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La llegada de nuevos inmigrantes desata la tensión entre la población local de la isla griega de Lesbos

Dos policías antidisturbios detienen a un niño que llora mientras decenas de solicitantes de asilo llegados de Siria se manifiestan este lunes a las afueras del campo de refugiados de Moria, en la isla griega de Lesbos.

Elisa Perrigueur (Mediapart)

La embarcación inflable fue conducida por las autoridades al pequeño puerto de Thermis, en el este de Lesbos. A bordo había varias docenas de inmigrantes paralizados por los abucheos. En el muelle, docenas de griegos encolerizados impidieron que atracasen. Otros paseantes contemplaban la escena sorprendidos. A lo lejos, un puñado de guardacostas. Alrededor de ellos, periodistas y cooperantes. Nadie lograba detener la tensión. “Largaos”, “volved a Turquía”, “os habéis cargado mi isla”, “esto es un muro, no pasaréis”, les espetaban. El odio que destilan se vuelve entonces contra la responsable del Alto Comisionado de las Naciones Unidas, a la que la multitud cogió en un aparte. A continuación, grupos de hombres perseguían a los periodistas a lo largo de la costa, mientras algunos de ellos eran golpeados en el suelo. Las cámaras terminaron en el agua. En medio del caos, el grupo se dispersa en el habitualmente pacífico pueblo costero.

La violencia se intensificaba en la isla griega el domingo 1 de marzo. Desde el amanecer, las embarcaciones de migrantes llegaban a diferentes puntos de la isla: una decena, según las ONG, que transportaban entre 350 y 400 migrantes procedentes de la vecina Turquía, a una docena de kilómetros. A bordo, afganos, sirios, muchos niños. Todos habían oído anunciar a las autoridades turcas el jueves que la frontera se abriría para los migrantes que desearan entrar en la Unión Europea. Estos exiliados se sumaron a los 22.000 exiliados que viven en condiciones indignas, atrapados por el tiempo que lleva procesar sus solicitudes de asilo, la mayoría en el campamento de Moria.

A pocos metros de dicho campamento, cientos de griegos también se habían dado cita al mediodía para protestar contra la llegada de nuevos autobuses de migrantes. Ahí también, la ira hacía acto de presencia. Un grupo de refugiados tuvieron que separar a la muchedumbre para abrirse paso y acceder al campamento. “Enséñeme el carné de identidad, todo el mundo nos está mintiendo, quiero saber de dónde viene”, nos instaba una manifestante, furiosa tras sus gafas de sol, “si tiene alguna pregunta, pregúntele al primer ministro Mitsotakis, que nos deja solos”. El coche de un voluntario que transportaba a mujeres exiliadas tuvo que dar media vuelta entre insultos.

Las tensiones continuaron sin cesar toda la tarde. El campamento de tránsito de refugiados Stage2, vacío, situado en el norte de la isla en Skala Sykamineas fue incendiado. En las carreteras sinuosas de la isla, cooperantes y periodistas informaron de la existencia de barricadas en las carreteras, preparadas por grupos extremistas. Por la noche, el alcalde de Lesbos pidió refuerzos y el traslado urgente de miles de refugiados que ya estaban en la isla.

Grecia se ha puesto en alerta “máxima” para proteger sus fronteras, según el portavoz del Gobierno Stelios Petsas. Mientras que el primer ministro Mitsotakis anunció en Twitter que “no se aceptarán nuevas solicitudes de asilo durante un mes”, con la esperanza de disuadir la entrada.

Sin embargo, al otro lado de la frontera en Turquía, los refugiados quieren intentar cruzar, según cuenta Hamid, un refugiado iraquí que vive en Izmir. “Los traficantes están difundiendo rumores, dicen que hay traslados de migrantes de las islas a Atenas, eso anima a la gente a irse”, escribe en un mensaje. Pero muchos de ellos, dice, toman el camino de Edirne en el noreste, en la frontera terrestre con Grecia. “Es menos peligroso y no hay que pagar a los traficantes”, dice Hamid.

En esta región, sin embargo, los migrantes se encuentran detenidos frente a los refuerzos militares. El pasado domingo, 10.000 refugiados seguían siendo devueltos al lado turco o a una zona tampón, a veces con gases lacrimógenos. Pero en las islas fronterizas de Turquía como Leros, Samos, Kos, Chios, donde se hacinan 44.000 migrantes y refugiados que viven en condiciones indignas, reina la preocupación. En la frontera marítima no es posible una zona tampón; cualquier barco que entre en aguas territoriales griegas debe teóricamente ser conducido a tierra, con el riesgo de enfrentarse con los habitantes.

La isla y sus habitantes han sido elogiados por la acogida ofrecida a los refugiados, especialmente en 2015. “Pero ahora Lesbos ya no puede asumirlo, no hay suficiente espacio para alojar a estos refugiados con dignidad, hay que descongestionarlo”, afirma Thanassis, residente desde hace cinco años en la capital, Mytilene. Los extremistas también proceden de fuera de la isla, según los cooperantes desplazados sobre el terreno que afirmaban que están vinculados con el grupo neonazi Amanecer Dorado. “Todo esto sucede después de un período de enorme tensión, ya que los habitantes se sentían amenazados por la Policía antidisturbios”. Los días 24, 25 y 26 de febrero, los residentes se manifestaron en contra de la creación de un nuevo campamento cerrado, dando lugar a enfrentamientos, de una violencia inusitada, con la Policía. Un tercio de los 300 refuerzos de la Policía tuvo que abandonar la isla el miércoles y la construcción del campamento quedó suspendida, aplacando con ello las iras. 24 horas más tarde, Ankara anunciaba la apertura de la frontera, volviendo a prender la mecha.

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Traducción: Mariola Moreno

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