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Arte político o propaganda política

Fernando Pérez Martínez

Nunca tan pocos (los representantes políticos de menos de dos millones de españoles) dieron por saco a tantos con tan groseros medios. Tómense unas docenas de fotos de fotomatón, pixélense convenientemente y titúlese la serie “presos políticos catalanes”, o “víctimas de los recortes”, o “huérfanos de la Guerra Civil”, o “responsables gubernamentales de la corrupción institucional”, o “nómina de corruptores españoles”, o “eclesiásticos católicos violadores de niños”. Y así kilómetros de posibles rótulos más o menos imaginativos servirán políticamente.

Que el Gobierno central o autonómico es tonto para la cosa del interés colectivo y un lince para sacar el mondongo al Tesoro Público es un hecho que no requiere más demostraciones que la lectura de la prensa de los últimos 30 años.

Una señora comerciante del mercado artístico o pseudoartístico hace sus negocios publicitarios, proyectando el nombre de su galería, a partir del trabajo de fotomatón promovido por agentes políticos del separatismo nacional católico de derechas catalán. Saca su rendimiento económico a unas instantáneas carentes de mérito artístico alguno, cuya valía le viene por el costado de la circunstancial coyuntura política española, generada por la calculada ineptitud de los integrantes de un Gobierno que prefiere que se rompa España antes que ir a la cárcel por ladrones, torpes e irresponsables que han servido desde la impunidad que da trabajar por el interés, y bajo el paraguas de los poderosos.

Dónde están los críticos que hallaron las virtudes artísticas de pixelar los rostros de 24 motivados peones encarcelados por el ilegal engorde de la hacienda de unos u otros tapados.

La naturaleza del arte da pie a interminables y sesudos debates acerca de las características que definen lo que es arte y lo que no, para poner en evidencia a los estafadores que presentan ocurrencias más o menos ramplonas como merecedoras del PVP de una obra de arte, asimilando el costo de una tontería envuelta en el celofán de la maestría técnica de las llamadas bellas artes.

Si a este material, censurado por el propio autor que amplió las imágenes de fotomatón y las colocó diciendo que son los retratos de la virgen y la colección de sus amantes o cualquier otra majadería, se le da la relevancia de la que carece dicha materia industrial, factible y reproducible por cualquier memo con suficiente calderilla en los bolsillos como para poner en marcha la cabina fotográfica y sus correspondientes ampliaciones, estamos degradando el concepto de arte. Estamos confundiendo churras con merinas, velocidad con tocino, culos y témporas, arte con gilipollez, cultura con propaganda. Lo que no pasa de ser todo lo más, el abuso de una campaña de mercadotecnia al servicio de los defensores de una opción política minoritaria que se va quedando sin espacio político y cuyos promotores recurren al cartel escandaloso, a la provocación grosera sin sustrato político, sin suficiente apoyo popular…

Aprovechando que los ignorantes saben que el poder censura, y que las víctimas de la censura en este país eran los buenos, los impostores se fingen perseguidos, como si no fueran un atajo de pesebristas al servicio de sus promotores políticos, amantes del absolutismo del poder regional, comarcal, provincial, local o vecinal. Asistimos a la constatación de que la tontería y la impostura en un país inculto rinde buenos beneficios. Lo del fotomatón de ARCO no es arte, sólo es agitación y propaganda. ___________

Fernando Pérez Martínez es socio de infoLibre

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