La genética de la corrupción
La serpiente veraniega zigzaguea en las largas noches de caluroso insomnio. Para calmar su desasosegado trasiego, la radio vela la noche. Recuerdo hace tiempo que en el ir y venir del dial un periodista de la Cope ponía en boca del político Eme Punto el siguiente aserto: "La corrupción es algo consustancial al hombre e inevitable".
Para abonar tal tesis acudía el señor Eme Punto a la teología política, atribuyéndonos la universalidad de un pecado original para el que además no habrá ni redención ni redentor. Manchados todos nadie puede distinguirse de otro aplicando para ello el principio de igualdad, que olvida para otras cuestiones y derechos de ámbito universal.
De esta manera todo se diluye. Los que son corruptos hacen uso del pecado intrínseco, porque los que no lo son también están manchados y no pueden ejercer de acusadores. Así ante el posible beneficio del ejercicio corrupto, el que pudiera tener algo de reparo opta también en beneficiarse puesto que en el juicio universal (según el señor Punto) será acusado del mismo pecado, sin rédito alguno. Es como el viejo refrán de “el tabernero viendo que perdía también bebía”.
La corrupción es una patología de la ética adquirida como consecuencia del mal uso del poder, de la política o de la ambición entre otros. Ninguno de estos tres conceptos, por ejemplo, son sinónimos de la corrupción, salvo cuando prostituyen su fin. Un fin bien definido en el viejo concepto del esplendor griego de Pericles: el fin del poder la “eunomia”: el buen gobierno. El de la política: la “isonomía”: la igualdad ciudadana.
Yo no creo como Rousseau en su Emile, en el “hombre bueno por naturaleza”, pero si en la educación de la voluntad, de la buena voluntad. Eme Punto eligió otra parte del rábano filosófico de Rousseau, por la cual Emile participaba en una sociedad inevitablemente corrupta.
No nacemos corruptos señor Eme Punto, ni todos somos corruptos por naturaleza. La mía no lo es, ni la de muchos ciudadanos y ciudadanas. Se es corrupto por decisión, por oportunidad y por voluntad y no por naturaleza. Estoy seguro que en alguna circunstancia personal, profesional, etc. se nos ha presentado la ocasión de corrompernos, pero la facultad de ordenar nuestra conducta, que es la voluntad se ha decantado por no aceptarlo.
Como mediterráneo y clásico a pesar de ser de ciencias, no me queda más remedio que hacer nuevamente alusión a los griegos de hace 2500 años: La corrupción no tiene como elemento esencial los bienes y la riqueza. Hay otras peores: la corrupción de principios y de ideas hace aun más corruptas a las personas que se cobijan en ella, porque el daños a la polis es mayor.
Estoy casi seguro que el señor Eme Punto leyó esto, pero se le debe de haber olvidado.
A mí no.
Juan Manuel Arévalo Badía es socio de infoLibre