'Sorda', una correcta y sensible inmersión en la mirada de una persona rodeada de silencio

Álvaro Cervantes y Miriam Garlo en 'Sorda' (A Contracorriente).

En contra de lo que pueda parecer —y al margen de cómo la industria haya podido entenderlo— el parteaguas que supuso para nuestro audiovisual Verano 1993 iba más allá de la adscripción rural y la búsqueda de un naturalismo mediado por lo autobiográfico. Es decir. Desde luego la misma Carla Simón insistió en esta senda con su siguiente trabajo, la aclamada Alcarràs, y sin duda el ansioso repliegue al campo de cierto cine de autor (y autoras) tiene mucho que ver con los tiempos que corren, pero sería limitante considerar a Verano 1993 como la película que lo inauguró. Limitante para nuestra época y nuestro país —que claramente dialogan intuitiva y ancestralmente con esta redescubierta geografía—, y sobre todo limitante para la misma propuesta de Simón.

Pues su gran valor bien puede haber estribado en escoger un punto de vista y plegar absolutamente todo el aparato cinematográfico al mismo. Partiendo de aquí se podrían entender algunos reproches a Alcarràs —con una desordenada coralidad que buscaba reflejar confusión e impotencia ante los cambios—, al tiempo que admirar otra vez el rigor con el que Simón, proyectándose a sus recuerdos infantiles, se había introducido en la subjetividad de Laia Artigas para que cada plano y acto dramático le tuvieran a ella de referente epistemológico. Haciendo evolucionar, así, algo que la tradición social europea (capitaneada por gente como los Dardenne) venía ensayando dos décadas.

La convicción de Simón —y una directriz clave para la fase que le ha tocado abanderar— pasa entonces por deducir que las formas cinematográficas pueden avanzar según los sujetos que de pronto se coloquen en el centro. Verano 1993 confió en ello tan enérgicamente que como para ser una de las películas más relevantes del último cine español, con lo que a la hora de calibrar su influencia sería mejor asimilar los parámetros de su estética… u optar por hacer un repaso de las consecutivas ganadoras del Goya a Mejor dirección novel. Eso también ayudaría, qué duda cabe. En algún punto del camino, nos toparíamos con Estibaliz Ferrusola Solaguren.

Las trayectorias de Solaguren y Eva Libertad, que ahora estrena Sorda y posiblemente vaya a aspirar al Goya a Mejor dirección novel por ello, son simétricas. Ambas fueron nominadas en 2022 por sendos cortos que perdieron el premio en favor de Arquitectura emocional 1959 de Elías León Siminiani. En aquella gala donde curiosamente iba a triunfar la variante machirula del nuevo cine rural (As bestas), Solaguren competía con Cuerdas y Libertad con Sorda, el corto que ha originado su debut al largometraje. Poco después Solaguren daría que hablar en el Festival de Berlín con 20.000 especies de abejas y semanas después ganaría la Biznaga de Oro en el Festival de Málaga. Tal cual lo que ha ocurrido con Sorda, con Miriam Garlo repitiendo de protagonista.

20.000 especies de abejas y Sorda combinan palmarés entre Málaga y Berlín —donde en su día también ganó Alcarràs— y certifican la fortuna de los postulados de Simón, manteniendo lo rural para ubicar en su seno sujetos de mirada novedosa, frente a la cual la ficción se define y busca articulaciones alternativas. En 20.000 especies de abejas hablábamos de la infancia trans, con el viaje del personaje de Sofía Otero conduciendo a distintas negociaciones y reverberaciones en el seno familiar, mientras Sorda conserva el propósito de acercarse a un personaje con esta discapacidad. El cual Libertad ha escrito con el referente inmediato de la propia Garlo.

Las dudas de su personaje frente a la posibilidad de ser madre cimentaban el corto como ahora cimentan el largo, siendo este básicamente una secuela donde Garlo (Ángela) ha resuelto tener el hijo y su pareja ha cambiado el rostro de Pepe Galera por el de Álvaro Cervantes. Ambos, Garlo y Cervantes, han ganado asimismo premio interpretativo en Málaga para terminar de constatar el fértil encaje industrial de Sorda, que evidentemente es otro drama rural de empaque minimalista y preocupación por el realismo sin omitir gestos del melodrama.

Es tan firme este encaje, tan rígidamente acotado el espacio en que se traza, como para que incluso Sorda remita a instancias más lejanas, como cuando en 2020 Sound of Metal fue candidata al Oscar a Mejor película con un personaje sordo. Al contrario que Riz Ahmed, Garlo es sorda de verdad, lo que en sí mismo y al margen de los indispensables titulares —primera actriz sorda que consuma estos logros— no debería dar cuenta de unas virtudes intrínsecas en Sorda. Claro que la interpretación de Garlo es impactante y visceral, y claro que en esta línea hay que aplaudir de paso su compenetración con Cervantes —manejando este una compleja e inestable contención—, ¿pero continúa de forma fructífera el camino iniciado por Simón? ¿Qué aporta a su estela?

Jason Statham es ‘A Working Man’ en otro tontísimo divertimento a mayor gloria de su carisma

Jason Statham es ‘A Working Man’ en otro tontísimo divertimento a mayor gloria de su carisma

La respuesta es que no demasiado al margen de una esforzada ejecución de las particularidades que trae consigo el nuevo planteamiento. La colocación en plano de Garlo, su forma de moverse por el mundo, es todo lo conservadora que se podría esperar de un tipo de cine que aboga por la integración de sujetos diversos antes que por preguntarse si dicha integración podría suponer un desafío a la norma audiovisual, careciendo de la ambiciosa escritura de 20.000 especies de abejas y, desde luego, de la simpatía baziniana latente en Verano 1993. Cuesta mucho no ver en Sorda indicios de operación y cómodo ajuste a un nicho de mercado —por mucho que en este prime más lo institucional y lo representativo, seguimos hablando de mercado—, y no sentir una pequeña distancia ante su corrección militante, ante lo previsible de las satisfacciones que depara.

Es un cine para que industria, público y crítica se sientan simultáneamente bondadosas. Al mismo tiempo también es un cine donde la empatía deviene brújula central y, en este caso, nos toparíamos con una virtud intrínseca. Porque eso empuja a la directora a describir con sumo detalle las distintas violencias sociales que enfrentan las personas sordas, desde las interacciones que descuidada o condescendientemente dejan a la protagonista de lado, hasta pasajes de gran fuerza expresiva donde Libertad puede presumir de una meticulosa interiorización del tema.

Secuencias como el parto de la hija de Ángela o todo el tramo final —donde Libertad prueba por fin a experimentar con las formas canónicas, en pos de perseguir la verdad de la experiencia de su protagonista— poseen la suficiente brillantez como para que Sorda se revuelva contra las estreches de su embalaje. De forma que, sin dejar de ser una película más bien discreta y coyuntural, sea capaz de iluminar otros recovecos en un camino del cine español que sigue extendiéndose ante nosotros, con tanta abundancia y tantos desvíos como para que, al margen de los premios que insistan en dictaminar su importancia, siga mereciendo la pena prestar atención. 

Más sobre este tema
stats