen de Burgos. ¡Guerra a la guerra!
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De haber sido otro el final, no hubiera subido a las tablas. El público que asistía al teatro ovacionaría la solución. Desde luego, en las butacas no estaba la mayor parte de las madres (y padres) cuyos hijos tenían que ir al matadero. Quienes tenían dinero para pagar un palco en el Español lo tenían para eximir al hijo de ir a la guerra. En Israel los judíos ultraortodoxos, como sabemos, tampoco pueden ser alistados, pero desde la fundación del Estado sionista son los principales agitadores para que vayan… otros.
El patriotismo está tan inflamado de emociones como de poco análisis. Desgraciadamente, son euforias poco filantrópicas, porque no hay que ser un lince para saber cuáles son las consecuencias de las guerras, pongan más muertos unos u otros. Hace unos meses, Margarita Robles, ministra de Defensa del Gobierno de España y gran patriota, afirmó durante la jornada Mujeres, paz y seguridad: abordando los conflictos armados desde una perspectiva de género que “si las mujeres tuvieran más liderazgo, el mundo sería muy diferente”.
Yo también lo creo. Lástima que el tuyo lo hayas evacuado con el apoyo ardiente a la deriva militarista en que se ha embarcado el Gobierno de España. Con mujeres como tú, Margarita, tomando las decisiones que tomas, el mundo seguirá igual que si decidieran los gerontócratas que nos han llevado a esto. Ojalá, ministra, leas a estas mujeres, a las que citábamos en la anterior entrega y a cuantas y cuantos han tenido el coraje de decir las verdades del barquero. Aunque sólo sea para que te remuerda un poco más la conciencia.