OBITUARIO

Steve Strange nos marcó en los 80

Steve Strange, líder de Visage.

Francisco Chacón

Steve Strange se ha ido como vivió en los últimos años: lejos de las estridencias que insuflaron entusiasmo a toda una generación. Hace 30 años que se separó su seminal grupo Visage (de donde surgió Ultravox) y, desde entonces, apenas logró sobrevivir en el reverso de la fama que tanto le gustó cultivar.

Los 80 eran nuestros, se decía entonces, y él era uno de los héroes que iluminaban la vida cotidiana con sus lentejuelas sin fin y su glamour entresacado de los callejones de Londres (aunque él era galés).

Su estética afrancesada le hizo destacar enseguida, junto a Billy Idol o Boy George. La sofisticación corría por sus venas como la savia de la creatividad, con vocación de dar la vuelta a la mediocridad para encumbrar hasta la existencia más gris de cualquier joven.

Cantaba Strange al frente de Visage The damned don't cry, Moon over Moscow, Pleasure boys, Mind of a toy, Night train, Love glove, Malpaso man, Shameless fashion y, cómo no, su clásico Fade to grey. Se erigió éste en el gran himno de los nuevos románticos, el movimiento que bebía de la ruptura propiciada por Sex Pistols para enterrar el sonido de guitarras a base de sintetizadores y de guiños a los Roxy Music de Manifesto y Flesh and blood.

Nada de lo que aconteció en la década habría sucedido sin la contribución de Mr. Strange, obsesionado con huir de la vulgaridad. Exactamente, la misma premisa que guió su etapa como el agitador nocturno de Londres por excelencia. Con tal rigor esteticista dirigía The Blitz Club que se permitió el lujo de no dejar entrar una noche a Mick Jagger por su aspecto demasiado rockero.

Por allí pululaban David Bowie, Tony Hadley (Spandau Ballet), Simon Le Bon (Duran Duran), Martin Fry (ABC), el dúo Blancmange, Vince Clarke (Depeche Mode, Yazoo) y tantos otros personajes de la época.

Corrían los tiempos en que danzábamos al son de New Order (Blue Monday), Japan (Quiet life), Kraftwerk (The model), Talk Talk (Such a shame), Eurythmics (Sweet dreams), The Human League (Don't you want me) y un larguísimo etcétera. Hacía furor Rock-Ola en Madrid y, poco después, el club Satanassa en Barcelona. Llegaban hasta aquí los ecos de Steve Strange y su libre albedrío, dispuesto a inundar las madrugadas con sus capas superpuestas de maquillaje.

Pero la heroína se cruzó en su camino durante un desfile de Jean-Paul Gaultier en París, y se consumó el “mayor error” de su vida, como él mismo dijo refiriéndose a su descenso a los infiernos.

Quedaron atrás los tres álbumes de Visage, antesala para el ostracismo cruel que acecha a quienes no asimilan el fulgor. Cierto que se propuso revitalizar el proyecto, pero más cerca del patetismo que de la nostalgia, salvo en momentos como Dreamer I know, con evidente aroma ochentero.

Strange Cruise dio rienda suelta a su lado más descaradamente glam, aunque los laureles no reverdecían ya. El demoledor paso del tiempo dejó huella rápido en este militante convencido de la decadencia.

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