¿Has sufrido ecoansiedad?
He sufrido y sufro ecoansiedad. Un achaque al que está expuesta cualquier persona medianamente bien informada.
En mi caso no es algo nuevo. Estudiando la Licenciatura en Ciencias Ambientales tuve acceso a estudios, trabajos y publicaciones que evidenciaban los efectos de las actividades humanas sobre el medio que sustenta nuestro modelo de civilización.
De eso han pasado más de 20 años. Por el camino noticias cada vez más inquietantes: desaceleración de la corriente del Atlántico norte, debilitamiento de la corriente en chorro... todos los mecanismos que explican el sistema climático afectados por el constante aumento de las emisiones de efecto invernadero de origen antropogénico.
De un niño al que le gustaba montar en bicicleta por caminos y pasear por el monte pasé a ser un joven con inquietudes ambientales. Y sin darme cuenta me había convertido en un adulto con ecoansiedad.
Quizá no tanto por las malas noticias sobre el clima, la frustración por la falta de ambición política o el desencanto ante la capacidad de los grandes agentes económicos para marcar una agenda contraria al interés general.
Un especialista al que consulté hace unos meses me dijo que con 45 años lo que importa no es si tienes algún grado de dislexia o en qué parte del trastorno autista se me pudiera encajar. Lo relevante es ser un adulto funcional
Las proyecciones a futuro materializadas en pandemias zoonóticas, episodios climáticos extremos —desde las borrascas Filomena o Elpis a las olas de calor, sequías y sucesivas noches tropicales sin dormir— que marcan la infancia de mis hijos y condicionarán su vida son mi principal causa de ecoansiedad.
Un especialista al que consulté hace unos meses me dijo que con 45 años lo que importa no es si tienes algún grado de dislexia o en qué parte del trastorno autista se me pudiera encajar. Lo relevante es ser un adulto funcional.
Le hemos puesto nombre: ecoansidad. Pero lo relevante es si somos capaces de vivir con ello. Asusta y puede paralizar, pero está aquí para acompañarnos. Lo importante es que seamos consecuentes y, en nuestro ámbito de actuación, tomemos las medidas a nuestro alcance para seguir funcionando dentro de los límites planetarios.
Sabemos las causas y conocemos las soluciones. Podemos negarlo o pintarlo de verde. Pero nada de eso va a conseguir que nos adaptemos a los cambios que se están produciendo —cada vez más deprisa—, o que evitemos impactos —más graves cuanto más tardemos en reaccionar— sobre nuestra acomodada forma de vida.
Sí, sufro ecoansiedad. Y trato de mantenerme en un nivel de vida compatible con las necesidades de los ocho millardos de personas con las que comparto el planeta.
Sí, sufro ecoansiedad. Y procuro que mi trabajo compense el impacto que causo generando los ingresos con los que pago mis facturas.
Sí, sufro ecoansiedad. Pero hago lo que está en mi mano para que mi paso por este planeta no deje una hipoteca para la generación siguiente.
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Alberto Vizcaíno López es socio de infoLibre.