Más de 140.000 mujeres han abrazado el rural desde 2018 y se han ido a vivir a pueblos pequeños
Para las mujeres que crecieron cuando la democracia todavía era una promesa de futuro, marcharse del pueblo era algo así como una aspiración, la única posibilidad de prosperar. Para algunas, quedarse era casi un acto de militancia: una apuesta férrea por no dejar morir la tierra. Cinco décadas después, las lógicas han cambiado: hoy las mujeres aciertan a ver en el mundo rural un lugar no sólo en el que quedarse, sino al que entregarse sin miramientos, dejando atrás ciudades cada vez más inhabitables.
Los datos dan cuenta del cambio: 140.000 mujeres decidieron, entre 2018 y 2023, vivir en municipios con menos de cinco mil habitantes, según datos del Ministerio de Transición Ecológica procedentes de la Estadística de Variaciones Residenciales y de Migraciones y Cambio de Residencia. Hoy, el 73% de los municipios rurales tiene saldo migratorio positivo femenino. La Federación de Asociaciones de Mujeres Rurales (Fademur), estima que la cifra va en aumento y ronda ya las 178.000 mujeres decididas a hacer de los municipios pequeños su casa.
Así lo señala Teresa López, presidenta de la entidad: "En los últimos años, especialmente desde antes de la pandemia, notamos que hay más mujeres jóvenes que regresan al pueblo o que deciden irse allí". Son, precisamente, las dos casuísticas que percibe su asociación. Por un lado, mujeres que sí salieron de los pueblos para aterrizar en la ciudad y que ahora deciden volver; por otro lado mujeres que nacieron en ciudades pero que optan por alejarse de ellas.
Los motivos que vislumbran las expertas son variados. En primer lugar, acierta a perfilar López, se ha ido produciendo con el paso de los años un cambio de narrativa. "Se ha frenado lo que llamábamos éxodo ilustrado: las mujeres que salían afuera a estudiar y no regresaban. Cada vez más mujeres eligen un pueblo para hacer su vida". Por otro lado, agrega la también ingeniera agrónoma, la política ha dejado de despreciar a la cuestión rural. "La lucha contra la despoblación ha entrado en la agenda política y eso conlleva no sólo más atención, sino también una inversión fuerte en tecnología y en conectividad", esboza.
Pero se da otra circunstancia que tiene más que ver con el contexto en las urbes: "Las ciudades son cada vez más inhóspitas, hay menos calidad de vida", reconoce López. Eso deriva no tanto en un desplazamiento voluntario, meditado y decidido, sino en la expulsión de buena parte de la población hacia espacios más habitables.
"La vida en el pueblo era una vida de renuncias"
No hace tanto tiempo, el relato en torno a la vida en el mundo rural pasaba inevitablemente por migrar. "Era un éxodo al que te animaban las madres y las abuelas, porque la vida en el pueblo era una vida de renuncias en pos de organizar la vida familiar. Ahora ya no es así, hemos avanzado", celebra López.
Lo sabe bien Rocío Torres. Ella es veterinaria de formación, viticultora y bodeguera en Villarrobledo (Albacete). Es también una de las ponentes que participará este miércoles en el evento Historias de Libertad: Mujeres Rurales en la Transición, organizado por el Ministerio de Agricultura.
"Crecí toda mi vida menospreciando al pueblo y con la expectativa de que en la ciudad todo iba a ser mejor", reconoce en conversación con este diario. Así que salir era casi un imperativo. "Me fui a estudiar a Madrid y estuve viviendo en otras partes del mundo. Me hizo falta ver ese mundo para volver y valorar lo que tenía aquí", agrega. Hoy presume de ser la sexta generación de viticultores y la cuarta de bodegueros. "Cuando me interesé por mis raíces pude mirar al pueblo con otros ojos y ver que aquí también hay oportunidades", celebra.
"A mi generación nos educaron siempre con la idea de que para triunfar había que salir del pueblo". Toma la palabra Begoña García Bernal, secretaria de Estado de Agricultura y Alimentación. Sus vivencias personales coinciden con las del resto, porque parten todas ellas de una realidad común: la del campo como sinónimo de sacrificio. En realidad, asiente García Bernal, muchas generaciones estaban "acostumbradas a un modelo muy duro, que requería muchísimo esfuerzo y muchísimo trabajo". Partiendo de esa base, no tardó en permear la idea de que "si te ibas, triunfabas".
Y en parte, también sucedía así porque las madres no querían para sus hijas la misma vida que ellas habían tenido. La ciudad se perfiló entonces como una suerte de salvavidas.
Un cambio de mirada
Con el paso del tiempo, quedó demostrado que no era necesariamente así. El rural ha ido ganando terreno y dibujándose como una opción deseable, también para las mujeres. O quizá especialmente para ellas. "Ahora mismo el emprendimiento femenino es el más potente en el mundo rural, sobre todo en los pueblos pequeños", aplaude García Bernal. Habla no sólo del agro, sino de asuntos clave como la prestación de servicios o los cuidados.
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Además, continúa, José Luis Rodríguez Zapatero decidió impulsar en 2011 una ley de titularidad compartida, lo que supuso un paso decisivo hacia adelante: "Nos falta avanzar mucho, pero hoy tenemos más de 1.200 explotaciones en titularidad compartida, un 25% más que el año anterior". Son, a grandes rasgos, las mismas oportunidades que entrevé la presidenta de Fademur: "Hoy puedes ser titular, o titular compartida, como mujer tienes derechos", celebra.
Las tres voces pulsadas son optimistas, pero reconocen que queda mucho para revertir la tendencia. Según el estudio Diagnóstico de la mano de obra agraria con perspectiva de género, elaborado por el Ministerio de Agricultura, las mujeres suponen tan solo el 26,3% de la población activa agraria, tienen explotaciones más pequeñas (17,9 hectáreas frente a 29,5 de las de los hombres) y menos competitivas a nivel económico con producciones estándar total inferiores (31.137 frente a 57.004 euros). También señala que continúa la brecha salarial en el sector, ya que las mujeres cobran una media de seis euros menos al día que los hombres.
Y todavía pervive la idea de salir del pueblo como condición necesaria para prosperar. "Sigue estando presente esa mentalidad", esboza Torres. "Hace falta más autoestima porque parece que la palabra rural sigue siendo despectiva", completa. López echa un vistazo también al otro lado: los prejuicios que nacen de las ciudades. "Muchos siguen anclados en los años sesenta, pero poco a poco se está recolocando". Para García Bernal, revertir la tendencia pasa primero por un cambio de mirada: "El campo ya no está en blanco y negro, ahora tiene color violeta".