Dos en uno: facha y tonto
Es tradición en casi todas las culturas que la tribu saque adelante a sus miembros más frágiles, en especial a quienes algún dios cabrón o la naturaleza putea con alguna tara, minusvalía, deficiencia o subnormalidad, dependiendo el término utilizado de la época y la mentalidad de quien lo diga. Antaño, las taras de naturaleza física se contrarrestaban con mayor o menor éxito según su severidad, pero el asunto se complicaba cuando afectaban al intelecto del neonato, una suerte de condena que recaía sobre las familias y sus entornos.
En la España nacionalcatolica, como reminiscencia medieval, las familias ocultaban “sus pecados” en armarios domésticos, fuera del alcance de los ojos y las lenguas del vecindario y la autoridad, como defensa del oprobio. En esos armarios, la tribu recluía a los desviados sexuales, a quien era atrapado por ciertas adicciones, al disidente político y, motu proprio de la familia, al subnormal profundo. Cuando la deficiencia permitía un nivel aceptable de autonomía, la pena era conmutada por libertad vigilada que le permitía salir a la calle.
Por nacimiento o como secuela de alguna enfermedad o accidente considerados “castigos divinos”, las personas taradas eran insertadas en la sociedad con suerte desigual de unos a otros casos. Por ahí debe andar el origen del “tonto del pueblo”, personaje conocido por todo el vecindario que le brindaba su protección aunque, a veces, fuese tratado con crueldad y actitudes insultantes camufladas entre risas y burlas. Cada pueblo tenía su tonto, con su mote y, a menudo, con una fama que traspasaba los límites del lugar donde vivían.
En otro orden de cosas, durante la larga dictadura, hasta en las cortijadas más remotas de la España profunda, había fachas. Por desgracia para el país se trata de una especie tan nociva como fecunda, una plaga que se sumó a las de ratas y piojos. Hubo fachas de toda ralea: de cuna, aristócratas, terratenientes, industriales, caciques, señoritos, nuevos ricos, estudiados, funcionarios… de adopción, convencidos, forzados, meritorios, fanáticos, radicales, moderados… impostados, temerosos… e ignorantes y pobres, quizás los peores.
Era una paradoja contemplar, en los desfiles y las fiestas mayores, al tonto o a la tonta del pueblo con sus mejores galas divirtiéndose junto a los fachas. Detrás del Santo Copón, la Patrona o el Patrón, en solemne procesión, desfilaban escuadras de civiles, a veces la Legión, con uniformes impolutos, brillantes mosquetes, paso marcial y la banda de música tocando marchas militares, todo un espectáculo. Delante, la pompa de la autoridad civil y militar. Completaba la estampa, el tonto del pueblo, sonriente, con sus ropas de domingo.
De pronto, los pueblos saludaron a sus subnormales, a sus maricones, a sus bolleras, a sus rojos, a sus putas… en una explosión de alegría
Muerto el dictador, los tontos del pueblo y demás colectivos desfavorecidos pudieron al fin, la inmensa mayoría, salir del armario para disgusto de la derecha y la extrema derecha que dieron sus últimos coletazos en cuarteles, cuartelillos, parroquias y otras trincheras. De pronto, los pueblos saludaron a sus subnormales, a sus maricones, a sus bolleras, a sus rojos, a sus putas… en una explosión de alegría a la que, inocente y jubilosamente, llamaron Democracia. Furioso, el facherío se retiró a conspirar en sus cuarteles de invierno.
Año 2025. Los fachas reclaman de nuevo la calle que consideran suya en exclusiva. Exigen reabrir los armarios para maricones, bolleras y rojos; a las mujeres las quieren en la cocina con la pata quebrá mientras ellos van de putas. Respecto a los discapacitados en general y a los psíquicos en particular –prefieren seguir llamándolos “disminuidos”– parece no molestarles su presencia en las calles, tal vez por la dificultad para distinguir a muchos fachas de los tontos del pueblo. Los noticiarios constatan que hay mucho facha subnormal.
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Vero Barcina es socia de infoLibre