¿Quinta columna?
Una vez consolidada la Transición y el régimen democrático en España, la pertenencia, a partir de 1986, a la Unión Europea, por un lado, y a la OTAN, por otro, han sido dos de los ejes fundamentales de la acción exterior del país, junto con las relaciones especiales que se trata de cultivar y promover con los países iberoamericanos, por los lazos históricos que nos unen.
La ciudadanía española, desde la adhesión, ha sido una de las más entusiastas con el proyecto de construcción europeo, y según las encuestas lo sigue siendo hoy en día, tras un bache de desapego que se produjo durante la época de la crisis de 2008-2014 con las políticas de austeridad y la tutela de la “Troika”. La presencia de España en Europa y en el Mundo y su política exterior, comercial y de alianzas está plenamente imbricada en la Unión y en la defensa del multilateralismo. La moneda única, la movilidad que propicia el espacio Schengen o programas como Erasmus han contribuido de manera decisiva al sentimiento de pertenencia que compartimos la mayoría de los españoles.
Históricamente, la integración en la OTAN ha suscitado mayor controversia e incluso rechazo entre ciertos sectores de la izquierda, sin embargo, desde la entrada en la organización, la política de seguridad de este país ha tenido como núcleo vertebrador la participación en la alianza, que ha proporcionado un importante paraguas de protección, ha definido la estrategia de defensa y ha propiciado economías de escala que nos han permitido disfrutar de un alto nivel de seguridad a un coste menos oneroso.
No cabe duda de que, para España, tanto bajo los gobiernos socialistas como con los del Partido Popular, la Unión Europea y la OTAN han sido y son elementos estratégicos clave que definen nuestra presencia en el mundo.
No obstante, este alineamiento europeo y atlántico tiene también consecuencias. Una de ellas es que sus enemigos lo son también de todo el conjunto de aliados. Entre estos enemigos, sobre todo desde la invasión de Ucrania, destaca Rusia. El Gobierno de Putin se esfuerza por torpedear y debilitar el desarrollo de la Unión Europea y ve la ampliación de la OTAN como una amenaza para su propia seguridad y para sus aspiraciones de recuperar el control sobre los países miembros de la antigua Unión Soviética.
En particular, en su esfuerzo por desestabilizar la Unión Europea desde dentro, Rusia ha tratado de provocar el caos institucional, de socavar la cohesión europea y de confundir a la opinión pública mediante redes de desinformación masiva que pretenden condicionar la percepción de la ciudadanía y los resultados electorales (investigaciones francesas, por ejemplo, detectaron cerca de 200 sitios web que difundían información falsa antieuropea y anti ucraniana). La injerencia rusa es una de las principales preocupaciones de seguridad de la UE. El Parlamento Europeo ha emitido varias resoluciones para tratar de frenar esta intromisión. En el caso de España, se investigó y el Parlamento Europeo acabó condenando los contactos entre agentes rusos y partidos secesionistas catalanes durante el procés.
En el ámbito de la seguridad europea, la amenaza rusa se considera algo cada vez más preocupante, a partir, sobre todo, del recrudecimiento de la guerra en Ucrania. La presencia frecuente de drones no identificados que alteran el tráfico aéreo en países del entorno del Báltico, y la constante intimidación en las fronteras de Polonia y otros países han hecho que Dinamarca, Alemania, Bélgica y recientemente, Francia, hayan decidido restablecer un servicio militar voluntario, en preparación para una eventual guerra.
El líder de Vox, Santiago Abascal, es asiduo a las reuniones de la CPAC, en Washington, donde dirigentes como Donald Trump le felicitan por “su gran trabajo”
Entre los instrumentos que utiliza Rusia para socavar desde dentro los avances en la construcción europea y el funcionamiento de las instituciones democráticas, uno de los más importantes es la compra de voluntades de políticos y la financiación directa o indirecta de los partidos de ultraderecha, a cambio de su alineamiento con los intereses de Moscú y en contra del multilateralismo que defiende Europa. Ya en 2014 se produjo un escándalo en Francia cuando salieron a la luz las conexiones financieras del Ressemblement National de Marine Le Pen con la Rusia de Putin. En España se ha investigado también la financiación de Vox mediante préstamos de bancos húngaros afines al presidente Orbán, muy próximo al mandatario ruso.
En las cumbres que organizan determinados partidos de ultraderecha con presencia de partidos afines de varios países europeos, es frecuente que haya representantes de Moscú entre los oradores. Una de estas cumbres se celebró durante el pasado mes de septiembre en San Petersburgo, con presencia de partidos españoles, nada menos que en el Palacio Mariinski, sede de la Asamblea Legislativa de San Petersburgo, tal como informa en El País el periodista Miguel González (23.11.2025). Estos partidos defienden públicamente las posiciones rusas, actúan en contra de los objetivos de la Unión y en contra de los intereses que defienden sus propios países y gobiernos. Hace pocos días, el miembro del Parlamento Europeo y exlíder de Reform UK, el partido británico marcadamente pro Brexit, Nathan Gill, ha sido condenado a diez años y medio de cárcel por aceptar sobornos de agentes prorrusos.
Pero no es únicamente Rusia quien ve una amenaza en una Unión Europea fuerte y unida, con peso en el contexto internacional. Por razones distintas, pero con un mismo objetivo que Rusia, el presidente Trump también trata de torpedear el desarrollo de la Unión. Es evidentemente más fácil imponer sus objetivos a países relativamente pequeños y desunidos que a un conglomerado grande y fuerte que actúa con una sola voz. Sus prioridades son económicas, básicamente reducir el déficit de su balanza de pagos y promover los intereses de las multinacionales americanas, pero son también ideológicas, antinmigración, autoritarismo, anti ecologismo, anti woke. Para lograr imponer su ideología utiliza tácticas parecidas dirigidas a los mismos actores. Estados Unidos también trata de seducir con apoyos y con financiación a los mismos partidos de ultra derecha europeos. El líder de Vox, Santiago Abascal, es asiduo a las reuniones de la CPAC (Conservative Political Action Conference), en Washington, donde dirigentes como Donald Trump, le felicitan por “su gran trabajo”. También mantiene lazos con organizaciones ultra conservadoras como The Heritage Foundation.
Siempre se ha considerado traición conspirar en el ámbito internacional con terceros países en contra de los intereses del propio, tal como los definen sus parlamentos y gobiernos democráticamente elegidos, especialmente en casos de conflicto. Sin embargo, estos partidos pretenden hacernos creer que actúan movidos por su patriotismo. Que son los únicos verdaderamente patriotas. Que atacan a sus propios conciudadanos, simplemente porque piensan distinto, por amor a la patria, para salvarla. ¿Qué patria? ¿Qué patriotismo? ¿No será acaso todo lo contrario?
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Juan Pedro de Basterrechea es socio de infoLibre.