Cultura

Elvira Lindo: "No podemos crear un catálogo de mujeres sin mancha"

La escritora y periodista Elvira Lindo.

Este santoral no es un santoral. En 30 maneras de quitarse el sombrero, Elvira Lindo (Cádiz, 1962) homenajea a 29 figuras literarias que están presentes en su biografía y en su formación como escritora: Pippi Långstrump (el personaje de Astrid Lindgren), Anna Frank, Concha Méndez, María Guerrero, Elena Fortún, Gloria Fuertes, Tristana (el personaje de Galdós), Carson McCullers, Alice Munro, Joan Didion, Eda O'Brien... Pero los textos que la escritora reúne, algunos publicados en prensa y otros inéditos, todos revisados, se niegan a ser una hagiografía. Y la escritora y periodista se niega expresamente a hacer una colección de vidas ejemplares: "Está muy bien recuperar a autoras que no han tenido la atención suficiente, pero creo que no podemos crear un catálogo de santas o de mujeres sin mancha".

La manera número 30 de quitarse el sombrero es la de la propia Lindo. Quizás por eso las retratadas parecen trenzarse con su propia biografía: Långstrump fue un referente infantil; Anna Frank volvió, con toda la crudeza de su historia, cuando visitó su museo en Ámsterdam; Alice Munro se presenta como un modelo de madre, pero de madre negligente; Joan Didion advierte sobre la presencia de la muerte... La autora no habla de ellas como nombres de la historia de la literatura, sino como de conocidas que una podría cruzarse por la calle. "Me han ayudado en momentos bajos, en momentos donde creía que había perdido la inspiración, o que era menospreciada, o que no había sido entendida", dice, en un hotel del centro de Madrid, delante de un té helado. "Encontraba en estas personas una especie de maestría".

Pero estás maestras, más que a seguir el camino recto, enseñan cómo meter la pata con alegría. No hay en ellas solo luces. "Hay tal vez ahora una tendencia que considero equivocada, que es hacer que esas mujeres meritorias tengan que ser buenas desde que nacieron hasta su muerte", protesta la escritora. Ella la combate mirando a las zonas oscuras de sus retratadas. Patricia Highsmith, que "nunca enmascaró su misoginia". Adelaida García Morales, que escribió siempre, según Víctor Erice, "desde un dolor verdadero". Alice Munro, que llevaba una "doble vida", la de madre y esposa y la que alimentaba su mundo interior. Edna O'Brien, que "gana dinero y se arruina, se asoma al amor y fracasa". Lindo reivindica un nuevo derecho de las personas: "el derecho a tener no solo sombras, sino defectos, debilidades y contradicciones". 

 

Al contrario. Lindo parece tener querencia por las mujeres desubicadas, las que no han cumplido la norma, las que se han visto desplazadas por no hacerlo. Cuando habla de Louisa May Alcott habla de Jo, el personaje de Mujercitas, "un modelo para las criaturas que no nos adecuábamos a la idea convencional de lo femenino". En Tristana ve una defensora de "el amor sin ataduras, el ejercicio de la independencia, la negación al matrimonio". Vivan Gornick es una mujer que observa a los hombres con una mirada "irónica, descreída" y que escribe escenas de sexo "desprejuiciadas y gamberras". 30 maneras de quitarse el sombrero es una referencia a las Sinsombrero, esas creadoras de la Generación del 27 expulsadas de la historia. Ellas se coronaron con un gesto, el de descubrirse la cabeza, que desafiaba las convenciones sociales de la época. Y en el libro se lee una fascinación por las mujeres inesperadas, las que incumplieron las reglas, incluso las propias. 

Sí, los retratos están llenos de admiración. Muy al principio de la conversación, la escritora ya presenta una regla personal: "Hay dos tipos de personas: los que viven de despreciar y los que viven de admirar. Yo, con las personas que no me gustan, pierdo poco tiempo". No hay aquí figuras odiadas, aunque tampoco hay figuras ante las que Lindo se ciegue. Practica con sus personajes algo similar a la paciencia que se tendría con los errores de una amiga íntima. Habla de Victoria Kent, a la que ve "marcada por haber debatido contra Clara Campoamor por el sufragio femenino" y a la que entiende: "Era una época en la que los curas estaban metidos en la vida de las mujeres...". Y reivindica esa generosidad hacia los personajes del pasado también para los presentes: "Las mujeres tenemos que ser tolerantes con otras mujeres. Vivimos en una época en la que se juzga sin piedad lo que hacen las personas conocidas, pero prefiero tener piedad y comprensión". 

Las mujeres de 30 maneras de quitarse el sombrero lidian de maneras distintas con la idea de lo femenino. Algunas, como Patricia Highsmith, lo niegan —"había hombres que la aceptaban porque no la veían como una mujer: por fin hay una escritora que escribe como uno de nosotros"—. Otras, como Jo de Mujercitas o Pippi, tratan de extender los límites de lo que significa ser mujer. Otras, quizás como Alice Munro y su delicada relación con la maternidad, sufren sus consecuencias. O como Edna O'Brien, cuyos libros han llegado hace relativamente poco a los lectores en español: "¿Por qué han tardado tanto?", se pregunta Lindo. "Porque a lo mejor el editor miraba el título, leía Chicas de campo, y pensaba: 'Esto tiene que ser una tontería". Resultado: "Las mujeres habíamos aprendido a no ser mujeres, a renunciar a parte de lo que teníamos que contar para que no pareciera algo femenino".

Las Cenicientas de Louisa May Alcott

Las Cenicientas de Louisa May Alcott

El lector lo habrá adivinado: la mujer número 30 también se ha peleado con eso de ser mujer, y ser una mujer que escribe. En el último capítulo, cuenta cómo, cuando Antonio Muñoz Molina, su marido, dirigía el Instituto Cervantes de Nueva York, otro miembro de la institución sugiere al novelista que quizás su mujer debería dejar de escribir esos artículos que publicaba en la sección "Tinto de verano", en El País. La escritora se pregunta también por qué decidió que su alter ego infantil, Manolito Gafotas, fuera un niño. Y protesta, sin paños calientes, tratando de zafarse de su papel de columnista graciosa: "Me revuelvo en contra de que las mujeres tengamos que ser, por no se sabe qué acuerdo tácito, la guinda o la chispa de la actualidad. Que no cuenten conmigo". 

Si Lindo siente que sus retratadas eran mujeres fuera de lugar es también porque así se siente ella. "No suelo mirar la edad para tener amistades o confidencias, y lo mismo me pasa con la literatura. Nunca he pertenecido a ninguna generación, he sido una persona muy inclasificable", dice, mitad orgullo y mitad amargura. Asegura que quienes habrían sido sus compañeros de quinta, debido a sus distintos intereses —periodismo, novela, guion de cine...—, la han considerado "poco comprometida con la literatura". Eso, claro, tiene su parte luminosa: "Me siento más comprendida por mujeres más jóvenes". Quizás sus retratadas, leyendo el perfil que les dedica esa mujer de otro tiempo, pudieran decir lo mismo. 

 

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