"Es el Nobel el que se lo pierde": Milan Kundera, mucho más peso que 'La insoportable levedad del ser'
Un novelista fundamental que ha marcado una época con títulos como La insoportable levedad del ser (su gran éxito, de 1984), La inmortalidad (1988) o La broma (1967). También un lúcido pensador que reivindicó la herencia de Cervantes, Kafka o Rabelais, la relevancia de la cultura centroeuropea y la lucha de la memoria contra el olvido. Ensayista, escritor de cuentos cortos, dramaturgo y poeta, este martes fallecía en París a los 94 años Milan Kundera (Brno, Checoslovaquia, 1929), en definitiva uno de los grandes nombres de las letras del siglo XX.
"Sin duda es uno de los grandes", resume a a infoLibre su editor en España, Juan Cerezo, de Tusquets, quien le califica como un autor que "aúna muchos elementos interesantísimos y muy originales". Y continúa: "Por un lado, sus historias son siempre sobre la condición humana y están incardinadas en contextos sociológicos, políticos e históricos muy relevantes. Sus primeras obras transcurren en ese régimen autoritario que era la Checoslovaquia comunista, luego noveló como pocos la alegría y el espíritu de la Primavera de Praga precisamente a partir de las historias cruzadas de su libro más famoso, La insoportable levedad del ser. También fue capaz de contar después sus vivencias en París, en esos ámbitos de la Europa occidental que, viniendo de donde venía, para él tenían mucho significado y eran muy reveladores".
Afiliado en su juventud al Partido Comunista, fue posteriormente expulsado en 1950, readmitido en 1956 y echado definitivamente en 1970. Esa convulsa relación con la política quedó plasmada para la posteridad en su primera novela La broma (1967), sátira del comunismo estalinista traducida a una veintena de idiomas y que, paradójicamente, recibió en 1968 el Premio de la Unión de Escritores Checoslovacos. "Fue una novela muy valiente y tremendamente representativa de un pasado al que no debemos volver", subraya Cerezo, quien con todo el conocimiento de causa apunta que para autores cubanos como Leonardo Padura o Abilio Estévez, tanto ésta como La vida está en otra parte (1969) son obras "tremendamente actuales, importantes e incisivas porque cuentan muy bien, entre risas, ironías y paradojas, lo horrible que era vivir bajo un régimen que está permanentemente espiándote".
Comenzaba así una producción literaria que traza como ninguna un retrato irónico y emotivo, humorístico y lúcido de la condición humana, ya sea en regímenes comunistas, en momentos de ilusión por el cambio como la Primavera de Praga o en la Francia contemporánea –a cuya capital se exilió en 1975–, donde diagnosticó las cuitas de nuestra vida europea. La mezcla de toda esta experiencia individual con el conocimiento de situaciones históricas tan diferentes, junto al "poso de filosofía y existencialismo", hacen de sus novelas obras "únicas" con la "virtud maravillosa", además, de tener una "escritura cristalina" que las convertía siempre en "lecturas adictivas y nada complejas", ya que él "odiaba todo lo que fuera un barroquismo innecesario".
Alejado del régimen soviético de su país natal y asentado entre la intelectualidad francesa, continuó Kundera a través de su obra retratando la Europa occidental del momento y reivindicando, al mismo tiempo, que la parte eslava del viejo continente también era occidente. En ese contexto siguió reflexionando sobre el amor, las relaciones de pareja, el sexo, el exilio o la memoria, contando todo lo que se vivía entonces cuando Europa estaba dividida en dos.
Todo eso está presente en su gran y más popular obra, La insoportable levedad del ser (1984), ambientada en la Praga de 1968, en pleno período de liberalización política y protesta masiva en Checoslovaquia como estado socialista. La trama trata de un hombre y sus dudas existenciales en torno a la vida en pareja, convertidas en conflictos sexuales y afectivos. Así, la novela relata escenas de la vida cotidiana trazadas con un profundo sentido trascendental: la inutilidad de la existencia y la necesidad del eterno retorno de Nietzsche por el que todo lo vivido ha de repetirse eternamente, solo que al volver lo hace de un modo diferente, ya no fugaz como ocurrió en el principio.
"Esta novela me sigue pareciendo deliciosa", confiesa su editor en España, quien ve todavía en ella, tanto tiempo después, una "magnífica recomendación para lectores que quieren iniciarse en su obra". "En México, Argentina o Colombia es casi un rito de paso leer La insoportable levedad del ser, es una de esas novelas con la que los jóvenes consideran que ya están leyendo literatura adulta. Tiene un enorme valor en eso", señala.
Al mismo tiempo resalta Cerezo que hay también cosas "muy interesantes y bonitas" en obras posteriores y anteriores a su gran éxito como pueden ser La inmortalidad (1988) o El libro de los amores ridículos (1968), que ve como "una sucesión todavía muy fresca de historias que enlazan con la Nouvelle vague y el espíritu de Milos Forman en ese momento en el que Europa bullía con una juventud dispuesta a romper muchos moldes". Obras todas ellas que cosecharon grandes éxitos y tras las que, ya en los años noventa, fue virando hacia novelas más breves, "casi como piezas de cámara, algunas de ellas igualmente muy lúcidas".
"En La lentitud (1995), La identidad (1998) o La ignorancia (2000) habla de cosas de las que todavía nos hacemos eco cuando hablamos de nuestros problemas en la vida contemporánea ante este capitalismo en el que todo pasa demasiado deprisa, donde se tiende a la amnesia y todo parece que se acaba de inventar ayer, donde a veces alguien se siente extraño si tiene vínculos con sus orígenes. Leyendo sus obras últimas, que son más breves, se aprende también que era un novelista que tenia además una intención de contar historias aparentemente más ligeras pero que conectaban con los problemas profundos que vivíamos en occidente", reflexiona Cerezo.
Kundera, que renunció a sus textos poéticos juveniles y otras producciones consideradas indignas de pasar a la posteridad, deja en total un legado de 16 obras, traducidas a más de ochenta idiomas y caracterizadas, a partir de 1985, por el paso de su primera lengua literaria (el checo) a un segundo idioma (el francés, de referencia para todas las traducciones después de adquirir la nacionalidad francesa en 1981), además de alternar la novela y el ensayo.
Precisamente su primer ensayo, El arte de la novela (1986), es para su editor el "gran manual de todo escritor o aprendiz de escritor que más veces se ha citado en los últimos años". "Cuando se publicó hubo gente que le miró un poco por encima del hombro, pero es un ensayo con tantas sugerencias para los narradores que se ha ido citando cada vez más a medida que pasa el tiempo, lo cual significa que como ensayista Kundera era también un tipo muy interesante y lúcido", subraya.
Admirador del absurdo de Kafka y el humor de Cervantes, tenía el autor según quienes le conocen un "gran sentido del humor" que le convertía en un "magnífico tertuliano de sobremesa". Una de esas personas que tantos ratos pasó con él fue Beatriz de Moura, quien allá por 1984 se plantó en París para convencerla de que sus traducciones no eran todo lo buenas que él merecía. Desde entonces decidió que Tusquets sería su casa editorial para lanzar sus obras en español y en catalán y, gracias a esa fidelidad y a sus miles de lectores, su obra completa está disponible para todos los que quieran conocerle.
De hecho, la que desde hace cuarenta años es su casa al sur de los Pirineos está actualmente reeditando sus títulos en formato de bolsillo con las portadas que él mismo dibujó porque, tal y como revela Cerezo, le interesaban mucho los dibujos de la gente que no era profesionalmente artista, como pudiera ser por ejemplo Federico García Lorca. "Era un gran melómano y muy puntilloso en cuanto descubrió que sus novelas no estaban bien traducidas, y ese fue el gran punto por el que Beatriz de Moura consiguió traérselo a Tusquets", apostilla el editor, quien, preguntado por la ausencia de ese Premio Nobel que nunca llegó se limita a responder con cierta sorna: "Qué le vamos a hacer, es el Nobel el que se lo pierde". Un vacío que, en cualquier caso, quedó bien lleno con otras muchas distinciones como el Premio Médicis de Literatura Extranjera 1973, el Premio Jerusalén 1985, el Premio Austriaco de Literatura Europea 1987, el Premio Nacional de Literatura Checa 2007, Gran Premio de la Academia Francesa 2001 y el Premio Franz Kafka 2020.