El rincón de los lectores

Un asedio dentro de otro

Portada de El asedio de Troya, de Theodor Kallifatides.

Estando, como estamos, sumergidos en el confinamiento para protegernos del coronavirus, aún nos cabe sumergirnos más, en otro encierro, en otra historia que contenga la que estamos viviendo, como si estuviésemos dentro de unas matrioshkas rusas. No es tan difícil. ¿Quién no se evade y se olvida de su propia vida, por ejemplo, con una buena serie de televisión? Ya sabemos que esa segunda inmersión, en lugar de aumentar la sensación de claustrofobia, puede resultarnos liberadora. Theodor Kallifatides lo demuestra asimismo en su novela El asedio de Troya (Galaxia Gutenberg, 2020). En sus páginas, una maestra consigue que sus alumnos se olviden de que sus vidas están en manos de los soldados alemanes, llevándoselos a una cueva donde les cuenta La Iliada. Una vez más, el poder de la ficción resulta tan poderoso que acaba sobreponiéndose a la tragedia cotidiana, que se diluye en un segundo plano. Los chiquillos están más pendientes de las peripecias de Aquiles y de Héctor que del peligro que corren sus vidas durante los bombardeos y las terribles represalias nazis.

De hecho, Kallifatides pone en su recreación de la tragedia clásica todo el peso de los detalles, los pelos y las señales. Los aqueos y los troyanos son héroes, pero sobre todo son seres reconocibles, de carne y hueso. Se las apañan como pueden, sin que los dioses pinten más que las nubes que sobrevuelan el asedio. En cambio, el novelista quita peso a la historia paralela, la real, la tragedia que están viviendo los chiquillos de la aldea griega. Esa nos la cuenta de una forma esquemática, casi sumarial. Pero no importa, porque la alternancia y el entrelazamiento de ambos relatos va incrementando el suspense, consiguiendo que leamos al mismo tiempo con placer y sin resuello. Tampoco importa que ya sepamos cómo acaba La Iliada. Una vez más (ya lo probó Sherezade en Las mil y una noches) podemos disfrutar de una historia que ya conocemos si nos la cuentan de forma que parezca nueva, si el narrador consigue que anhelemos saber cómo prosigue, incluso más de lo que anhelamos saber cómo termina, porque no queremos que acabe.

La vida de Theodor Kallifatides tiene también ingredientes novelescos. Nació en el Peloponeso griego, en Mololai, en 1938. Pero con 26 años decidió emigrar a Suecia. Allí se afincó, se casó y allí ha vivido desde entonces, concentrado en la escritura. Ha publicado más de 40 libros, sobre todo novelas, aunque también poemarios y traducciones, aprovechando que maneja dos idiomas. Ha dirigido incluso una película. Curiosamente, todas sus obras las ha escrito en su lengua de adopción, el sueco. Todas con una sola excepción: el relato que precedió al libro que estamos comentando. Su título en castellano es Otra vida por vivir. Apareció en 2018 y es el libro que le ha dado a conocer realmente fuera de sus países de nacimiento y residencia.

Otra vida por vivir es un relato de memorias y al mismo tiempo es el relato de una crisis. Pasados los 75 años, de pronto al autor se le pasa por la cabeza que tiene que parar de escribir y jubilarse. Se plantea dejar de escribir, pero no sabe hacer otra cosa. Y sin embargo, el mero hecho de planteárselo le bloquea por primera vez en su vida. No encuentra una nueva historia que contar. Vende su estudio de toda la vida en Estocolmo y se marcha con su mujer de visita a Grecia en busca de sus raíces. Allí descubre que es un extraño en su idioma nativo, sin poder considerarse sueco tampoco. Paseando por las calles de Atenas, siente el abismo bajo sus pies, se plantea que "esa era la humillación más grande, el destierro definitivo. Tener miedo de los demás y que los demás tengan miedo de ti".

Buscando y buscando, Kallifatides acabó encontrándose con dos historias: la de su propia crisis y la de El asedio de Troya, traída por los pelos de su infancia. Al fin y al cabo, hay puntos de conexión: por ejemplo, el padre de Kallifatides fue también maestro, como el padre del adolescente cuya maestra les cuenta (y nos cuenta) el cerco de Ítaca. La voz que nos recrea aquellos años es la del adulto que ha vuelto a su niñez para vivirla de nuevo. Y la aldea donde transcurren los hechos, como la del Quijote, no tiene nombre, o al menos no se menciona. Se pierde en la bruma que mezcla los recuerdos con las emociones, convirtiéndolos en reales, más reales que la tragedia cotidiana donde nos debatimos.

_________

Arturo Tendero es periodista y poeta. Su último libro es Arturo TenderoEl otro ser (Isla de Siltolá, 2018). Reseña cada semana un poemario en El mundanal ruido.

Más sobre este tema
stats