Israel reconoce la magnitud de sus crímenes con la masacre de periodistas en Gaza
El 16 de abril se celebró una concentración demasiado escasa y tardía, en la plaza de la Bastilla de París, en solidaridad con los periodistas palestinos de Gaza. Sin embargo, toda nuestra profesión venía siendo testigo durante meses de la carnicería de compañeros y compañeras asesinados deliberadamente por el ejército israelí.
Desde febrero de 2024, Mediapart se esfuerza por mostrar los rostros de esta matanza, que ya supera los doscientos periodistas asesinados. Una cifra sin precedentes en la historia: nunca, ni juntando las dos guerras mundiales del siglo XX ni en todos los conflictos modernos del pasado, habían desaparecido tantos profesionales de la información en un mismo periodo cronológico y misma zona geográfica. Nunca tantos testigos, encargados de un derecho humano fundamental —el de saber lo que le sucede a nuestra humanidad común—, habían sido eliminado conscientemente, voluntariamente, cínicamente, por uno de los beligerantes de un conflicto armado.
Durante la reunión celebrada en París en abril de 2025, el director general de Reporteros sin Fronteras (RSF), Thibaut Bruttin, expresó su preocupación por la indiferencia de los medios de comunicación franceses y, en general, occidentales ante este desafío mortal a la razón de ser del periodismo: la información, su libertad y su necesidad. Y no se anduvo con rodeos (minuto 33:40 de este vídeo): “El veneno insidioso de las fuerzas armadas israelíes se ha infiltrado a veces incluso en nuestra propia profesión. En los diez años que llevo trabajando en RSF, es la primera vez que me preguntan si un periodista es realmente periodista cuando muere. Nunca antes había sucedido.”
Y esto sigue ocurriendo, una y otra vez. Israel reivindicó el asesinato, el domingo 10 de agosto, de Anas al-Sharif, famoso reportero palestino de Al Jazeera, en un bombardeo selectivo que mató a otros cinco periodistas y a su conductor. Un crimen colectivo asumido por el ejército israelí, sin ninguna prueba, que afirma que Anas al-Sharif era un líder de una célula de Hamás.
Relatos y pruebas que hay que eliminar
En la barbarie generalizada que desata la supuesta guerra de civilizaciones que libra Israel en Gaza, hay también una novedad: el periodismo ya no sirve de protección, y mucho menos de santuario. Cualquier Estado, incluso el que se proclama democrático, tiene derecho a decretar que un periodista es un terrorista y, como tal, a eliminarlo y, de paso, a sus compañeros que lo acompañan. En el escenario de experimentación salvaje de Gaza, Israel convierte en hechos definitivos el sueño de todos los enemigos de la información como contrapoder y contra-narrativa.
Según el balance de 2024 publicado por RSF, “Gaza se ha convertido en la región más peligrosa del mundo para los periodistas, un lugar donde el propio periodismo está amenazado de extinción”. RSF Francia ya ha presentado cuatro denuncias ante el Tribunal Penal Internacional (TPI) por crímenes de guerra cometidos en Gaza por el ejército israelí.
El mismo TPI sigue mostrando en su página web la orden de detención del 21 de noviembre de 2024 contra el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, por crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad, en la que se le declara “actualmente fugitivo”. Una amarga y ridícula ilustración de la impotencia del derecho frente a la fuerza, mientras la comunidad internacional se limite a palabras sin hechos, es decir, sin sanciones concretas contra el Estado de Israel.
La cuestión del periodismo puede por tanto parecer secundaria. Ante la magnitud del desastre, más que nunca de actualidad, cuyas calificaciones jurídicas —crímenes de guerra, crímenes contra la humanidad, crimen de genocidio— apenas logran expresar la terrible realidad, se podría pensar que se trata solo de un aspecto más de la catástrofe. Es legítimo pensar a así teniendo en cuenta que, aunque los periodistas están formalmente protegidos por el derecho internacional humanitario (ver aquí, aquí y aquí), lo están al mismo nivel que los civiles, que son quienes pagan en Gaza el precio más alto de una guerra explícita de destrucción de Palestina.
Pero hay una dimensión adicional. La matanza de periodistas no es solo una enésima ilustración del desprecio total por los derechos humanos fundamentales por parte del ejército israelí. La masacre de periodistas en Gaza es la confesión por parte de Israel de los crímenes cometidos en el enclave. “En esta guerra, hemos aprendido que lo que no se ve, no se sabe”, resumía ya en septiembre de 2024 Yossi Klein, editorialista del diario israelí Haaretz. Lo que no se ve, no se muestra ni se documenta, no existe...
Toda indiferencia hacia la suerte de los periodistas en Gaza es indiferencia hacia la esencia misma del oficio del periodismo
De hecho, ningún medio de comunicación internacional tiene acceso a la Franja de Gaza desde el inicio de la guerra de represalia israelí el 7 de octubre.
En cuanto a los periodistas palestinos, cuya diversidad de medios de comunicación refleja necesariamente los debates y las corrientes de su sociedad (véase esta esclarecedora nota de Arrêt sur images), son objetivos explícitos, es decir, miradas, relatos y pruebas que hay que eliminar.
La impunidad del crimen exige la ausencia de testigos. La guerra absoluta contra la información y el periodismo que libran los dirigentes israelíes está a la altura de su lucidez sobre la gravedad de sus actos. Va de la mano de su obstinada voluntad de desacreditar, prohibir y castigar a las organizaciones no gubernamentales, a las agencias de la ONU —la UNRWA en primer lugar— e incluso a la Cruz Roja y la Media Luna Roja, cuyo personal médico ha sido asesinado en el ejercicio de sus funciones.
Afortunadamente, en nuestro mundo interconectado, en el que la propia sociedad civil puede alertar y documentar en tiempo real, este bloqueo total de la información no ha impedido que ya haya quedado establecido el crimen inconmensurable cometido en Gaza. A finales de 2024 lo hizo Amnistía Internacional (el 5 de diciembre), Médicos Sin Fronteras (el 18 de diciembre) y Human Rights Watch (el 19 de diciembre). El 21 de enero de 2025, Forensic Architecture bajo el título A Cartography of Genocide (Cartografía del genocidio). Y, muy recientemente, en julio, en el propio Israel, por la ONG B'Tselem, bajo el título Our Genocide (Nuestro genocidio).
El informe de B'Tselem, al igual que el excepcional trabajo de recopilación realizado por el historiador israelí Lee Mordechai, subrayan la importancia de la información en la guerra israelí en Gaza. “Injerencia en la cobertura mediática”, dice uno; “limitación de la circulación de la información”, dice otro: tras la prudencia de las palabras se esconde la constatación de un crimen que sus autores hubieran querido que no tuviera testigos, para poder borrarlo mejor. De este modo, ya no existe una verdad factual, rigurosa e independiente, sino solo verdades alternativas, lanzadas al ruedo de las opiniones y las manipulaciones.
A partir de ahí, toda indiferencia, en particular por parte de la propia profesión, ante la suerte de los periodistas en Gaza es indiferencia hacia la esencia misma del oficio del periodismo: servir a la verdad de los hechos. En este sentido, el periodismo no puede ser neutral, salvo que sirva a la mentira y a la propaganda. Pero la verdad es que se ha producido, y sigue produciéndose, un genocidio en Gaza en el que las víctimas son los palestinos, en un proceso criminal impulsado por el colonialismo cuyo resultado es la deshumanización de los oprimidos y el salvajismo de los opresores.
Basta con leer el artículo Our Genocide, de B'Tselem:
“El genocidio va más allá del sufrimiento atroz infligido a sus víctimas directas. Es un ataque contra la humanidad misma, contra la convicción fundamental de que cada vida es valiosa y contra el principio fundamental de que cada ser humano tiene derechos fundamentales que le garantizan protección contra la violencia arbitraria. La historia demuestra que intentar erradicar a un grupo de seres humanos es un crimen con consecuencias catastróficas, un crimen que toda persona tiene el deber de combatir y detener de inmediato. Es un imperativo moral, jurídico y humano: reconocer los hechos, nombrarlos, ponerse del lado de las víctimas y exigir el fin de la destrucción y el exterminio mientras se producen. […]
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“En este momento, el reconocimiento de que el régimen israelí está cometiendo un genocidio en la Franja de Gaza y la profunda preocupación por su extensión a otras zonas donde los palestinos viven bajo el dominio israelí exigen una acción urgente e inequívoca por parte de la sociedad israelí y de la comunidad internacional. Es el momento de actuar. Es el momento de salvar a quienes aún no están perdidos para siempre y de utilizar todos los medios disponibles en virtud del derecho internacional para poner fin al genocidio de los palestinos por parte de Israel”.
Traducción de Miguel López