PORTADA DE MAÑANA
Ver
El tribunal que vigila los contratos de Madrid avisa del "incremento sustancial" de los pagos fuera de control

El amor es una sola cosa, una sola casa y una sola causa

Cualquier verano es un final

Ray Loriga

Alfaguara (2023)

No están los tiempos para perder el tiempo. Por eso he leído dos veces la última novela de Ray Loriga, Cualquier verano es un final.

Yorick, sí, Yorick ("Mi padre adoraba a Shakespeare como otra gente adora las patatas fritas, el sexo o la mentira") es el director de su propia editorial de "clásicos atípicos ilustrados para jóvenes eruditos". Atípicos como Felisberto Hernández, Sándor Márai, George Eliot o Baltasar Gracián. En cuestiones laborales, Yorick también es un tipo que piensa todo el tiempo en la jubilación. En relación con la vida, estuvo muerto dos minutos en una mesa de operaciones. Y respecto a lo realmente importante, Yorick es el amigo de Luiz.

La muerte ronda la novela desde el principio. El padre de nuestro protagonista morirá en las primeras páginas en un fatídico accidente lo mismo que su tía Aurora, mecenas y protectora del joven Yorick. El propio protagonista, operado de un tumor cerebral potencialmente mortal, logra salvar la vida para hablar de la muerte, aunque no tanto, con su amigo Luiz. Pero no esperen dramatismo porque la prosa sana, viva, chocante y a veces cínica de Loriga se convierte en la seña de identidad de esta novela brillante.

¿Será sólo una extravagancia más —macabra, grotesca— de Luiz alojarse en Suiza, junto al lago Constanza, con la voluntad de morir de manera asistida en una de esas instituciones que ofrecen eutanasia legal? ¿O realmente Luiz quiere morir? No parecer sexy a los cincuenta, quizás no sea una razón más que suficiente. ¿O sí?

Resulta muy interesante el "ahora" desde el que se cuenta la historia y el "después" que es el recuerdo de lo ocurrido desde esas Navidades fatídicas donde Yorick está aprendiendo de nuevo a hablar y a caminar y Luiz se aloja en la residencia de la muerte. En el "mientras tanto" quedamos cautivados por una relación de amistad arrebatadora, envidiable y fascinante. Porque si tuviéramos que resumir como en la pregunta de un examen, diríamos que esta novela es sencilla y sinceramente un homenaje a la amistad. Desde todos los puntos de vista sin dejar uno. Bueno, sí. El de la imaginación del lector, lo que se agradece.

Luiz es portugués. En una pausa de su estancia en el lago Constanza regresará a Lisboa y, lo que es más importante, nos hablará de Carvalhal. No he podido resistirme a teclear el nombre de este pueblecito de la costa portuguesa en Google para confirmar mi enamoramiento tras la doble lectura de Cualquier verano es un final. Gracias a Ray Loriga me uniré —lo siento— a la masa despiadada de turistas que invade las extraordinarias playas portuguesas porque yo ya no puedo vivir sin saber que voy a pisar Carvalhal. Además, tengo la intuición de que me encontraré con alguno de los personajes de la novela y la certeza de que acabaré tomando una copa con ellos en el Procópio en Jardim das Amoreiras de Lisboa. Gracias, Loriga, por pasearnos por la bella Lisboa, un placer añadido a la seducción de estas páginas.

Y en Lisboa, en la tienda de Simao, al final de la rua da Saudade a los pies del Castelo de Sao Jorge, en esa tienda de aparejos de pesca con un impresionante pez espada disecado tras el mostrador, allí mismo nos tropezamos con varios cachivaches y con un homenaje maravilloso a todos los libros que nos han hecho morirnos de risa, literalmente, en unas páginas que me recordaron, por ejemplo, a Javier Marías en capítulos desternillantes de Tu rostro mañana. Sobre todo, cuando nada en la trama tiene ninguna gracia.

Un asesinato, Mario Conde, Obama, los Rolling y Chanel: los ingredientes de la novela más policíaca de Padura

Ray Loriga nos entrega, nos regala, una novela soberbia. Los dos temas que más me interesan de ella, el amor y la muerte, se resuelven, si es necesario, con la receta de cómo cocinar las criadillas. La amistad, ese gran amor que se nutre de admiración, es aquí verdadero amor. Y a quien le gusten las etiquetas, se encontrará con el cabreo de Yorick. Prodigioso camino hacia el final de un libro que crece y crece hasta dejarte huérfano como te deja el último día del verano. Hemos aprendido: "A la guerra va uno solo, aunque vayan muchos".

_______________

Sonia Asensio es profesora de Literatura.

Más sobre este tema
stats