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La carne, modelo del desorden agroalimentario

Manuel Bernardo Fernández Somoano

La calidad de un gobierno de izquierdas se mide fundamentalmente en sus políticas económicas, en su sensibilidad democrática o mejor (progresividad) de sus políticas fiscales, las cuales son el pilar de las medidas sociales. Fijémonos que Unidas Podemos no está al frente de cartera económica alguna del Gobierno. Sin embargo, sí se encuentra gestionando algunas políticas sociales, que se resuelven en un continuo hervir de las contradicciones del sistema, que van desde la escasez de recursos, al querer de forma excesivamente rápida poner en funcionamiento medidas que sin ser ambiciosas nos acercan al modelo europeo. Dentro de este esquema encuentro las últimas declaraciones del señor ministro de Consumo.

Es cierto que tanto la comunidad científica como la opinión pública (infinidad de encuestas lo acreditan) son partidarias de la reducción del consumo de carne. Habría que hablar de cantidad y calidad, pero haría esta columna muy larga. Entonces uno se pregunta ¿por qué tanto ruido mediático? Encontrando varias respuestas, cambiar el tema diario de debate, poner en la diana al actor, etc.

Pero, ¿qué se esconde detrás de esa noticia para que se haya provocado tal nivel de crítica?

Al margen de la intencionalidad política que cada cual tenga, pues lo que se ha criticado es el modelo intensivo de producción y comercialización de carne que no está precisamente en manos de las explotaciones familiares agrarias, las explotaciones intensivas son el mayor contaminante de las aguas allí donde se establecen, pero la ministra de Transición Ecológica mira para otro lado. El ministro de Agricultura, Luis Planas, cuyas competencias prácticamente están en coordinar las políticas comunitarias, sabe del tema, pero en lugar de defender un modelo de agricultura sigue permitiendo que el complejo agroindustrial y la distribución condicionen los precios agrarios, en lugar de relacionar las subvenciones a la agroindustria con el establecimiento de la obligatoriedad de los contratos agrarios, que son la negociación colectiva del sector. La ganadería intensiva se basa en el consumo de piensos fundamentalmente importados que aumentan nuestro déficit comercial, pero a eso no tiene nada que decir Nadia Calviño. Guillermo Fernández Vara no opina de las millonarias subvenciones a los agricultores del Paseo de la Castellana en detrimento de los trabajadores del campo o de las pequeñas explotaciones. O Revilla, el de Cantabria, al que el tema no le afecta, debería preocuparse de realizar la gestión de su territorio de otra manera empezando a repoblar sus cabeceras de cuenca al objeto de mejorar sus recursos hídricos, pues Santander tiene sed. Podríamos seguir con los que no han hablado, que para todos hay, pero seamos breves.

Nuestro modelo de dieta es bueno, pero no comemos de forma adecuada, fundamentalmente la población urbana con escasos recursos económicos. Incluso no producimos alguno de los elementos genuinos de nuestra dieta: las legumbres. Fijémonos en el origen de las mismas cuando pasemos por el lineal correspondiente del súper donde compramos, veremos que no son de producción nacional en su mayoría. A algunos se les llena la boca con la palabra sustentabilidad.

Observamos que nuestros problemas son de muy variada índole, que las competencias están cruzadas entre diferentes administraciones, pero la solución de los mismos va a suponer muchas contradicciones, pero esa es la realidad. Problemas que no solo son el origen de una alimentación desequilibrada, sino también del despoblamiento rural, entre otras razones.

Hay que defender claramente las producciones extensivas ganaderas, reduciendo la producción intensiva. Hay que reducir el consumo de carne de mala calidad, sustituyéndola por la de buena calidad, hay que defender la soberanía alimentaria, comiendo de lo que producimos y considerando la producción agraria como algo estratégico.

Manuel Bernardo Fernández Somoano es socio de infoLibre

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