50 AÑOS: EL PRINCIPIO DEL FIN DE LA DICTADURA
Matar de hambre a cambio de propaganda: cómo Franco boicoteó la ayuda a España por lavar su imagen
"La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) no nos va a dar ventajas económicas, sino más bien es un medio por el cual España puede demostrar lo hecho en el campo económico, agrícola, forestal y ganadero. Y llevando gentes que estén bien enteradas, podremos hacer un buen papel en nuestro beneficio, pero de lo contrario será como si no hubiésemos hecho nada". Son las palabras de Juan José Rovira, diplomático franquista, que, en plena hambruna, valora de esa forma la entrada de España al organismo especializado de la ONU que más podía ayudar a paliar ese hambre que asolaba el país. Lejos de ver a la FAO como una oportunidad de dar aire a una ciudadanía desesperada y paupérrima, a Rovira, como al conjunto del franquismo, solo le interesa una cosa: la propaganda.
El caso de la entrada de España en el organismo encargado de garantizar el suministro de alimentos en todo el mundo y de paliar de esa forma el hambre es paradigmático de la forma en la que el franquismo usó su política exterior para beneficiar al régimen y fortalecerlo geopolíticamente, aún a costa de empobrecer y castigar a la población. Esa disyuntiva entre lograr una mejora en las condiciones de vida de los españoles o hacer valer su posición internacional vertebra el libro Pan o imperio: Franquismo, autarquía y relaciones internacionales en los “años del hambre”, coordinado por Miguel Ángel del Arco y Francisco Rodríguez Jiménez, y en el cual varios historiadores analizan cómo la dictadura, durante más de una década, eligió el imperio frente al pan.
Esa idea de una España fuerte y que crecía sobre los cimientos de un pasado que el franquismo consideraba glorioso hizo víctimas a las personas de a pie, a los que sufrían día a día no tener nada que llevarse a la boca, de una gestión destructiva. "La dictadura tuvo la oportunidad de paliar la gran hambruna después de la guerra. Evidentemente las causas son multifactoriales, pero las políticas autárquicas la hacen más dura, más mortífera y mucho más duradera de lo que podría haber sido", comenta Francisco Rodríguez Jiménez, historiador, coordinador del libro y experto en las relaciones entre España y Estados Unidos durante la dictadura.
De hecho, el punto de la duración de la hambruna es uno de los aportes, para el autor, más relevantes que se hacen en la obra: "El No-Do afirmó profusamente que el hambre había durado muy poco, que había sido algo extraordinario y circunscrito a un periodo breve de tiempo, incluso llegando a defender que solo había sido un año, el 1942. Sin embargo, nosotros presentamos evidencias de que esta duró mucho más tiempo, hasta 10 o 15 años, porque hay datos que nos indican que todavía a finales de los 50 sigue habiendo hambre. Por ejemplo, uno de los más significativos es la talla. La altura media española no recupera niveles previos a la Guerra Civil hasta la última parte de los 50", comenta Rodríguez Jiménez.
El palo y la zanahoria
Es en los años posteriores al triunfo de los sublevados cuando se fragua la gran hambruna. Durante ese periodo, a una España ya de por sí empobrecida y exhausta tras un conflicto tan duro y sangriento, se le dio la puntilla con la destructiva decisión de Franco de acercarse a las potencias fascistas del Eje. El compadreo del caudillo con Hitler y Mussolini salió caro a la población española, que vio cómo ese alineamiento dificultaba enormemente la llegada de ayuda exterior.
Dificultó, que no imposibilitó, ya que el aislamiento internacional de la dictadura estuvo lejos de producirse. Las grandes potencias, especialmente Estados Unidos y Reino Unido, tuvieron relaciones con España durante la guerra, e incluso colaboraron con Franco para enviar ayuda a cambio de que el país no entrara en el conflicto. Es lo que los autores llaman la estrategia de "palo y zanahoria", que se prolongó durante la toda la guerra, permitiendo así la entrada de ayuda a cuentagotas. "Franklin Delano Roosevelt, por entonces presidente de Estados Unidos, tenía una posición ambigua con respecto a España antes del ataque a Pearl Harbour. Eso sí, cuando entra de facto en la guerra, se deja influenciar por la estrategia que está haciendo Reino Unido con respecto a España. Los británicos ya estaban aplicando esa política de "palo y zanahoria" desde hace tiempo, y Roosevelt se adhiere a ella", continúa Rodríguez Jiménez.
Esa ayuda constituía, en el fondo, un problema ideológico notable para el régimen porque, pese a que no podía hacer volar los puentes con Estados Unidos, aceptar esa asistencia significaba admitir que España la necesitaba y, por tanto, reconocer que el país se moría de hambre. "El régimen siempre camufló los efectos del hambre. Aducían a sequías catastróficas y sobre todo al bloqueo internacional. Esto último es cierto que existió. En 1946 la ONU impulsa un bloque diplomático que tiene a Franco con la soga al cuello, pero es en ese momento en el que entra Argentina con su ayuda alimentaria y económica y le da a Franco un balón de oxígeno fundamental. Además, el bloqueo total solo dura realmente tres meses, porque a principios del año siguiente, con la inminente Guerra Fría ya vuelven los acercamientos con EEUU", comenta Rodríguez Jiménez.
Algo similar sucedía en el lado estadounidense. Roosevelt tenía un Congreso y sobre todo una sociedad que estaba en contra de todo lo que tenía que ver con los nazis. Los estadounidenses veían con muy malos ojos a Franco y por eso el presidente se movió continuamente en la cuerda floja para no mancharse las manos. "El caso más relevante en este sentido viene con la ayuda del 1941. Aquí tanto EEUU como el franquismo la camuflan como si fuera de Cruz Roja, para dar la impresión de que, lejos de ser estadounidense, la asistencia es internacional. De esa forma, ambos ganan: Franco puede presentar la ayuda como una obra de caridad puntual, dándole un tinte religioso, a la vez que Roosevelt puede mantener su imagen de lejanía con los aliados de Hitler", defiende el historiador.
Lobbys pro Franco y empresarios aliados de la dictadura
Aun con todo, las relaciones de Franco con Estados Unidos son más complejas de lo que pudiera parecer. Por debajo del terreno estrictamente oficial y diplomático, España desplegó una red de apoyo para que la opinión pública estadounidense, tan contraria a establecer relaciones con el franquismo, virara hacia un lugar que le beneficiara a la dictadura. Su instrumento fue el Spanish Pro Franco Lobby, un grupo de presión financiado por el propio Estado español que se dedicó durante años a tratar de que EEUU se acercara a ellos. Para cumplir su objetivo, la embajada contrató en 1949 a Charles Patrick Clark, un reputado abogado que actuó como lobbista en las más altas esferas de poder a favor de Franco.
La Guerra Fría y ese trabajo del Spanish Pro Franco Lobby fueron fundamentales para que en la década de los 50, se completara el cambio de postura de los estadounidenses que culminaría en los Pactos de Madrid. "La mercadotecnia de este grupo de presión llegó a todos lados. Es cierto que desde ámbitos antifranquistas como los exiliados republicanos o los excombatientes de las Brigadas Internacionales se trató de contraatacar, pero estos grupos nunca tuvieron la financiación que tenía el Spanish Pro Franco Lobby, la cual venía directamente del Estado", lamenta Rodríguez Jiménez.
Pero no solo de los grupos de presión vino la ayuda a la dictadura. Otros empresarios, cuya ideología concordaba con la franquista de una forma u otra, actuaron a título individual para ayudar a Franco en sus momentos más complicados. Quizás el caso más significativo es el de Torkild Rieber, un exiliado noruego que llegó a EEUU después de la invasión de la URSS a su país y que, después de casarse con la secretaria del jefe de Texaco, continuó escalando para hacerse con las riendas de la compañía, una de las mayores petroleras estadounidenses. Su ideología anticomunista le hizo acercarse a Franco y prestarle ayuda ya durante la Guerra Civil, proveyéndole de un petróleo fundamental para el resultado final de la contienda. Rieber tenía en su contra la prohibición, vigente en EEUU, de no comerciar con los contendientes, pero, gracias a diversas trampas y subterfugios, el noruego acabó consiguiendo su objetivo de asistir a Franco, una ayuda que continuó durante la autarquía.
Precisamente en el anticomunismo que el jefe de Texaco compartía con tantos de sus conciudadanos hay que buscar la explicación de por qué el embargo a la dictadura no fue total. "En ese 1946 en el que Franco tiene el agua al cuello, las grandes potencias deciden dejarle vivir. En esos años, Europa y Estados Unidos entraban de lleno en la paranoia anticomunista y ese miedo ante un repunto de la influencia de la URSS en España terminó por frenar cualquier tipo de embargo o de intervención para hacer caer a Franco. Muchos pensaban que al hacerlo se corría el riesgo de desestabilizar al país, y por ello nadie actuó", concluye el historiador.
Sin aislacionismo pero con hambre
El estallido de la Guerra Fría dio a España la oportunidad de entrar en los organismos internacionales. Sin embargo, eso no hace sino dar un pretexto a la dictadura para vender esa visión imperial. La FAO se convierte así otro instrumento de esa hoja de ruta que también, pensaba la dictadura, podría hacer ver los supuestos éxitos franquistas en ámbitos como el agrícola, forestal o ganadero. "Es la primera organización de Naciones Unidas a la que accede la España de Franco y eso ya constituyó un éxito reseñable y explotable desde el punto de vista de la propaganda", afirma Rosa Pardo, historiadora y encargada del capítulo del libro dedicado a la FAO.
Pero rápidamente, la ocultación de datos del hambre de la población hizo inviable una actuación correcta de la FAO: "Al no informar de la situación de malnutrición de buena parte de la población, se desaprovechó la oportunidad de haber tenido acceso a ayuda alimentaria. Se podrían haber adelantado, por ejemplo, los programas que después se pusieron en marcha a partir de la ayuda procedente de los acuerdos hispano-norteamericanos, que sí pudieron venderse como un éxito de la dictadura".
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En ese sentido, el régimen llegó incluso a torpedear muchas de las acciones de la propia FAO, por ejemplo, evitando que España fuera catalogado como "país menos desarrollado", algo que habría permitido acceder a ciertos programas de ayudas, con tal de no asumir la hambruna. "Lo primero que solicita la FAO es información sobre la situación alimentaria del país. Dar a conocer los problemas de hambre de muchos sectores del país hubiera dejado en evidencia la ineficacia de la dictadura a la hora de abordar este problema. Se prefirió no pedir ayuda alimentaria con tal de no publicitar la oscura realidad que se vivía. Era una cuestión de prestigio", comenta la historiadora.
A ese problema de prestigio se le sumaba, explica Pardo, una cuestión ideológica: "En realidad, los dirigentes políticos españoles, en particular Franco y su círculo más próximo, incluido Carrero Blanco, desconfiaban ideológicamente de una institución de matriz aliada, liberal-democrática. Tampoco creían en el internacionalismo, es decir, en la cooperación internacional, por su forma egoísta de entender las relaciones entre los estados y porque temían cualquier cesión de soberanía, por mínima que fuera, por el riesgo de intervencionismo en asuntos internos".
El enfoque no cambia hasta bien entrada la década de los 50, en la que el ministro de Agricultura, Rafael Cavestany, decide promover la cooperación con la FAO, lo que permite que se pueda poner en marcha un programa de alimentación infantil a partir del fomento del consumo de leche, distribuida en escuelas y con ayuda a las industrias lácteas nacionales. "A partir de 1956 es cuando se aprueban las primeras ayudas de un programa que funcionó hasta 1970 y permitió un complemento alimentario de 500 cl de leche diaria en los 200 días del curso escolar", zanja la experta.