Reino Unido

La desconfianza que marcan las elecciones británicas refleja la crisis de credibilidad y la desafección ciudadana desde el 'Brexit'

Fachada del 10 de Downing Street, residencia del primer ministro británico.

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El vacío de credibilidad de los principales partidos británicos y la profunda desconfianza que inspiran sus líderes dictan las generales más importantes afrontadas por Reino Unido en la historia reciente, con unos comicios marcados por la abyecta desafección del electorado hacia la clase política y promesas de campaña que apenas han sobrevivido al escrutinio objetivo, informa Europa Press.

Con el desafío de la salida de la Unión Europea por resolver y dos visiones diametralmente opuestas sobre el patrón institucional, social y económico al que aspira como segunda potencia continental, resulta difícil sobreestimar la trascendencia de la votación de este jueves, pero la indolencia se ha instalado en una ciudadanía que se considera abocada a elegir entre la menos mala de dos opciones similarmente decepcionantes.

Esta pronunciada aprensión constituye, probablemente, la más trágica metáfora del escepticismo inoculado por el plebiscito de 2016 en el imaginario colectivo. Como resultado, Boris Johnson y Jeremy Corbyn componen el dúo electoral más impopular desde que existen los registros, según confirmaba recientemente Ipsos MORI.

Nunca un primer ministro se había enfrentado a la reelección con niveles tan bajos de aprobación, mientras que el líder laborista atesora el infausto honor de ser el candidato más impopular de un partido mayoritario desde el inicio de la demoscopia.

A pesar de que el 12 de diciembre está en juego la definición de la futura relación con el principal aliado de Reino Unido, la cohesión territorial, o el propio rol del Estado, la pasividad se ha consolidado como el sentimiento dominante entre unos votantes que, incluyendo el referéndum de 2016, acuden a las urnas por cuarta vez en cinco años.

A la saturación se une el hartazgo por la parálisis del Brexit, un fenómeno que ha sometido a la sociedad británica a las cinco fases del duelo para acabar, finalmente, adoleciendo de un cinismo contagioso que difícilmente resolverán los primeros comicios celebrados en diciembre desde 1923.

Disyuntiva desalentadora

En síntesis, la disyuntiva obliga a elegir entre dos perfiles abiertamente cuestionados que ofrecen panoramas contrapuestos y que ni siquiera imbuyen credibilidad: el mantra Materialicemos el Brexit al que Johnson ha reducido toda su apelación electoral es tan simplista como engañoso y la revolución preconizada por Corbyn, con un viraje a las esencias más puras del socialismo, presenta lagunas de financiación que disputan su viabilidad.

La percepción a pie de calle ha quedado reflejada fielmente en los cara a cara televisados en los que Reino Unido se ha estrenado por primera vez en esta campaña, con audiencias que, aunque inquisitivas, hicieron patente el escarnio generalizado que provocan las vulnerabilidades más reconocibles de los cabezas de cartel.

El Partido Conservador era plenamente consciente de a quién elegía como líder el pasado verano. La reputación de Boris Johnson no era un secreto, desde sus dos despidos por haber falseado la realidad (uno del diario The Times, por haber fabricado citas, y otro en el propio organigrama tory, por haber mentido sobre una relación extramarital), a sus devaneos amorosos, o las incontables polémicas creadas por él mismo desde las páginas del diario conservador Daily Telegraph, con el que colaboró durante años.

Indulgencia sin justificar

Su táctica electoral depende, por tanto, de la indulgencia del ciudadano medio hacia un político que vende cercanía y afabilidad, pero evita el escrutinio y la rendición de cuentas. La evidencia al respecto ha quedado de manifiesto peligrosamente cerca de la cita electoral, cuando este lunes Johnson protagonizó el peor trance de su campaña, cuando en una entrevista intentó evitar la fotografía de un niño de 4 años en el suelo de un hospital que le mostraba el periodista. Su intento de guardarse el teléfono móvil del reportero solo empeoró una escena que ha sido vista millones de veces.

El premier no puede permitirse más errores, sobre todo, si quiere que su mensaje ante el 12 de diciembre cristalice sin distracciones. Su apelación es sencilla: dadme una mayoría suficiente y la parálisis del Brexit será un mero recuerdo, si bien más allá de solicitar confianza ciega en su capacidad, no ha aclarado cómo reescribirá los complejos vínculos económicos, políticos y de seguridad con la UE.

Para agravar el diagnóstico, su mudanza a Downing Street ha añadido un arriesgado precedente, con la ruptura de la promesa de que Reino Unido habría abandonado la Unión Europea el 31 de octubre. El fracaso en lo que constituía su apuesta más ambiciosa proyecta una sombra alargada sobre su endeble credibilidad, solo tamizada por el salvoconducto externo facilitado por la pobre posición de su rival en la escala de fiabilidad de la ciudadanía.

Suspicacias e indeterminación laborista

La reestructuración integral planteada por el programa laborista no es necesariamente impopular entre los votantes, pero su líder despierta suspicacias y el anti-semitismo endémico que habría aflorado durante su mandato no ha hecho más que empeorar la percepción de Jeremy Corbyn. Por si fuera poco, su talón de Aquiles se centra peligrosamente en la cuestión que el primer ministro pretende que decida los comicios: el Brexit.

Boris Johnson pierde si no golea

El jefe de la oposición ha decidido jugársela a la carta de la ambigüedad, pero si hay una máxima reiteradamente demostrada en política es que intentar contentar a todos tiende a recabar insatisfacción generalizada.

El Laborismo concurre sin aclarar qué apuesta defendería en el referéndum que ha prometido convocar y, para frustración de la mayoría de su equipo, esta indeterminación ha sido impuesta por el propio Corbyn, quien ha avanzado que permanecería neutral ante este potencial plebiscito.

La lógica considera que tender la mano tanto a simpatizantes del Brexit como a quienes aspiran a continuar en la UE, haciéndoles creer que se está de su lado, debería aumentar el potencial electoral. La realidad, sin embargo, arroja el retrato de un partido incapaz de resolver dónde militar ante el factor fundamental que decantará la votación, un lastre demasiado pesado para una formación necesitada una remontada histórica para resolver una sequía de poder de casi diez años.

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