¡Salud, Cochise!
La avanzadilla militar llega a la taberna. “Cuatro cervezas”, pide un soldado. “Lo mismo para mí, y un whisky”, replica el sargento. Toda la película está trufada de diálogos soberbios, esculpidos en piedra. “Si los vio, señor, no eran apaches”, sentencia John Wayne a Henry Ford, en una réplica que augura el final.
El otro día volví a ver Fort Apache en TCM, para maravillarme una vez más del canto de respeto con el que trata a las naciones indias. John Ford, hombre complejo lleno de aristas, quiso reunir a su plana mayor para rendir un homenaje a los apaches, al que no faltaron el imprescindible Ward Bond, el enorme Victor McLaglen, para siempre Will Danaher, y Hank Worden, para siempre Mose Harper.
La película, basada levemente en hechos reales, cumple su cenit cuando un destacamento del fuerte acude en delegación de paz a reunirse con los jefes apaches. El blanco y negro sobre el fondo árido del valle adquiere toda su potencia expresiva mientras John Ford nos presenta en contrapicado a Cochise, el gran jefe chiricahua, a quien acompañan Gerónimo, nombre ya del mito, Alchesay, jefe de los apaches de Sierra Blanca, y Satanta, jefe de los mescaleros. Y ahí vemos a John Wayne, quién lo diría, cuadrarse ante todos ellos con un taconazo (toda la película se resume en ese taconazo) y escuchar el discurso de paz ofrecido por los apaches.
Cuando uno ve la película en versión doblada, se le hará extraño un detalle difícil de entender: al preparar el encuentro con los indios, el ejército elige como traductor de lengua apache a un soldado de ascendencia mejicana, encarnado por Pedro Armendáriz, sin que se sepa muy bien la razón. Tienta entonces acudir a la versión original, donde se obra el milagro: si en la versión doblada los indios hablan en indio y los soldados en castellano, en la versión original los soldados hablan en inglés y los indios, en castellano. ¡Voilà, la película ha dado la vuelta!
Así fue como me enteré de que los apaches, los malos de las películas del oeste, hablaban español; que Gerónimo había nacido en territorio mejicano y que el jefe mescalero no se llamaba Satanta, nombre falso de resonancia lakota, sino más bien Santana. Este descubrimiento me alteró la perspectiva no sólo de la película sino del propio relato: de repente, las eternas batallas de indios y vaqueros no era ya gente parecida a nosotros contra unos pieles rojas sino más bien gente que hablaba nuestro idioma contra unos invasores de rostro pálido que quieren expulsarnos y meternos en reservas. El doblaje de la película, groseramente manipulado, quiso hacernos creer que los indios eran los otros, en vano: nosotros somos los indios, como bien sabía el añorado Álvaro Cunqueiro, que relataba cómo en sus juegos de niñez por las calles de Mondoñedo, los vaqueros hablaban castellano y los indios, gallego.
En estos mismos días, vemos a los mismos rostros pálidos acosar a los latinos en los mismos lugares que antaño con el mismo discurso de odio, obligándoles por la fuerza de las armas a irse de donde viven y regresar a sus reservas
Resultará interesante este cambio de enfoque cuando, en estos mismos días, vemos a los mismos rostros pálidos acosar a los latinos en los mismos lugares que antaño con el mismo discurso de odio, obligándoles por la fuerza de las armas a irse de donde viven y regresar a sus reservas. “Los jóvenes mueren, las mujeres entonan canciones tristes y los ancianos pasan hambre en el invierno”. El discurso de Cochise puede valer a día de hoy para describir, en la misma lengua castellana, el drama de millones de latinos que ascienden del sur, como aquí mismo los africanos, para atravesar la frontera de la prosperidad. Somos ellos, todos somos nosotros.
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Carlos L. Keller es socio de infoLibre.