Los diablos azules

Al abrir los ojos

Portada de De algún tiempo a esta parte, de Max Aub.

La obra de teatro De algún tiempo a esta parte tiene su origen en un cuento escrito en 1938 que, sin apenas cambios, convierte Max Aub en un monólogo dramático. Lo curioso, me cuenta Esther Lázaro, responsable de esta edición en la Biblioteca del exilio de el sello Renacimiento, es que no sabemos de qué cuento se trata, pues no es ninguno de los que conocemos. En la entrevista que le hizo Lois A. Kemp, en 1970, publicada en 1977, comenta el autor que escribió la historia como un cuento, pero que enseguida, con muy pocos cambios, lo convirtió en teatro. Se trata, además, de su primera obra dramática escrita en el exilio, aunque no se publicará hasta 1948, en la revista Cuadernos Americanos. Un año después, aparecerá en forma de libro en la colección Tezontle del F.C.E., para ser reeditada en el 2004 por la Fundación Max Aub en edición facsímil. También está inlcuido en la antología de Ricardo Doménech, Teatro del exilio: obras en un acto (Fundamentos, Madrid, 2006), junto a otras piezas de Alberti, Bergamín, Casona, José Ricardo Morales y Pedro Salinas. Por tanto, la obra ha tenido una buena difusión.

 

En esta pieza, compuesta de un único acto, Max Aub denuncia lo que está ocurriendo con los judíos en Europa a finales de los años treinta del pasado siglo, y más en concreto, en Alemania, en Austria y en España, la persecución a que los somete el nacionalsocialismo. Este es, por tanto, el primer texto escrito, que no publicado, de lo que podría llamarse el ciclo judío de Aub, que se completa con la tragedia San Juan (1942) y con la pieza breve Comedia que no acaba (1947).

La protagonista de la historia es Emma, una mujer de 60 años, y la acción transcurre en la Viena de 1938, tras ser anexionada por la Alemania nazi, cuando “toda Alemania se ha vuelto ciega y sorda” (p. 51). De familia conversa, sus padres, que eran judíos, se convirtieron al catolicismo, aunque para los nazis ella siguió siendo a todos los efectos, judía, y puesto que esa herencia ha resultado ser la causa de sus males, la repudia. El caso es que Emma formaba parte de una familia adinerada, pues estuvo casada con Adolfo, un ingeniero dueño de una fábrica de celulosa, cuyo único hijo, Samuel, era un joven diplomático destinado al consulado austriaco en Barcelona, ciudad también en guerra entonces. Cuando empieza la acción, Emma está ya sola y se ha quedado viuda, vive en una fría buhardilla de la que había sido su casa, ahora expropiada por los nazis, su marido ha muerto en Dachau, sus amigos le han dado la espalda, y está obligada a barrer las calles, humillada por su condición de judía.

La acción transcurre en el escenario de un teatro, que Emma tiene la obligación de limpiar, por lo que su monólogo se convierte en una –digamos— metarrepresentación. Se dirige a su marido, recordando el pasado en común y contándole lo que ha ocurrido tras su muerte. La función dramática de estas rememoraciones (componían una familia tradicional, conservadora, católica y apolítica), estriba en denunciar la pasividad de aquellas gentes que al mirar a otro lado, al no tomar partido, cuando debieran haberlo hecho, al preferir no abrir los ojos ante las amenazas, permitieron la subida al poder de Hitler y la anexión de Austria, como décadas después que Aub, denunciaría también Thomas Bernhard, en —por ejemplo— Heldenplatz (Plaza de los héroes), estrenada en Viena en 1988.

Lo trágico es que la conciencia crítica de Emma solo se despierta cuando se ha convertido en otra víctima más, al padecer la injusticia. Su caso, por tanto, resulta doblemente dramático, porque su hijo, asesinado en Barcelona por los republicanos, parece haber sido un colaboracionista, pues ha formado parte del aparato diplomático de un gobierno que ha convertido a Emma en víctima. En un momento dado de la conversación que mantiene con su marido muerto, le espeta: “Daría cualquier cosa por saber si Samuel llegó a ser de ellos o no”. Duda que se convierte en leit motiv conductor de la obra (pp. 35, 37, 38, 44, 58 y 77), en su motor dramático, según la autora del atinado prólogo del libro. Pues, en suma, el matrimonio ha acabado siendo víctima de quienes creían que eran los suyos, e incluso su propio hijo forma parte de aquellos que han sido sus verdugos. Podría decirse, por tanto, que en cierta forma Adolfo y Emma, a quien su marido llamaba doña Remilgos, han colaborado en la gestación del huevo de la serpiente. Su drama personal vale como metáfora de la tragedia colectiva, pero creo que su caso resulta singular, más trágico, si cabe. A lo largo del desarrollo de la historia, puede constatarse que Emma pasa de colaboracionista a víctima, de madre de familia pudiente a viuda sola, de señora a criada, y del miedo al odio, pues en un momento dado confiesa: “ya no tengo miedo (...). Lo que tengo ahora es odio” (p. 61). Su postrera esperanza estriba ahora en poder irse a América.

Max Aub escribe la obra pegado a los hechos, sin esa distancia que a menudo se aconseja, y que en esta ocasión se demuestra innecesaria. Emma nos cuenta aquello que ha presenciado y padecido, pero no por ello debe considerarse una obra testimonial, pues Aub no conoció esos hechos de primera mano, aunque debieron de afectarle especialmente dada su ascendencia judía, a pesar de no haber practicado nunca dicha religión.

Sea como fuere, Aub traza paralelismos entre la Austria anexionada y la España republicana en guerra contra el fascismo, defendiendo el papel de la Brigadas Internacionales (“Fueron a España a pelear no solo por los españoles, sino por la libertad de todos [...], creíamos que eran mercenarios, pero resulta que no”, p. 53), equiparando a los nazis con los franquistas, de la misma manera que ese discurso del odio y del miedo (“No hay veneno como el miedo”, p. 51), racista, tiene hoy entre nosotros otros equivalentes. No en vano, Max Aub dedica el libro “A cualquiera”, que es una manera de dedic¡arselo a todos, pues a cualquiera podría haberle pasado entonces lo que le ocurrió a la protagonista y a su marido. ¿Deja Aub al final alguna esperanza? La editora dice que sí, cuando, que en la frase final de Emma, tras despertarse de un sueño comenta al abrir los ojos: “Pero un día vendrá la libertad... ”.

No quiero dejar de recordar que esta obra la ha representado Carmen Conesa, Gabriela Iribarren y la responsable de esta edición. En España se publican pocos textos teatrales, quizá porque se leen pocos, y apenas se reseñan nunca. Creo que es una fea costumbre que los responsables de los suplementos culturales, literarios, así como de las revistas del ramo, deberían intentar cambiar. El caso que nos ocupa es el de una obra que debería estar en el repertorio y representarse en nuestros teatros todos los años; y además de ser lectura en colegios, institutos de bachillerato y universidades. _____

Fernando Valls es profesor de Literatura Española Contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona.

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