Lengua y dialecto
Lengua y dialecto
"¿Qué idioma habla usted?", preguntó el lexicógrafo Manuel Alvar; "español", respondió el campesino isleño.
Había trazado el atlas lingüístico de otras regiones de España y la respuesta a esa primera pregunta del cuestionario siempre había sido la misma: "castellano". Sin embargo, en aquellas tierras de ultramar, la mordedura de un acertijo lo hacía dudar del nombre exacto de las cosas.
Hasta allí había llegado, como un explorador sin bandera ni reino al que dar cuentas, en busca de palabras con las que trazar el mapa de las islas. Descubrió que algunas brotaban de una fuente turquesa en un patio andaluz y otras habían llegado en falúa, costeando la Macaronesia. Comprendió los viajes trasatlánticos del lenguaje y, por primera vez, sintió el aliento aborigen de los manantiales donde la gente calmaba su corazón prehispánico. Había descifrado la cartografía de sus hablas, pero no el enigma de los hablantes canarios.
A punto de partir, y con el último cuestionario en la mano, subió al más remoto y pobre de los caseríos.
—¿Qué idioma habla usted? —preguntó al más viejo de la cumbre y el fuego.
—Español —respondió este sin titubear.
Alvar sintió de nuevo la dentellada de la duda en la sien y apartó el formulario.
—¿Por qué dice que habla español y no que habla castellano?
—Pues mire usted, yo el castellano no lo sé pronunciar.
Herencia
Hay personas que viven sin darse cuenta, como paisajes inmóviles bajo las estaciones. A otras, la vida las atraviesa.
A mi madre la vida la atravesó desde su llegada al mundo. No nació libre, pero tampoco se sometió sin resistencia a la esclavitud. La enseñaron a pasar hambre mientras alimentaba a otros, y por el camino descubrió el oficio de la autodeterminación.
A cintarazos atravesó la vida mi padre, los que recibió de un bebedor violento que nada le dejó, salvo un cuerpo con cicatrices en las que no mirarse. En la huida, memorizó el camino más fértil para convertirse en un hombre sin pasado y sin miedo. Los dos fueron pies desnudos sobre el granizo.
Juntos, sortearon los hachazos de la existencia con una bravura serena que no levantó sospechas. Atravesaron continentes sin otra ropa que una humilde esperanza y habitaron lugares hostiles, donde nadie los esperaba y nada tenían. Sin bendición, cruzaron las tierras insólitas de la indiferencia agarrados a la ternura de su espíritu. Fue así como conquistaron el reino de los supervivientes. Cuando por fin, después de un largo camino, regresaron al mundo que un día los abandonó, levantaron la casa donde criar a sus hijas como bellos paisajes inmóviles bajo las estaciones.
Refugiado
En la llanura ondulante del desierto, el niño tiraba canicas negras para recordar el camino de vuelta. Los ojos de su madre apuntaban al abrigo invisible de una frontera, cuidando de que las piedras no vencieran el paso del hijo. Con un ojo mantenía el rumbo en la oscuridad y con el otro, sin detenerse, medía la distancia que los alejaba de la casa muerta.
El niño buscaría siempre los ojos de su madre ocultos en la arena, bajo las últimas dunas de su infancia.
Sin destino
Lo encontré por casualidad, plantado en mitad de este sendero, oculto tras el muro que rodea el campo de golf. Aún es pequeño y tiene poco lustre, pero sabe amoldarse al viento y deslizar la raíz bajo las piedras, hasta tocar la tierra húmeda del césped deportivo.
Los golfistas de gorra blanca no se acercan a esta linde, no parecen interesados en ampliar sus golpes ni preocupados por el agua sobrante de su campo de juego. Intuyo que es cuestión de tiempo que todo cambie y el arbolito lo sabe. Piensa huir con los pájaros en primavera, llevado por sus dulces frutos a otros márgenes secretos de la naturaleza.
Ingeniería
Me han regalado un espéculo que sirve para especular. En lugar de evidencias crea suposiciones y saca conjeturas sin necesidad de pruebas. Tiene un pico de loro que provoca portazos de indignación cada vez que se abre, pero cuando se cierra propicia la cordialidad y el entendimiento. A simple vista, parece un aparato difícil de manipular, pero a mí me bastó verlo una sola vez en funcionamiento para entender su mecanismo. No me hizo falta leer las instrucciones.
* Olga Mesa es una canaria nacida en el Sáhara Occidental, dos geografías que han marcado su historia familiar y personal. Es una filóloga apasionada de los dialectos, que se dedica a la gestión cultural y a la corrección de textos. Desde hace años, imparte cursos de escritura.