‘El regreso de Ulises’, un interesante aperitivo antes de que llegue ‘La Odisea’ de Christopher Nolan

Ralph Fiennes y Juliette Binoche son Ulises y Penélope.

Siendo Sally Rooney una novelista increíble, puede que el texto más iluminador para calibrar su talento no esté en ninguno de sus libros, sino que haya acogido la forma de un ensayo sobre… el Ulises de James Joyce. La novelista irlandesa se sirvió de esta obra legendaria no solo para acercarnos a sus propios intereses hacia la escritura —“Quizá haya razones para que me atraiga la visión de Ulises como una historia de jóvenes atractivos que merodean por Dublín, no trabajan y solo piensan en sexo”, bromea—, sino también para marcarse una disquisición monumental sobre la novela como gran género literario de Occidente. Le convenía, en este sentido, comparar Ulises con el relato fundacional que le había inspirado y dado estructura. La Odisea de Homero, claro está. 

Rooney detecta, entre La Odisea y Ulises, cuál es la particularidad esencial de la novela en oposición a narrativas previas, incluso frente a novelas primitivas como Robinson Crusoe: la idea más jugona que lanza es que Jane Austen sería la pionera clave, y la que más directamente habría inspirado a Joyce a la hora de modernizar las aventuras de Ulises —convirtiéndolo, recordemos, en un transeúnte anodino pero afable de Dublín—. ¿Qué aportó Austen, entonces? “Los personajes de las primeras novelas se dramatizaban a través de luchas impuestas desde fuera”, escribe Rooney. “El personaje surgía como un conflicto y los retos que debía superar, mientras que en las novelas posteriores de Austen la trama surgió de la conjunción de personalidades particulares”.

“El hecho de que Elizabeth sea Elizabeth y Darcy sea Darcy proporciona todo el interés a Orgullo y prejuicio”, asevera Rooney. Las “luchas impuestas desde fuera” son, evidentemente, las que mueven La Odisea, las que debe ir superando Ulises para volver a casa. El Ulises original solo se define por lo externo, por las cosas que se interponen entre él y su objetivo. Las complejísimas artimañas que ideó Joyce para revitalizar a un personaje tan simple obedecen entonces a los mismos desafíos que afronta al cine si adapta La Odisea. Pues el cine, en su faceta más extendida y aceptada, es consciente de que la novela es el género literario al que le conviene asemejarse.

El viaje de Ulises al cine precisa un mínimo de reelaboración, unos pocos matices. Christopher Nolan está preparando ahora mismo una adaptación de La Odisea y ya se ha topado con críticas por parte de los estudiosos de Homero, solo en base al eslogan de la película: “Desafía a los dioses.  Todo lo que hacen los personajes principales de La Odisea está apadrinado y guiado por los dioses griegos, a nadie se le ocurriría desafiarlos, así que Nolan estaría tergiversando un elemento básico de la obra. Puede que lo haga, simplemente, para que el Ulises de Matt Damon gane agencia, y un texto tan imposiblemente antiguo como La Odisea pueda antojarse relevante o inspirador a día de hoy enfatizando el arrojo de su protagonista, el deseo de superar sus dudas internas y prosperar.

Es una estrategia como cualquier otra. La de El regreso de Ulises, película de mucha menor escala que La Odisea de Nolan, emplea otra distinta, y una que seguramente habría agradado a Joyce. Consiste en, directamente, eliminar a los dioses de la ecuación. Los personajes de La Odisea son plenamente responsables de sus actos, han tomado decisiones y lidian con ellas. Ulises, aquí con los rasgos de Ralph Fiennes, puede culpar a las inclemencias marítimas de haber tardado tanto en volver de la guerra de Troya, aunque difícilmente puede culpar a nadie más que a sí mismo de toda la gente que ha matado. Así como de toda la gente que tendrá que seguir matando una vez desembarque en Ítaca y encuentre su hogar ocupado por los codiciosos pretendientes de su esposa.

El regreso de Ulises no adapta por entero La Odisea, sino solo su última parte. Cuando un Ulises agotado llega a su hogar y ha de elucubrar a toda prisa un plan para deshacerse de los hombres que cercan a Penélope (Juliette Binoche), queriendo obligarla a escoger marido ahora que supuestamente se ha quedado viuda. Dejando atrás las sirenas y los cíclopes, es un pasaje muy potente a nivel dramático, sobre todo si el director Uberto Pasolini y sus guionistas (John Collee llegado de Master and Commander y el dramaturgo Edward Bond, que falleció poco después de acabar el libreto) quieren trabajarlo desde el realismo. Ayuda, también, la entrega de los intérpretes. 

Fiennes, empeñado en confirmarse como uno de los mejores actores de su generación tras la racha de Cónclave y 28 años después, hace un colosal trabajo con Ulises. Todo en su interpretación transmite el trauma de la violencia —su suciedad, su grotesca musculatura, sus ojos histéricos— en paralelo a un shock constante que empaña el reencuentro con Penélope y su hijo Telémaco (Charlie Plummer). Ulises está irreconocible tras tantos años fuera. El regreso de Ulises enfatiza, así, uno de los elementos más sugerentes de La Odisea como es la drástica imposibilidad de volver a casa —pues, aun si la casa sigue como estaba, quien vuelve siempre lo hará cambiado—, toda vez que se impregna de la duda de si ese Ulises es tan distinto al que era cuando se marchó. 

El film insinúa a un personaje cruel y pendenciero, que parece más vulnerable ahora solo por las circunstancias. Cuando deje atrás esa vulnerabilidad habrá un baño de sangre, visualizado sin heroísmo alguno en lo que parece ser una afinidad de Pasolini por las lecturas revisionistas de La Odisea, estilo aquella Penélope y las doce criadas que escribió Margaret Atwood en los 2000. Como Atwood, El regreso de Ulises plantea si la épica primordial del mundo no habrá sido más que una descripción falaz de la barbarie de un hombre enajenado, logrando ajustarse a su ambición en secuencias como el reencuentro final del protagonista y Penélope, de una frialdad desoladora.

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La pena es que estos puntos tan brillantes no son la norma en El regreso de Ulises. La película está lastrada por un aparato formal muy pobre, acaso creyendo que su apuesta por el realismo sucio puede ampararse en un mínimo diseño de producción. Esto, en lugar de corresponder a la visceralidad que busca el guion, le otorga un desagradable cariz televisivo  a El regreso de Ulises, iluminada como si fuera una miniserie de Telecinco de principios de los 2000 —en concreto de aquellos Grandes Relatos entre los que ya encontrábamos una adaptación de La Odisea—, y coartando la seducción de sus imágenes a costa de un ritmo soporífero.

Pasolini, conocido sobre todo por ser el productor que impulsó Full Monty allá por 1997, no es capaz de darle una ejecución visual a la altura a las andanzas de Ulises. De hecho muestra un desinterés tremendo en todo lo referido a la acción —salvo quizá en la escena crucial del tiro con arco, bien resuelta a costa de centrarse mucho en retratar el esfuerzo de Fiennes—, que acaba por enterrar las opciones de que esta Odisea tan matizada y minimalista brille frente a la cercanía del blockbuster randiano que acaso esté preparando Nolan. 

Igualmente, con todos sus problemas, El regreso de Ulises es una muestra valiosa de por qué hay que volver a los clásicos con una mirada inquieta. Puesto que esa mirada, al despegarse de aquel clásico tan supuestamente rentabilizado y al igual que si fuera Ulises volviendo a Ítaca, se reencontrará a continuación con un presente muy distinto. Un presente que ha dejado de ser una casa acogedora, y resurge lleno de posibilidades.

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