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‘El niño terrible y la escritora maldita’, de Jaime Bayly

'El niño terrible y la escritora maldita', de Jaime Bayly

El niño terrible y la escritora malditaJaime BaylyEdiciones BBarcelona2016

Me imagino que un crítico literario de orientación posmodernista podría permitirse un festín al analizar El niño terrible y la escritora maldita, la última novela del escritor y presentador peruano Jaime Bayly, aunque dudo que esa haya sido la intención del autor al escribirla, servir de pasto para la deconstrucción o el fausto conceptual de los discípulos de Derrida. Ni que decir tiene que lo mismo —en sumo grado, incluso—ocurriría si el crítico se vale de nociones psicoanalíticas, pues tendría material para un banquete de heliogábalo. El posmodernista podría regodearse en aspectos tales como la auto-reflexividad o la difuminación de fronteras conceptuales y vitales que ejemplifica esta obra, la que existe entre el autor, el narrador y el personaje principal, por ejemplo, o la que se da entre los sexos y las preferencias sexuales, por mencionar otro elemento prominente en esta novela y la obra entera de Jaime Bayly. Podría hasta invocarse conceptos abstrusos como la diseminación del significado, la différance o el pharmakon, por cuanto cada rol tradicional de la sociedad limeña que se retrata en estas páginas (y sus conceptos y estructuras asociados) lleva en sí la simiente de su propia destrucción o de su inherente inestabilidad. Y el crítico psicoanalítico no se daría abasto por la constante presencia de la libido y las relaciones familiares en un drama disfuncional que arrincona a todos los personajes en comportamientos regresivos o neuróticos.

Dado que no subscribo ninguna de dichas orientaciones analíticas —que bien podrían ofrecer ángulos interesantes de lectura, sin duda—, y porque no creo que la novela amerite tales ejercicios intelectuales, me limitaré a observar algunos de los aspectos que me han parecido más saltantes de esta nueva obra de Jaime Bayly. Como es bien sabido desde la publicación de su primera novela, Bayly se vale casi en exclusiva de su propia experiencia para escribir sus libros, algo que se repite en este caso, sobre el que el propio autor ha declarado que es fiel a la realidad, salvo nombres cambiados y, supongo, ordenamientos temporales o estructurales que la realidad no posee. El personaje principal de esta novela irreverente (irreverencia, humor e iconoclastia constituyen una de las características más destacadas de su novelística) se llama Jaime Baylys y al mismo le acontecen cosas que cualquiera que haya leído con cierta regularidad las columnas periodísticas de Jaime Bayly o las páginas de sociales de los diarios limeños y hasta americanos (en lengua española) le han de ser familiares. A saber, un conocido presentador de televisión y escritor de novelas atrevidas, experto en realizar entrevistas a personajes famosos, políticos o celebridades, de corte más bien socarrón e informal, entrado en la cuarentena, bisexual militante y engarzado los últimos años con un novio argentino, se enamora de una mujer de veinte años, atractiva, burguesa e irreverente como él, que aspira a ser escritora ella misma y a la que conoce por su programa de la televisión. Este amor le lleva a abandonar, de momento, su vida homosexual con el argentino o con cualquier otro hombre (lo que no deja de sorprenderle) y le gana la animadversión de casi todos los seres cercanos que le rodean, comenzando por su exesposa (de quien sabemos desde el inicio que le irrita sobremanera y le resulta antipática e insoportable) y sus dos hijas adolescentes, a quienes adora, pero que rechazan a la nueva mujer en su vida como a una trepadora chusca y ramera. La madre de Baylys (como la madre de Bayly, huelga decirlo) pertenece a un grupo cristiano ultraconservador, para el que todo lo que hace su hijo es anatema y pecado mortal, pero se alía con las nietas y la ex esposa, haciendo causa común contra la intrusa. El escritor Baylys hace lo imposible para reconciliar su vida de flamante enamorado con su antigua vida semifamiliar, en la que ocupaba el departamento encima del de sus hijas y su ex esposa, el cual ha comprado con los millones que tenía en el banco, producto de décadas de trabajo en la televisión.

Se suceden muchas peripecias y desencuentros, el escritor se muda a Miami para huir de la mediocridad y pacatería limeñas, se siente feliz con su nueva pareja, que resulta muy pronto embarazada, pero desdichado por el abandono de sus hijas y la constante condena de su medio. Además, ciertas decisiones políticas e influencias conservadoras (de su propia madre, entre otras), le apartan de la televisión peruana, pues ha decidido apoyar a la candidata de izquierda para la alcaldía de Lima, odiada por el entorno que le procura trabajo, y su propia madre estima que la influencia de su hijo es funesta para la moral y las costumbres. Juega con la idea de presentarse a la presidencia (algo a lo que su madre le ha instigado desde su primera infancia), ya que las encuestas le dan entre un cinco y diez por ciento de apoyo, pero no para ganar, algo que considera casi imposible, sino para promocionar un proyecto de gobierno que incluya la igualdad de derechos sexuales, la legalización de toda droga, y que supone dormir hasta tarde y hacer lo menos posible como presidente. Con tales ideales programáticos y su fama de puto, no ve posible la financiación de dicha campaña, no sin antes entregarse a largas meditaciones sobre el oficio de político y la vanidad, estupidez y hasta degeneración de quienes lo practican.

En este punto es preciso señalar que la novela está estructurada como si de columnas periodísticas se tratara, inspiradas en sus colaboraciones o copiadas de sus propias columnas en la prensa nacional de su país, a lo que se añade las partes propiamente narrativas, pero sin que el lector pueda distinguir las unas de las otras con claridad (si se quiere, otra difuminación de fronteras). Esto le da oportunidad al escritor de entregarse a disquisiciones existenciales sobre variedad de temas, desde la paternidad hasta su propio destino como escritor o como ser humano. Jaime Baylys se declara agnóstico, cínico, algo misántropo, a pesar de su constante presencia mediática y su habilidad social. Considera a la mayoría de sus congéneres, puede columbrarse de sus peroratas y el tono de la novela, imbéciles, codiciosos, fanatizados. Solo se salva el amor, sobre todo por sus hijas, pues hasta el amor de pareja le parece impredecible, doloroso, imperfecto y frágil. Ha intentado incluso alguna vez suicidarse, cuando comprendió que jamás podría satisfacer las exigencias morales de su clase y su educación religiosa, pues le empezaban a gustar los hombres y no había pecado más mortal que la homosexualidad. Gasta dinero en proporciones que a cualquier habitante de Perú no solo daría envidia, sino una apoplejía: millones aquí y acullá para satisfacer a su novio, a sus hijas, a sus amigos. No ha conocido un solo día de necesidad en su vida, como no fuera la necesidad de acostarse con quien le apeteciera. La edad, sin embargo, le agobia, ha engordado, ya no conquista a quien le viene en gana y se resigna a unos años más de vida mediocre y feliz con su nueva mujer y su nueva hija (que ha deseado sea hombre y gay hasta la médula), hasta que los estragos del abusivo uso de estupefacientes de todo tipo caiga sobre él finalmente. Podría decirse que cultiva una filosofía hedonista o epicúrea, si no fuera que hasta los buenos epicúreos conocen la restricción y el cálculo de los placeres que a Jaime Baylys le faltan.

Como en todas sus novelas, el uso del humor es fundamental en su técnica narrativa: su carencia convertiría sus obras en alegatos absurdos en favor de una vida sibarita sin sentido. El lenguaje hará reír a cualquiera que conozca un mínimo de peruanismos, si bien se preocupa de mezclar términos que ayuden al lector español a seguirle. Entrenado en el ejercicio del arte de contar, el autor hace que la novela fluya sin tropiezos, aparte de algunas de sus meditaciones en las que se excede en tiradas de filosofía existencial. En relativo contraste con algunas de sus obras anteriores, la autoreflexión se encarniza consigo mismo y con su posición como escritor y presentador de televisión. Jaime Baylys (queda el misterio si Jaime Bayly piensa lo mismo, aunque es probable) sabe que su estatus como escritor no le asegura un puesto en el panteón de los dioses de la literatura, se reconoce como mediocre e impertinente, y denosta su labor como presentador, algo que considera casi como el trabajo de un payaso. Se cuela, pues, un aire melancólico en la novela, el que dan los años y la reflexión objetiva sobre el sentido de una existencia orientada sobre todo por la vanidad y la necesidad de probarse a sí mismo en medio de un ambiente social que le condena.

La escritora Doris Lessing, fallecida hace algunos años y premio Nobel, decidió convertir en novela lo que iría a ser la tercera parte de su autobiografía, para no herir a quienes aún estaban vivos de la época narrada. El resultado fue una novela mesurada y hermosa sobre los años de la ilusión revolucionaria de los cincuenta y sesenta del siglo pasado. Bayly, el autor, no puede tomarse tanto trabajo, al parecer, pues solo cambia nombres y expone su vida de manera exhibicionista y cruda. Habrá quienes aprecien esta exposición descarnada como autenticidad y valentía literarias, pero tras más de una decena de novelas, el truco se agota y agobia. ¿Teníamos que enterarnos de que en cierta ocasión, durante el acto sexual, se cagó en el pene de su pareja masculina que le estaba enculando, embarrando las sábanas y la dignidad de ambos, para sentir autenticidad y honestidad autorales? Según el autor, todo lo descrito en la novela es estrictamente cierto, pero, a decir verdad, uno quisiera que no lo fuera. Y aunque lo fuera, ¿era necesario contarlo de tal manera o simplemente contarlo? Es probable que dichas irreverencias le procuren más lectores y hasta la admiración de algunos, pero dudo que influyan en su valoración literaria o artística. ¿Era necesario saber que alguna de sus hijas había tirado huevos a la ventana de su nueva pareja en venganza por su presencia en la vida de su padre? En una obra de pura ficción, el acto es nimio, inane y hasta enternecedor, pero Bayly afirma que todo es verdad, por lo que uno se pregunta lo que habrá pensado su hija de tal revelación de ardor adolescente. ¿Se trata de un juego posmoderno, en el que la ficción se ha entreverado con la realidad y en el que todos se quedan sin saber qué pasa? Tal vez. Pero al lector que no ha abandonado ciertos parámetros morales le resultará inquietante que alguien se dedique a exponer la vida de los demás, sin consideración por sus sentimientos o las consecuencias que puedan acarrear sus revelaciones. En esto, sin embargo, nos alejamos del análisis meramente literario para incursionar en el juicio ético, que quizá no viene al caso.

Con todo, es fácil suponer que esta nueva novela de Bayly venderá muchas copias y se difundirá como han solido hacerlo las anteriores. No faltarán quienes la compren por la misma razón que compran la revista Hola, para enterarse en más detalle de los chismes de su vida privada, en la que no faltan eventos sabrosos. Habrá quienes estén interesados en la vida de su nueva mujer, retratada en la novela como Lucía Santamaría, que se ha hecho escritora y ha escrito a su vez novelas de contenido controversial y chocante. En un mundo editorial y lector en el que bazofias literarias como 50 sombras de Grey alcanzan cifras de ventas astronómicas, no sería de extrañar que novelas como esta también las alcancen. A decir verdad, lo sorprendente es que no las alcancen tan fácilmente como la antedicha novela. Será que el mundo editorial angloparlante tiene poderes que la lengua castellana no tiene, pero bien podría tenerlos. Tal como el mismo Jaime Baylys recalca una y otra vez, el libro no llegará al nivel de Vargas Llosa o de García Márquez, ni ha sido tampoco su intención, pero cumple a la perfección la tarea de hacer de la necesidad virtud, esto es, de la vida privada tema de novelas, columnas periodísticas y hasta programas de televisión. Que además le paguen por esto es beneficio añadido. Que la crítica le dedique un análisis posmoderno, psicoanalítico o marxista, por decir algo, ya es pedir demasiado. Lo que, quiero suponer, el autor no ha pedido jamás.

*Frans van den Broek es escritor. Su último libro es 'Otro precio' (Brave New Books, 2016).Frans van den BroekOtro precio

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