Trasuntos fenomenológicos

Antonio García Gómez

La Inspección de Trabajo advirtió a la empresa Urbaser antes de que comenzara la temporada estival de que debía proteger a sus empleados frente a las altas temperaturas previstas para este verano.

En nuestro mundo actual apelan a nuestra conciencia y a nuestra subjetividad. Son incapaces muchas veces de sentirnos alterados ante tamaño devenir de la realidad. Al fin y al cabo, sólo importa el negocio, “la pela”, el interés y los millonarios beneficios. Ah, y también el descargo de responsabilidades… en el día a día de la nueva jungla que es la vida en sociedad, en comunidad, en nombre del nuevo dios… “el neoliberalismo”.

En cualquier caso, vayamos a algunos hechos.

En San Antonio, Texas, el pasado 29 de junio, 53 migrantes desesperados como ratas atrapadas aparecieron muertos en el interior de un tráiler. Resulta que acabaron hacinados, asfixiados, y rápidamente… olvidados. Procedían de México, Guatemala, Honduras, país este último pobre donde se realiza el programa glamuroso de “Supervivientes”. Muchos de ellos, de los pobres que terminaron muertos, eran indígenas y, a su vez, señalados, menospreciados por sus propios compatriotas por el racismo y la aporofobia que ya son pandemia. Es decir, viajaba la escoria subhumana de un mundo desigual, cruel e injusto.

Intentaban llegar y labrarse un futuro mejor aunque fuera de manera clandestina, furtiva, ilegal… en otro mundo soñado, en un mundo que tampoco los quería salvo para que quitaran la mierda a los “amitos blancos”.

Tres días después, 37 migrantes subsaharianos, otros 'muertos de hambre y desesperación',  murieron por la violencia policial marroquí cuando intentaban saltar la valla de Melilla camino de Europa. Muchos más quedaron heridos, abandonados, expulsados de la frontera. También intentaban buscar un mundo mejor para paliar su desesperación, su miseria, su infrahumana existencia. Muy pronto pasaron al olvido, una vez que se quedó a salvo de mayores críticas la actuación de la policía.

Muchos de los pobres que terminaron muertos, eran indígenas y a su vez, señalados, menospreciados por sus propios compatriotas por el racismo y la aporofobia que ya son pandemia. Es decir viajaba la escoria subhumana de un mundo desigual, cruel e injusto.

Hace muy pocos días fue un trabajador de la limpieza en Madrid, José Antonio, de sesenta años, en plena ola de calor y con unas temperaturas superiores a los 40º sobre el asfalto inclemente cuando los partes meteorológicos afirmaban que el país entero “se estaba achicharrando”. Repito, un trabajador de la limpieza en Madrid, un trabajador de base, un paria, cayó y murió de un “golpe de calor”.

El alcalde de la ciudad no sabía que “el traje de trabajo del muerto era de poliéster” de acuerdo con el protocolo dispensado por la empresa, privada naturalmente, que lleva la limpieza en Madrid. De igual manera, el alcalde no consideró oportuno ofrecer cierto recuerdo hacia el humilde trabajador muerto. Al fin y al cabo, el servicio público se “había externalizado" y ya la responsabilidad se había diluido, dispersado, evaporado.

Entretanto, los profesionales del odio y las ideologías tan radicales como mezquinas hablan del “gran reemplazo” en favor del “supremacismo blanco” que considera que corre grave peligro mientras que los referentes de las morales y las religiones, en mala hora, guardan silencio embutidos en sus casullas, mitras, bonetes y demás parafernalia sacra cuando no alientan también tales ideas de vileza e inhumanidad en nombre del “hombre blanco -y la civilización blanca- y la religión de los blancos y el poder de los blancos… aunque algunos sean negros”, y así su supuesta cultura de la que preconizan el riesgo de declive quedará preservada de cualquier contaminación de “los más pobres entre los pobres”.

Paralelamente, esos mismos adalides y compinches del mal, por mucho que se encorbaten y se encomienden a sus dioses, siguen largando odio contra los más vulnerables, llámense “menores migrantes no acompañados, migrantes alegales, ilegales, reos de gran peligro según el discurso del odio…”, gracias a la complicidad cobarde y miserable de millones y millones que abrazan sus milongas, sus trapacerías y mentiras, sus morales de exclusiva propiedad en un mundo absolutamente desigual.

Mientras, efectivamente, nosotros mismos callamos y seguimos callando mientras los adalides y cancerberos del mal siguen haciendo su labor de zapa, de odio, de ruindad moral… hasta el ¿acabose mundial predecible?

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Antonio García Gómez es socio de infoLibre.

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