Mark Bray, historiador exiliado de EEUU: "El segundo mandato de Trump es explícitamente fascista"
Cuando se cumple un año del inicio del segundo mandato de Trump el análisis parece claro: Estados Unidos vive una aceleración autoritaria sin precedentes recientes. Ataques sistemáticos a minorías, restricciones a la libertad académica, persecución de migrantes y una ofensiva cultural que señala a periodistas, activistas y profesores universitarios como enemigos internos. En ese contexto, el historiador Mark Bray, profesor en la Universidad de Rutgers y autor del libro Antifa (2017, Capitán Swing), ha pasado de ser una figura académica comprometida a convertirse en objetivo directo de las campañas de acoso de la extrema derecha estadounidense.
Tras recibir amenazas de muerte en su domicilio, sufrir campañas de señalamiento y acoso en Internet y ver cómo su nombre circulaba en documentos oficiales y medios afines al trumpismo, Bray decidió abandonar Estados Unidos junto a su familia y trasladarse a España en otoño de 2025. Desde aquí observa con distancia —y preocupación— la deriva política de su país y analiza con infoLibre las lecciones históricas del antifascismo en un momento en el que, advierte, "algunos fascistas ya están en la Casa Blanca".
¿Cómo ha llegado un historiador de la Universidad de Rutgers a exiliarse en España en 2025?
Escribí el libro Antifa en 2017 y ya entonces recibí un montón de amenazas. La situación cambió más recientemente, después del asesinato de Charlie Kirk. Trump decidió, sin ninguna prueba, que la culpa era de la izquierda y poco después firmó una orden ejecutiva sobre Antifa [así es como se conoce al movimiento antifascista en Estados Unidos ] diciendo que es un grupo terrorista. En Estados Unidos no existe una forma legal de designar a un grupo doméstico como terrorista, solo a grupos extranjeros, así que esa orden no tiene fuerza legal, pero sí mucha fuerza retórica.
Fue entonces cuando empecé a recibir amenazas más serias. Durante unos días di clase por Zoom y el grupo local de mi universidad de Turning Point USA, la organización de Charlie Kirk, organizó una petición para que me despidieran. Fox News publicó un artículo sobre esa petición y entonces recibí muchas más amenazas. Una de ellas incluía la dirección personal de mi casa en Nueva Jersey. Dos días después alguien publicó mi dirección en X junto con información sobre mi familia y decidí que no era seguro quedarse en casa, especialmente en un país con tantas armas.
Mi esposa y yo pensamos en mudarnos a otra ciudad dentro de Estados Unidos, pero teníamos miedo, no solo por la situación personal, sino por la situación política en general. Habíamos vivido en España en el pasado, es un país que conozco más o menos, y decidimos venir aquí por un tiempo. En el aeropuerto también tuvimos problemas porque nos cancelaron la reserva y al día siguiente unos agentes federales me interrogaron y revisaron mis cosas durante una hora. Pero después de todo eso, aquí estamos.
¿Cree que las redes sociales y las estrategias digitales han cambiado la forma en que la extrema derecha moviliza a los jóvenes respecto a los años 20 y 30 del siglo XX?
La tecnología de la comunicación siempre ha sido importante para el fascismo. Hace cien años fueron los periódicos, la radio y, en menor medida, el cine. Todo eso fue fundamental para movilizar a la gente. Hoy la tecnología más importante son las redes sociales y en Estados Unidos encajan muy bien con una cultura extremadamente individualista. A través de las redes, un joven puede creer que está actuando como individuo —porque decide qué cuentas seguir, qué leer— cuando en realidad está participando en algo colectivo.
Los influencers juegan un papel clave. Se presentan como individuos con perspectivas personales, aunque en realidad tengan vínculos muy fuertes con la Casa Blanca o con organizaciones como Turning Point USA. Ese tipo de cuentas tiene mucho más poder que las cuentas oficiales y las redes crean espacios para que las personas participen en proyectos colectivos sin perder esa sensación de individualidad. La extrema derecha ha difundido con mucha eficacia la idea de que los hombres jóvenes son víctimas del feminismo o que la gente blanca es víctima de la cultura woke. Todo eso circula muy fácilmente por las redes y ha cambiado mucho la forma de movilizar, aunque el núcleo del mensaje sea parecido.
¿Qué ha supuesto este primer año del segundo mandato de Trump para los colectivos vulnerables, las libertades y la democracia estadounidense?
Su segundo mandato ha sido mucho más explícitamente autoritario, incluso fascista si queremos usar esa palabra. Los ataques contra grupos vulnerables han sido muy duros. Para mí, uno de los elementos más graves es el papel del Servicio de Control de Inmigración y Aduanas (ICE). Han detenido no solo a personas sin papeles, sino incluso a cientos de ciudadanos estadounidenses y los tribunales han respaldado detener a alguien por el color de su piel. Además, las personas detenidas acaban en centros horribles, que son más o menos como campos de concentración, y muchas son deportadas, incluso a países que no son los suyos, como El Salvador.
El Gobierno también ha atacado los derechos de las personas trans, quiere destruir el matrimonio igualitario y ha impuesto vetos migratorios a muchos países. En educación, en estados como Texas o Florida hay materias que no se pueden enseñar. A nivel federal, han creado listas muy largas de palabras prohibidas en documentos oficiales, como "mujer transgénero" o "vehículo eléctrico". Todo esto muestra que el objetivo es crear una nación cristiana y blanca. Make America Great Again es un lema fundamentalmente fascista, porque quiere volver a un pasado imaginario donde las jerarquías "naturales" eran respetadas.
"El segundo mandato de Trump ha sido mucho más explícitamente autoritario, incluso fascista"
¿Qué diferencias existen entre el primer y el segundo mandato de Trump?
Una razón es que probablemente Trump no pensaba que iba a ganar en 2016. Su campaña era más un intento de hacerse famoso y ganar dinero. Cuando ganó, no tenía un plan. Después del 6 de enero de 2021, cuando Mike Pence fue clave para frenar el intento de golpe de Estado, Trump decidió que la próxima vez solo trabajaría con personas que hicieran exactamente lo que él quiere. Por ello, su círculo es explícitamente autoritario y tiene un plan, como el Project 2025, para transformar el Estado y la sociedad. Además, el Partido Republicano del centro ha desaparecido, ya que figuras como Pence, Romney o incluso el legado de la familia Bush ya no existen dentro de la formación.
Trump también ataca a los periodistas. ¿Cree que veremos periodistas estadounidenses exiliados?
Es posible. Durante la última década, la extrema derecha ha decidido que todos los periodistas fuera de Fox News o Newsmax son enemigos. Si un periodista descubre algo importante, puede recibir amenazas de muerte. Habrá algunos casos en los que huir será necesario.
Trump y figuras como Charlie Kirk han servido de referencia para dirigentes y activistas de la extrema derecha en otros países. ¿Cómo interpreta usted este fenómeno de exportación de discursos y estrategias políticas entre Estados Unidos y Europa?
Creo que este intercambio funciona en las dos direcciones. Durante mucho tiempo la política estadounidense ha tenido una enorme influencia global y eso también se nota en la extrema derecha. Hay formas de comunicar, de movilizar y de hacer propaganda que vienen claramente de Estados Unidos y que luego se adaptan en Europa. Pero también es importante entender que muchas ideas centrales de la extrema derecha estadounidense no nacen allí. La teoría del gran reemplazo, por ejemplo, es de origen francés y ha tenido un papel muy importante en Estados Unidos. Lo mismo ocurre con conceptos como la re-inmigración, que surgen en Europa y después empiezan a circular en el debate político estadounidense.
Lo que vemos hoy es un intercambio constante. En Europa la extrema derecha ha estado históricamente muy centrada en la inmigración desde África y Oriente Medio, mientras que en Estados Unidos el foco ha sido América Latina. Sin embargo, las formas de articular ese racismo y de convertirlo en discurso político se influyen mutuamente, y las redes sociales han acelerado mucho ese proceso.
Además, hay una dimensión política organizada. Figuras como Steve Bannon han viajado a Europa para establecer contactos y desde la extrema derecha estadounidense existe un interés claro en debilitar proyectos como la Unión Europea, que se perciben como un obstáculo ideológico y económico. Por eso no hablaría solo de una exportación desde Estados Unidos a Europa, sino de una red transnacional de extrema derecha que comparte ideas, estrategias y objetivos.
Vox ha propuesto recientemente ilegalizar a las organizaciones antifascistas. ¿Estamos lejos de una criminalización como en EE. UU.?
Creo que la situación es diferente. En países como España, Francia o Italia, el antifascismo tiene una relación mucho más fuerte con la historia nacional. En Italia, después de la Segunda Guerra Mundial; en España, después del franquismo. Aquí el fascismo no es algo abstracto, es una experiencia histórica reciente. El esfuerzo de participar en la Segunda Guerra Mundial de los Estados Unidos no se vendió como un proyecto de antifascismo en el imaginario popular, por lo que términos como este tenían una asociación con la izquierda y con el comunismo después de la guerra.
Eso ha facilitado que hoy se pueda presentar el antifascismo como algo ajeno o extremista. En Europa es más difícil imponer ese marco, aunque no imposible. Dependerá del contexto político y de la fuerza de la extrema derecha.
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¿Qué lecciones históricas del antifascismo considera más útiles en el contexto político actual?
Cuando escribí mi libro en 2017 hablé mucho del antifascismo preventivo. Resistir al fascismo cuando aún es pequeño para que no crezca. Esa estrategia funcionó durante mucho tiempo, pero la situación actual es distinta y hay que plantarle cara. En Estados Unidos, algunos fascistas ya están en la Casa Blanca y tampoco estamos en el contexto clásico del antifascismo militante ni en una guerra civil. Es un escenario nuevo, pero sigue siendo fundamental conectar el presente con la historia del antifascismo. No solo para aprender lecciones prácticas, sino también por una razón emocional y política. Hay que entender que estamos en la misma lucha.
En la última década, el movimiento antifascista ganó la lucha en las calles, especialmente entre 2016 y 2019, pero la extrema derecha cambió de estrategia. Abandonó los intentos de crear un movimiento independiente, como en Charlottesville en 2017, y empezó a infiltrarse en el trumpismo, en protestas contra las mascarillas o las vacunas, y acabó influyendo directamente en el movimiento MAGA. El antifascismo ganó unas batallas, pero perdió otras, sobre todo, en el terreno institucional y en las redes sociales. La extrema derecha supo adaptarse y el antifascismo tendrá que hacer lo mismo.