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Disonancias

Francisco Javier Herrera Navarro

Así reza el título de un libro del filósofo frankfurtiano (también destacado músico) Theodor Adorno en el que plasmó las nuevas tendencias de la música que nacen de la búsqueda del tronco común que conecta las aportaciones de Schönberg y Stravinsky, antitéticas en un principio porque ambas rompieron con los cánones de belleza tradicionales basados en acordes armónicos y agradables al oído; algo parecido a lo que sucedió en poesía con la ruptura de la rima y el ritmo del verso o en el arte plástico con las deformaciones y distorsiones cubistas de las apariencias.

Unas disonancias que en aquellos tiempos hace ya más de un siglo (y que no pierden su modernidad) resultaron traumáticas y de imposible digestión para la mayoría pero que ahora en la época de la postverdad resultan de una apabullante normalidad. Y es que el fenómeno vanguardista a lo largo del tiempo tiende a perder su carácter revolucionario y de "choque" y como cualquier otra cosa de la vida se banaliza hasta el punto de que lo que en principio fue del agrado de minorías cursis y esnobs ahora lo tenemos hasta en la sopa, hasta el punto de que ha pasado a formar parte del acervo del común de los mortales para desdicha de todo aquel que pretenda tener un mínimo rasgo de distinción dentro del maremágnum uniformista en el que andamos sumergidos. Y es que el sistema capitalista y burgués tiene eso, no puede dejar de producir incluso engendros que luego engulle para ir sobreviviendo y perpetuándose per saecula seculorum.

Una manifestación de que nuestros oídos, nuestra vista o nuestras entendederas en general se han acostumbrado a la disonancia extrema, la tenemos a diario en multitud de ejemplos que nos asaltan mediáticamente y que sólo persiguen el rédito electoral, único objetivo y fin de la gestión de la cosa pública (y quien nos quiera convencer de otra cosa miente como un bellaco). Con esa asimilación mayoritaria del lenguaje y de los argumentos disonantes, los aparatos político-mediáticos de los partidos ahora están empeñados en llevarnos al terreno de las simples dicotomías (blanco/negro, izquierda/derecha, verdad/mentira, etc.) para que puestos en la tesitura de elegir no tengamos otro remedio que acudir a actos de fe prescindiendo de los matices y de nuestra supuesta capacidad de raciocinio, de síntesis o de simple crítica, obligándonos a optar, como si no existieran tonos grises o armonías dentro de la disonancia, por la simple negación del otro o por su conversión en enemigo.

De ahí la nula capacidad de escuchar, rebatir o debatir; de ahí la jaula de grillos de cualquier tertulia televisiva, radiofónica o incluso sobremesa familiar; de ahí el exabrupto, el ruido estentóreo, la palabra malsonante, el insulto, el ataque; de ahí el clip hortera y barriobajero, el alumbramiento de lo cutre cuyo único fin de épater le bourgeois o de escandalizar (que es más castizo) al prójimo; primores de lo vulgar, lo definió no sé quien; todo, todo eso, es detritus, basura reciclable que nuestro sistema necesita como el aire en perfecta sintonía con la degradante disonancia a la que nos somete a diario la naturaleza que nos envuelve.

Hoy los términos de la dialéctica están así, no hay posibilidad de síntesis, de acuerdos superadores de los antagonismos, se quiere la misma cosa y la contraria, léase (por poner ejemplos recientes) despolitizar la Justicia y proponer a los jueces más politizados, arrepentirse de los crímenes y sacar a los asesinos de las cárceles, derogar todo y reformar partes, ser defensor de la democracia y refugiarte en una dictadura, ser gobierno y ser oposición, todo al mismo tiempo, de un día para otro… ¿en qué quedamos? ¿es que se puede vivir así con esa perpetua y machacona disonancia?, pero ¿qué broma es ésta? que diría el periodista. Para mí que se persigue conscientemente el caos babélico para propiciar la advenencia de franquitos aflautados y monotesticulares que nos lleven al perpetuo mundo feliz, al paraíso capitalista de verdad (pues el otro ya fracasó) en el que tendremos todas las necesidades básicas cubiertas y en el que solamente nos dedicaríamos a consumir cada vez más ocio y bienes culturales, por supuesto ya decididamente disonantes. No hay más que dar un repaso a los estrenos cinematográficos, últimas tendencias escénicas, series televisivas y programas de mayor audiencia para observarlo y todo eso por no hablar del mundo virtual con las piruletas anunciadas del teletransporte y del metaverso… ¿para qué queremos más?

Byung Chul-An, filósofo de cabecera del capitalismo digital, en La expulsión de lo distinto, afirma que en la medida que pretendemos ser cada vez más diferentes «prosigue lo igual» porque el sistema sólo permite que se den «diferencias comercializables» o (añado yo) «diferencias irreconciliables», que es lo que hoy en día más vende, y atrae, electoralmente hablando. Y es que en el trasfondo tanto de la disonancia estética como en la socio-política de lo que se trata es de que no tengamos otra opción que elegir entre los dos polos sempiternos de la realidad desde que el mundo existe: la fe ciega y la razón, la creencia en que algo trascendente rige nuestros destinos y que por lo tanto no podemos hacer nada por cambiarlo y la aceptación de nuestro mundo tal y como es y del que nosotros, especie humana, somos los únicos responsables.

Cada uno (los menos) debería saber en qué parte está pero el problema son los que están en medio de esos dos polos (los más), por lo que se rigen en los inconfesables objetos de deseo de los aparatos mediático-políticos para ser atraídos a sus respectivas parcelas de felicidad y bienestar. De ahí la lucha sin cuartel para desequilibrar la balanza en favor del que aparente tener mayor capacidad de distorsión o disonancia; pugna en la que no atisbo otra solución que intentar recobrar un mínimo de armonía incluso entre opuestos (¿por qué no?) salvo que optemos por el partido blanco que tan magistralmente narró José Saramago en su Ensayo sobre la lucidez, en cuyo caso todo el edificio (Dios no lo quiera) se iría al carajo.

Francisco Javier Herrera Navarro es socio de infoLibre

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