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Un futuro comprometido

Mario Diego

Desde la irrupción de los chavistas en el paisaje político venezolano y su victoria electoral en 2000, la derecha y las clases dominantes han intentado derrocarlo reiteradamente. El empeoramiento de la situación económica desde hace tres años y la dificultad en la que la población se encuentra para subsistir, ha sido el fertilizante que nutrió políticamente a la oposición, permitiendo a ésta liderar el descontento y protestas de la población contra Nicolás Maduro.

La caída brutal del precio del petróleo creó una situación de importante penuria sufrida con pesadez por la población. La producción nacional ha retrocedido y la inflación se ha disparado, lo que reduce a poca cosa, por no decir a nada, el poder adquisitivo de las clases populares y una parte de la clase media; tal situación contribuye a un incremento considerable del mercado negro mientras que las estanterías de los centros comerciales están vacías.

Desafortunadamente para los chavistas, aprovechar la renta del petróleo para financiar sus programas sociales sin intentar diversificar la economía basada en las materias primas y particularmente la del petróleo, ha funcionado el tiempo que duró el alto precio de éste y ha contribuido a que Venezuela –como otros países monoproductores– siga dependiendo de la economía mundial imperialista y de las fluctuaciones del precio de las materias primas.

Por otra parte, para no ver confiscados sus bienes financieros en el extranjero por los organismos prestamistas, el cumplimiento del pago de la deuda es una prioridad para el Gobierno, lo que le impide asegurar el avituallamiento, tanto de alimentos como el de medicamentos debido a los altísimos costes de estos productos, costes generados por los precios practicados en el mercado mundial.

Si el lema a la moda del socialismo del siglo XXI cuando el precio del crudo era elevadísimo y permitió concretar programas sociales beneficiando a las clases populares, cosa importante en una América latina en la que éstas viven mayoritariamente en la miseria, el tal socialismo, por muchas expropiaciones llevadas a cabo, no ha dañado a los poseedores locales que hoy están agitando la batuta en la calle.

Chávez ayer, como sus discípulos hoy, nunca han sido revolucionarios dispuestos a acabar políticamente con la propiedad privada de los medios de producción expropiando a la burguesía local; es más, han cohabitado con ella.

Los grandes medios del mundo entero, y de nuestro país con más ahínco todavía, han manifestado su hostilidad hacia el chavismo como lo hicieron hacia Cuba, no obstante este hecho no otorga a Chávez y al chavismo virtudes revolucionarias, y menos aún socialistas, en el sentido dado a ese término por Marx y Engels; es más, reivindicándose revolucionario bolivarianista, él mismo indica en que marco se sitúa su acción revolucionaria y cuáles son sus límites, límites sin ninguna duda nacionalistas.

Si la retórica empleada por Chávez ayer –como la empleada por Maduro hoy– es una  retórica de izquierdas, declarando que “la propiedad privada no es un derecho absoluto libre de toda responsabilidad social”, no hay que olvidar lo que declaraba acto seguido: “En tiempos normales  respeto los derechos de los propietarios”. ¿En tiempos normales? En 2005, las nuevas leyes agrarias que desde 2001 afectaban exclusivamente a las propiedades del Estado, han sido únicamente extendidas al 20% de las tierras no cultivadas perteneciendo a los caciques privados. Una manera como otra cualquiera de salvaguardar sus intereses.

De la misma manera, durante los años de bonanza proporcionada por el altísimo precio de los hidrocarburos, los principales beneficiarios han sido los banqueros. Los programas sociales han mejorado, sin duda alguna, las condiciones de vida del 20% de los más pobres, cosa nada despreciable. No obstante tal mejora solo representaba el 6% de la riqueza nacional, mientras que el 20% de los más ricos acaparaban 44%.

Difícil prever el futuro de Venezuela. Lo que sí se puede prever es lo que ocurrirá a los programas sociales de los chavistas que, si no bastan para caracterizar el país como país socialista, han permitido, por lo menos, progresos en la educación, la salud y en contra de la pobreza. No cabe la menor duda de que una victoria de la derecha y extrema derecha acabaría con ellos.

En esta pelea, las clases populares no podrán fiarse de la derecha, naturalmente, pero tampoco de los chavistas. Sin voluntad, por parte de estos últimos, de acabar con los pilares del sistema capitalista, han comprometido la esperanza que el advenimiento de Chávez, supremo salvador según algunos, había generado. Las trabajadoras y trabajadores venezolanos solo podrán contar con su propia fuerza y su propia organización independiente defendiendo sus propios intereses de clase. _________________

  Mario Diego es socio de infoLibre

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