Cristina Fernández Cubas: vivir lo misterioso inquietante
Cristina Fernández Cubas - Lo que no se ve
Tusquets, Barcelona, 2025.
Este es el séptimo libro de cuentos que publica la autora, que quizá sea, junto con José María Merino, los dos grandes cultivadores españoles del relato en activo de las últimas décadas. Han transcurrido diez años desde la publicación de su anterior libro de cuentos, La habitación de Nona (2015), cuando la autora está a punto de cumplir 80 años. Su aparición supone, pues, todo un acontecimiento literario, y así lo han entendido los periodistas culturales y los críticos literarios que se han ocupado del volumen.
Acostumbrados a que haya narradores que publican un libro al año, otro mal síntoma de los tiempos que corren, algunos periodistas le han preguntado por qué había transcurrido tanto tiempo, una década, entre un libro y otro, olvidando que su libro del 2015 se publicó seis años después de Parientes pobres del diablo (2009), su predecesor. Pero qué ha ocurrido en estos diez años. Diría que Cristina Fernández Cubas, según ella misma ha indicado, ha vivido la vida y ha disfrutado de numerosos reconocimientos, pues La habitación de Nona obtuvo premios importantes, tales como el de la Crítica y el Nacional de Narrativa, además del Premio de las Letras Españolas, en el 2023 por el conjunto de su obra, y el doctorado Honoris Causa por la Universidad de Alcalá. Y entre las reediciones, destacaría la de El columpio, en Firmamento, una pequeña editorial, y cómo al releer esta novela corta advertimos nuevas calidades y matices que no se habían tenido en cuenta en la primera salida; aparte de la que reedición que está llevando a cabo Tusquets del conjunto de su obra. Por último, y según ella misma ha confesado, no ha dejado de escribir, otra cosa es publicar, algo que trae consigo una exigencia que echamos de menos en otros narradores.
En alguna ocasión, la autora ha señalado que los libros de cuentos tienen que estar bien estibados, para que las piezas encajen en el conjunto. En Lo que no se ve tampoco encontramos una mera acumulación de narraciones, pues los seis que lo componen se complementan y matizan; pero, además, no solo están relacionados entre sí, sino que observamos en ellos resonancias de sus obras anteriores, según iremos indicando. Así, su mundo literario se amplía y ramifica, se hace más sutil y complejo, pero partiendo siempre de los temas y motivos que viene tratando desde 1980, cuando apareció Mi hermana Elba, su primer libro de relatos.
Desechando una práctica que en ella ha sido habitual, no es uno de los cuentos del libro el que le proporciona título al conjunto, sino que esta vez proviene de un artículo que publicó en la revista 'Ínsula', en junio del 2021, y del discurso de Alcalá que dio por esa misma fecha. En cualquier caso, el título —quien habla en él es la autora— puede valer como una poética, ya que sus narraciones podría decirse que transcurren entre los entresijos de la realidad, al mismo tiempo que abordan los misterios de lo cotidiano, lo inquietante y sorprendente.
Las tres citas iniciales, entre lo sentencioso y la ingenuidad infantil, remiten a la cuestión central del libro, que encontramos en la referencia a la Segunda epístola de San Pablo a los Corintios, incluida en el Nuevo Testamento: “las cosas (...) que no se ven son eternas”; frase de la que probablemente provenga la idea del título del volumen.
“Tú Joan, yo Bette”
El primer cuento, Tú Joan, yo Bette, surge de la fascinación que sintió la autora por la película de Robert Aldrich, ¿Qué fue de baby Jane? (1962), obra que no puede dejar indiferente a nadie. Se estrenó en España el 4 de diciembre de 1963, como se repite en el texto hasta en tres ocasiones. Pero si en la película, la realidad de dos grandes actrices (Joan Crawford y Bette Davis, en los papeles de Blanche y Jane), se cuela en la ficción, en nuestro cuento es la ficción la que trastoca la realidad de estas dos viejas hermanas (la autora ha comentado que prefiere la palabra vieja, más que anciana), quienes habitan solas en la casa familiar, que mantienen en penumbra, fuera del mundo, mientras juegan a adoptar la personalidad de las protagonistas de la película.
El narrador, quien tanto protagonismo cobra en el desenlace, nos indica las diferencias entre ambas situaciones. Y aunque las hermanas sean muy distintas, el tiempo acaba igualándolas, al convertirlas –digámoslo así– en gemelas, desde el momento en que el espejo las iguala. El caso es que ambas componen un tableaux vivant, entretenimiento propio del siglo XIX, si bien en este caso no se basa en representar una pintura, sino en una película (recuérdese, por ejemplo, la escena de Viridiana, en la que los mendigos remedan La última cena, de Leonardo). Sea como fuere, importa tanto la trayectoria vital de las hermanas como el juego, la composición de escenas, con una cierta resonancia de El columpio, las cuales tienen su origen en la idea de que “la imaginación es un potro desbocado”, como Bécquer señala —por citar una referencia conocida— en su leyenda “El monte de las ánimas”. También comparte motivos con “Candela Viva”, así la trasmisión de pensamientos o la conciencia de que les queda poco tiempo (pp. 28 y 34).
En el título de esta narración, sobre la que aparecen dos alusiones en el texto (pp. 19 y 22), oímos hablar a Bette, dirigiéndose a su hermana mayor, quienes en un momento dado se intercambian los papeles (p. 22); al cabo, se percatan de que no están solas, de que una sombra y una voz las acompañan (pp. 27 y 28), cuando las personas se han transformado en las actrices, para indicar que de entre todas las secuelas de los personajes de la película, ellas destacan, pues, a su lado, las demás resultan meras aficionadas. La historia se cierra, el final es extraordinario, con la intervención del narrador omnisciente, quien le comenta, al emocionado buscador de tesores que encontró a las hermanas en la playa, que “Sí, se querían”, en alusión a un célebre verso de Vicente Aleixandre.
“¿De qué se habla en las fiestas?”
En ¿De qué se habla en las fiestas?, título que podría simbolizar la esencia de lo que se va a contar, se relata la historia de una amistad entre dos quinceañeras, de condición social, aspecto físico e inclinaciones muy diferentes, con todo lo que ello significa a esa edad, y de un primer amor platónico compartido, pues las dos jóvenes, tanto la narradora como Clementina/Clemens, se enamoran de un profesor del Instituto, por el que compiten cada una a su manera. El caso es que todo cambia entre las chicas cuando la opinión negativa de las compañeras de estudios lleva a la narradora a alejarse de su amiga, que es quien formula la ingenua pregunta del título, ya que ella no ha podido participar en los habituales ritos de paso de las adolescentes.
En el desenlace del cuento, la narradora se percata de que el pasado no vuelve, ni puede cambiarse y, con metáforas ajedrecísticas aprendidas de una profesora a la que apreciaban, la idea de que la vida es como una partida de ajedrez en la que todos desempeñamos la función de una u otra pieza del tablero. Así las cosas, se nos dice que, a diferencia de lo que ocurre en el juego, tras el jaque mate, la vida continua. En esta ocasión, el final de la partida no había sido otro que la mentira de la narradora a Clemens, en el papel de peón solitario (sus compañeras de colegio la habían sometido a “una esclavitud continuada, mantenida por una intimidación silenciosa”, p. 56), al acabar con la ilusión que tenía de poder merendar en la casa de quien había creído su amiga.
“Momonio”
La historia que se cuenta en Momonio, la estrecha relación que se establece entre cinco amigos inseparables (Laura, Pablo, Alonso, Damián y la innominada narradora, semitestigo y coprotagonista de algunos de los hechos), transcurre durante el verano, tras el primer curso de Derecho que comparten. Se relata cincuenta años después de que ocurrieran los hechos. Se trata, pues, de una historia sobre lo que estos jóvenes decían ser y aquello en que acaban convirtiéndose.
Lo que motiva el cambio de los jóvenes es el juego a que se prestan cuatro de ellos, pues la narradora se niega a participar, de modo que su relación de los hechos proviene de lo que le han contado o ha podido intuir. Consistía el juego en invocar a una entidad poderosa, al Otro. Así, lo que parecía que iba a ser una cama redonda, en la que participarían los cinco jóvenes, acaba convirtiéndose en algo bien diferente, aunque no lleguemos a saber exactamente en qué consiste, de modo que el misterio y la inquietud resulta aún mayor.
La evolución del pensamiento y de los sentimientos de los jóvenes, al respecto, podemos seguirla en unas cuantas frases del cuento: “Ojalá nos hubiéramos revolcado en el lecho dando rienda suelta al deseo y a la pasión”; más adelante insiste en “el deseo compartido que horas antes habíamos experimentado en un dormitorio inmenso frente a un lecho más gigantesco todavía”; y concluye la escena con una vuelta de tuerca: “Cuatro jóvenes desesperados sobre un mullido y gigantesco lecho aferrados a un enorme crucifijo”, pp. 67, 75 y 80).
Tras los extraños sucesos de aquella noche, Laura, una joven de 18 años en la que se encontraba agazapada una criatura que se negaba a crecer, partidaria de “jugar y jugar; no dejar nunca de jugar” (p. 71), después de horrorizarse por los sucesos de aquella velada, le pide ayuda a la narradora, quien comenta que “estaba lívida como una muerta, con la cara llena de arañazos y los ojos perdidos” (p. 77). Una vez conocido el relato de Laura, consciente de que al Otro no le gustaban las bromas y las castiga, la joven abandona el país y reanuda su vida en Caracas, aunque ese final con resultados más que inquietantes, que no destriparé aquí, si bien en el desenlace la imagen de sus hijas gemelas (Lara y Aurea), convertidas en niñas viejas, “criaturas aojadas” (con mal de ojo), que hablan una extraña jerga que solo ellas entienden, podría relacionarse con el primer cuento del libro. Qué ocurre con el resto de los personajes debe descubrirse en el cuento, aunque ninguno de ellos sostuvo las inquietudes de la juventud.
El título se corresponde con el nombre que Laura le pone a su muñeco preferido, conforme a la dicción infantil de la palabra demonio, pero saber que una de sus lecturas favoritas era Drácula, además de su héroe particular, redondea las características del personaje, quien junto a la narradora son las auténticas protagonistas de la historia, aunque también sabremos en qué tipo de persona ha acabado convirtiéndose Alonso. Creo que este cuento guarda ciertas concomitancias con su pieza de teatro Hermanas de sangre, con el relato que da título a Parientes pobres del diablo, e incluso, una vez más, con el cuento La ventana del jardín.
“La hermana china”
En La hermana china volvemos a encontrarnos con el motivo de las complejas relaciones entre hermanas, Violeta/Zi se llama la mayor, adoptada, y Adelfa/Jiàzhútáu (Adelfa en griego es hermana), con caracteres y actitudes muy distintas, pues aquí su nombre también es definición. Recuérdese, al respecto, el poema “Adelfos”, de Manuel Machado, y que la adelfa es una flor venenosa, mientras que la violeta se asocia a la tranquilidad, la serenidad y la elegancia, aunque posea otros significados. El cuento se origina en unos hechos que la autora presenció, muchos años antes, durante un viaje por Extremadura. Como una variante del primer cuento del libro, se trata de una historia de “celos y despecho” (pp. 93 y 100), en la que la dualidad desempeña un papel significativo. El desenlace resulta tan significativo como ambiguo, pues no llegamos a saber si los violentos sueños de Adelfa se cumplen. En este caso, las resonancias provienen, debido a la jerga secreta que utilizan, del primer cuento del libro, pero también de La ventana del jardín.
“Il Buco”
Il Buco es el hueco, el umbral, en cierta forma, y el nombre de un restaurante al que acuden los personajes. Se trata del relato del viaje a Italia, quizás a Milán (en esta ocasión la autora ha optado por no concretar la ciudad en que transcurre la trama: “Se me dijo que, al escribir, evitara en lo posible cualquier topónimo que pudiera conducir a una localización indeseada”, p. 109), de un matrimonio y de las desavenencias que surgen entre ellos. Mientras que la mujer, Lila (es nombre y definición), va perdiendo protagonismo, él –se trata del único cuento del libro protagonizado por un hombre– se adentra en un territorio misterioso, situado en una zona en obras de la catedral donde recibirá un mandato, en el que llega a sentir pánico, podría decirse que un umbral. Todo ello lo empuja a la rememoración de Emma, un antiguo amor, en oposición a su actual esposa, con quien se reencuentra en el sorprendente desenlace. Este cuento, ha confesado la autora, surgió de un sueño.
“Candela Viva”
Candela Viva quizá sea el más autobiográfico de estos cuentos, pues me parece que es la misma autora, quien en el tramo final de la narración, toma la voz, ante Candela, su misteriosa interlocutora, quien crea una atmósfera propicia para las confidencias y adivina lo que piensa Jana, la protagonista. Describe a Candela a trazos, como alta y espigada, extraña, hermosa, atractiva. Además, parecía no tener edad, aunque “por unos instantes, adquirió los rasgos de una anciana (...) El rostro de una vieja” (pp. 149-152 y 158). Diría que Candela es otra versión de Cerbero. El caso es que Jana se confiesa y hace recuento de su existencia: “he vivido más de lo que probablemente me quede por vivir”, comenta, por lo que siente “la necesidad de detener el tren, de pausar la vida y reconstruir la película de su existencia” (p. 156). Piensa también en “lo que pudo haber sido de transitar por los caminos que no tomó”, pues, tiene la sensación de que “la vida va demasiado deprisa”, repite en dos ocasiones, mientras que se felicita “por haber sabido detenerse, tomarse un descanso y ordenarla (...) Un recuento. Analizar el pasado para entender el presente y poder así construir, en la medida de lo posible, el futuro” (pp. 158 y 161). Se trata de opiniones que la autora ha repetido en alguna entrevista reciente.
Parte importante de todo ello, es la atmósfera del pequeño comercio, una vieja cerería del barrio que le proporciona título al cuento, hasta entonces inadvertida por Jana. Las velas del candelabro de tres brazos, las cuales remiten al que aparece tanto en la cubierta como en la contra, van apagándose, marcando así el paso del tiempo. Tampoco falta aquí lo teatral, la representación, como ocurría en la novela corta El columpio, cuya maestra de ceremonias es la singular Candela. Y no quiero dejar de llamar la atención sobre un campo semántico que incluye “los dedos eternos” de Candela; la mano quemada de Jana, que le permite creer que todavía puede sentir; y finalmente la mano cercenada en el accidente (pp. 150, 160 y 163).
Algo hay de testamentario en este cuento, el único que no aparece fragmentado en partes, en el que espacio y tiempo aparecen trastocados (“como si [...] solo rigiera más alla [...] de la puerta” de la cerería, p. 150), los objetos y la discreta interlocutora propician -repito- la confesión de Jana; no en vano se presenta como “un lugar ideal para las confidencias”. Se pregunta también la protagonista por la realidad, por dónde se encontraba ella realmente, pues tiene la impresión de estar viviendo una experiencia que no guaradaba relación alguna con la realidad convencional (p. 159), mientras que el narrador nos indica, por su parte, que la imaginación siempre había sido fiel compañera de Jana. Al fin, se muestra satisfecha, “con los principales hechos de su vida perfectamente estibados en su equipaje” (p. 162).
Recuérdese que estibado es un adjetivo que la autora había utilizado para explicar cómo ordenaba los cuentos de sus libros. Se cierra la narración con la palabra SATISFECHA, en versal, y quizás el lector se pregunte cuándo ha puesto orden Jana en su vida, en qué momento se produce el recuento. Y, acaso, si el accidente con que se iniciaba el cuento fue, en realidad, mortal, y la cerería un trasunto del más allá, cuando ya es solo una sombra “transitando por un mundo al que ya no pertenecía” (p. 160). En efecto, se había acabado un ciclo, pero, además, ha muerto, ha hecho ciertas confesiones y ha llevado a cabo un recuento de su vida, por lo que está dispuesta a empezar otra etapa en el más allá, tras abandonar esa estación de paso que es la cerería.
Aparte de todo lo dicho, habría que insistir –me refiero ahora al conjunto del libro– en el análisis psicológico de los personajes
Aparte de todo lo dicho, habría que insistir –me refiero ahora al conjunto del libro– en el análisis psicológico de los personajes; en que casi todos los protagonistas recuerdan una época anterior de su vida; en el papel que desempeña el espacio (por ejemplo, la casa del padre de Damián, su despacho, en Momomio, pp. 72 y 73; la catedral en In Buco; o la cerería en el relato que cierra el libro); cómo el tiempo aparece trastocado, “no obedece a cómputos convenidos”, en Il Buco (p. 140) y en Candela Viva; y en el protagonismo que adquieren objetos como la cornucopia, los espejos, el viejo triciclo, el despacho suntuoso, el candelabro de tres brazos o las velas.
Pero también, tanto los comienzos como los finales de los cuentos, sobre todo estos últimos que resultan abiertos y muy significativos. En fin, a los motivos habituales de la autora: el doble, los gemelos, la relación entre hermanas (aparece en varias de sus narraciones, entre ellas en su relato infantil, De mayor quiero ser bruja, 2014), las sombras..., habría que añadir esta vez la bilocación, la capacidad para estar en dos lugares al mismo tiempo: el don de la ubicuidad (pp. 21 y 22).
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Cobra de nuevo una gran importancia la escenografía teatral que utiliza en algunos cuentos; los juegos y las ceremonias, incluidos los juegos infantiles de Laura; las jergas secretas, según ocurre, por ejemplo, en Monomio, y algunos leves rasgos de humor, en ¿De qué se habla en las fiestas? No en vano, se dice que “ningún juego es inocente” (p. 27, 68, 69 y 72). Y como quizás en ninguna otra de sus narraciones, destacan en este libro los componentes metaliterarios e intertextuales. Así, en el primer cuento, Joan pregunta: “¿Quién mueve los hilos, Bette? (...) Llámala Voz, si quieres (...) ¿Y quién da voz a la Voz?” (p. 31), en referencia al narrador omnisciente; en La hermana china llega a definirse el asunto del cuento (pp. 93 y 100); cuestiona el papel de ciertos narradores: “esos narradores omniscientes que siempre ha detectado. Fingen narrar una historia que les es ajena y en realidad se la apropian, opinan, juzgan. Y reviven momentos que los personajes han olvidado. Se creen superiores porque todo lo ven. Pero no lo viven” (p. 28); o reflexiona sobre sus características: “un narrador va a donde quiere ir, ve lo que desea ver y se adjudica el género que le da la gana” (p. 29), y continúa especulando sobre cómo sería el narrador si fuera hombre o mujer. Además, en Monomio se comenta “la facilidad para transformar lo extraordinario en lo más natural de mundo”, que puede valer como poética de la autora. Mientras que en Candela Viva el narrador vincula los sucesos con la clásica serie de televisión La dimensión desconocida (1959-1964), uno de cuyos episodios evoca, o con “La hora de Alfred Hitchcock” o “Alfred Hitchcock presenta”.
Tengo mis preferencias, pero como todas las narraciones del libro me parecen logradas, prefiero no destacar ninguna. Y acabo. Adentrarse en los cuentos de Cristina Fernández Cubas es lo más parecido a transitar por un laberinto del que a veces tememos no poder salir, y del que es muy probable que el mismo desarrollo de los hechos nos proporcione una posible salida, aunque en ocasiones no sepamos por qué puerta debemos abandonar el juego.
*Fernando Valls es catedrático de Literatura Española y crítico literario.