Premios cinematográficos

El cine que anuncian los Globos de Oro

Emma Stone y Ryan Gosling en 'La La Land', de Damien Chazelle.

El pistoletazo de salida. El despliegue de la alfombra roja. La antesala a los Oscar. Los Globos de OroGlobos de Oro, entregados por la prensa extranjera afincada en Hollywood el pasado domingo, señalan los grandes triunfadores del cine estadounidense, el más poderoso del planeta, a lo largo del año anterior. Además, sirven como ensayo de los premios de la Academia, siempre más conservadores que los de esta relajada cena entre miembros de la industria.

Pero, en el caso de España, estas estatuillas sirven también para anticipar los estrenos de enero y febrero, siempre potentes por su cercanía con los galardones que marcan el ritmo de la gran pantalla. La La Land, el musical sobre Los Ángeles que llega a las salas este viernes, hizo historia consiguiendo siete estatuillas. Su gran competidora, Moonlight, se llevó un premio de los seis a los que optaba y se estrenará el 10 de febrero. Estos son los filmes que coparán la taquilla y las marquesinas de autobús en los próximos meses.

'La La Land', la fábula del soñador

“Las películas sobre Hollywood han sido, dirían algunos, desproporcionadamente premiadas por… Hollywood”. Tony Angellotti, publicista que elabora desde hace décadas estrategias para que las estatuillas lluevan sobre sus filmes, sabe de lo que habla. Y habla de La La Land, que llega a los cines españoles este viernes con el subtítulo de La ciudad de las estrellas. La premisa del musical no es demasiado compleja: chica que quiere ser actriz y chico que quiere dedicarse en cuerpo y alma al jazz se encuentran entre los millones de almas que ansían más o menos lo mismo en la ciudad de Los Ángeles.

El envoltorio, sin embargo, es vistoso: un musical cuya hechura recuerda deliberadamente al esteticismo de Los paraguas de Cherburgo y cuyos protagonistas, los refinados y queridos Emma Stone y Ryan Gosling, evocan tímidamente a unos Ginger Rogers y Fred Astaire que actuaran mejor y bailaran notablemente peor. El resultado ha gustado al público (su taquilla suma 35 millones de euros solo en Estados Unidos), a la crítica (desde su gran debut en el festival de Venecia) y, ahora, a los miembros de la industria que en algún momento vivieron el mismo sueño que sus entusiastas personajes.

Porque eso son Mia y Sebastian: soñadores. Lo decía su director, Damien Chazelle, en los premios del Círculo de Críticos de Cine de Nueva York: “Es un momento importante para no ser realista (...), y para valorar el amor y el arte y el acto de soñar, más allá de si los sueños se convierten o no en realidad”. Es quizás una de las razones por las que La La Land ha superado en uno el récord de seis Globos de Oro alcanzado por El expreso de medianoche en 1979.

Chazelle ha explorado los mismos temas que en Whiplash, el debut que le valió tres Oscar en 2015: la ambición, la naturaleza casi religiosa de la vocación artística, la tensión entre vida y creación. Pero si entonces su trabajo dio lugar a una narración desasosegante y ambigua sobre el precio del éxito, en esta ocasión ha desembocado en un musical dulce y encantador sobre la importancia de perseguir los propios sueños y el valor del amor. Suena a Oscar.

'Moonlight', el poder del arte

Con un único premio de los seis a los que optaba (aunque fuera el valorado galardón al mejor drama), Moonlight fue la gran perdedora de la noche. La crítica ha sido, sin embargo, unánime. El Washington Post decía de ella que es “una película perfecta que ejemplifica no solo las capacidades formales y estéticas de un medio en su punto álgido de riqueza visual, sino también su capacidad de empatía y compasión”. “Un trabajo que desmantela todas las maneras en las que nuestros medios ven a los hombres negros jóvenes y pone en su lugar una serie de verdades íntimas”, decía el Boston Globe. A. O. Scott, crítico estrella del New York Times, se preguntaba si esta es la mejor película del año y se respondía que sí. Los espectadores españoles deberán esperar a febrero para decidirlo.

El filme de Barry Jenkins, su segundo largometraje, no ha sido construido pensando en el público mayoritario. Basada en la obra de teatro In moonlight black boys look blue (A la luz de la luna los chicos negros parecen azules), de Tarell Alvin McCraney, el filme es una colección de momentos en la infancia, juventud y adultez de un hombre afroamericano que lidia con el racismo, la pobreza, la adicción de su madre y el descubrimiento de su propia homosexualidad. Los padres artísticos de la criatura vienen, ambos, del mismo barrio humilde de Miami: el relato autobiográfico de McCraney se entrelaza con el de Jenkins aunque no se conocieran antes de cruzarse en el proyecto.

La suya es una historia de superación y triunfo, pero los actores que la encarnan (Mahershala Ali, Shariff Earp, Duan Sanderson) jamás habrían protagonizado La La Land. Porque también es una historia sobre la raza, sobre la pobreza, sobre la homofobia, sobre la violencia, sobre los marginados, sobre aquellos que no ven sus historias en la pantalla de un cine. Ante la misma realidad cruel –el discurso en defensa de la migración que Meryl Streep dio en la gala da una idea de la sensación de peligro y desconcierto tras la victoria de Donald Trump—, una y otra película dan respuestas éticas distintas. La La Land opta por la ensoñación y la esperanza. Moonlight, por la ruptura combativa con un silencio opresivo. Es también una oposición estética: los colores pop del musical, un guiño al pasado; los colores neón del drama, reflejo del presente. Después, además, de varios años de denuncia del racismo de los Oscar, la Academia tendrá que tomar también partido.

'Manchester frente al mar', un melodrama medido

El filme de Kenneth Lonergan figura en las principales categorías de todos los premios cinematográficos estadounidenses. Pero hay una en la que es clara favorita, en la que destacó en loa Globos de Oro y en la que sería toda una sorpresa si no brillara en los Oscar: la de mejor actor protagonista para Casey Affleck. Sobre sus hombros reposa todo el peso de este melodrama sobre el duelo y la presencia del pasado. Tras la súbita muerte de su hermano, Lee debe regresar a su pueblo natal y hacerse cargo, no solo del hijo adolescente del fallecido, que queda a su cargo, y de otros incómodos asuntos aparentemente más pedestres, sino también de unos recuerdos de los que había decidido huir. El filme de Lonergan, con la comedida interpretación de Affleck (eterno hermano de) tras la que se intuye un dolor sepultado con esfuerzo, hace reír y llorar, intriga, emociona y entretiene. Cuando se estrenó el pasado septiembre (a España llega el 3 de febrero), muchos la colocaron de inmediato como favorita al Oscar… pero no habían visto aún La La Land ni Moonlight.

Tras el melodrama eficazmente construido late, quizás sutilmente, un tema recurrente en el cine estadounidense, y en el séptimo arte en general: la masculinidad blanca. Pero aquí no hay llaneros solitarios, ni boxeadores sentimentales, ni héroes de guerra. El cineasta convierte el melodrama, género atribuido a la mujer según el cliché, en un asunto de hombres. Hombres que lidian solos con el dolor, obligados a ejercer los cuidados que habrían delegado en las mujeres de haber podido, y que lidian, por tanto, con el rol que les toca jugar. Uno que les impide llorar, que les hace poner tierra de por medio y que les roba las palabras mientras ellas se debaten dolorosamente por encontrarlas. En esta empresa, las mujeres se hacen de nuevo secundarias y las minorías raciales se borran. Otra cuestión es si esto merece la pena o no.

Entre Affleck y la estatuilla dorada se interpone un asunto que, irónicamente, tiene mucho que ver con la masculinidad más nociva: las acusaciones de acoso que acalló en 2010 mediante acuerdos monetarios. Estos casos volvieron a salir a la luz tras la publicación de una denuncia contra el también actor Nate Parker, director, guionista y protagonista de El nacimiento de una nación, otro de las favoritos al Oscar hasta ese momento y una de las jóvenes esperanzas del cine afroamericano. Cuando se supo que en 1999 este había sido acusado, junto a un amigo, de violar a una compañera de universidad que acabaría suicidándose, la industria le dio la espalda. No ha sido así con Affleck.

'Fences', padres e hijos (y sobre todo madres)

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Fences, la obra de teatro firmada por August Wilson en los ochenta, seguramente diga entre poco y nada a los espectadores no anglófonos. Pero su protagonista, Troy Maxson, es uno de los iconos de la literatura estadounidense. Ahora Denzel Washington dirige y protagoniza este retrato de un afroamericano que peina canas en los años cincuenta mientras sus hijos empiezan a disfrutar de los primeros y magros frutos de una lucha que durará décadas.

Paradójicamente (o no), esta obra que gira en torno a relaciones entre hombres (Maxson y sus hijos, Maxson y su hermano) ha alzado, sobre todo, a su único personaje femenino: Rose, madre y esposa, interpretada por Viola Davis. La actriz no solo sostiene la potencia verbal y física de un protagonista que ha construido la película en torno a sí, sino que devuelve los golpes con tal maestría que le termina robando la pantalla. Se ha hecho con el Globo de Oro y promete también batallar por el Oscar. La película llega a España el 24 de febrero.

 

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