Matthias Rillig, ecólogo experto en microplásticos: “Hemos contraído una deuda de toxicidad global”
Matthias Rillig es uno de los primeros ecólogos en interesarse por el impacto de los microplásticos en los suelos. Junto con su equipo de la Universidad Libre de Berlín (Alemania), ha publicado casi un centenar de artículos científicos sobre el tema.
Basándose en sus trabajos, insiste ahora en que la humanidad ha contraído una deuda de toxicidad debido a la acumulación de plásticos en nuestro entorno. Según explica, al degradarse progresivamente con el paso del tiempo, esos diminutos residuos liberan moléculas químicas y penetran cada vez más fácilmente en los tejidos de los organismos vivos. En otras palabras, el pico de toxicidad de esta contaminación sin precedentes aún está por llegar. Se trata de un reto importante en las nuevas negociaciones internacionales para intentar limitar la contaminación por plásticos, que se celebran en Ginebra (Suiza) entre el 5 y el 14 de agosto.
Mediapart: Usted estudia los impactos de los cambios globales inducidos por las actividades humanas en los ecosistemas, en particular en el suelo. ¿En qué se diferencia la contaminación plástica de otros tipos de contaminación?
Matthias Rillig: La gran diferencia es que un microplástico es una partícula, no es una sustancia. Porque la forma de estas partículas resulta determinante para sus efectos. Nunca había pensado que la contaminación pudiera depender de la forma de un contaminante. Mi primer artículo sobre los microplásticos en el suelo se remonta a 2012. En aquella época se decía que el suelo era un océano de partículas, por lo que un poco más o un poco menos no supondría una gran diferencia. Hubo que esperar cinco años para comprender que estábamos equivocados. Incluso en el suelo, esas partículas provocan importantes alteraciones, tanto físicas como químicas.
¿Cuáles son los grandes descubrimientos que le han permitido darse cuenta de la magnitud de esas alteraciones?
En 2018 nos dimos cuenta de que las fibras plásticas procedentes de lanas artificiales modificaban considerablemente las características físicas del suelo, en particular su estructura y su capacidad para retener el agua, mientras que las partículas redondas de polietileno interactuaban muy poco con los elementos del suelo. A partir de ese momento, comenzamos a estudiar la influencia de la forma de los plásticos.
Otro descubrimiento significativo: tras exponer pequeños gusanos, nematodos (C. elegans), a microplásticos, observamos efectos tóxicos. Los nematodos se reproducían peor. Pero esos microplásticos eran demasiado grandes para ser ingeridos por los gusanos. Los efectos procedían pues únicamente de las moléculas químicas incorporadas en el interior del plástico. Puede tratarse de aditivos para conferir características específicas al material (color, flexibilidad, etc.) o de impurezas que contaminan el producto durante los procesos de fabricación.
En definitiva, tenemos dos tipos de impactos muy diferentes: uno relacionado con la presencia física de esas partículas y otro con su naturaleza química. Y las perturbaciones, al igual que su magnitud, dependerán del tipo de plástico, de su tamaño, de su forma, pero también del tipo de suelo, etc. Es una complejidad infinita.
Recientemente, usted ha planteado la idea de que la humanidad ha contraído una deuda tóxica relacionada con esa contaminación por plásticos. ¿Cómo llegó a esa hipótesis?
Continuamos el experimento con los nematodos: primero recuperamos nuestras partículas de plástico y luego las lavamos para eliminar las moléculas químicas de su superficie. Cuando las volvimos a poner en contacto con los gusanos, los efectos tóxicos desaparecieron. Pero si esperamos unas semanas más, volvemos a observar efectos negativos en la reproducción. ¿Por qué? Porque las moléculas químicas del interior de esas partículas acaban saliendo hacia la superficie y escapándose.
Los microplásticos son auténticos depósitos de compuestos tóxicos. Cuanto más se degradan, más pequeños se vuelven y más fácilmente encuentran el camino hacia la superficie esas moléculas atrapadas en su interior. Por lo tanto, cabe esperar una liberación cada vez mayor de esas moléculas químicas a medida que los plásticos se degradan en nuestro entorno. Pero eso no es todo. Cuanto más disminuye el tamaño de estos microplásticos, más susceptibles son de atravesar las membranas de los organismos vivos y alterar su fisiología. Estos dos elementos, la liberación química y su tamaño cada vez más nanoscópico, son la base de esta noción de deuda de toxicidad.
¿Debemos esperar entonces un pico de toxicidad en el futuro?
Sí, la idea de un pico de toxicidad, o más bien de picos en plural, forma parte de nuestra hipótesis. Pero por ahora no podemos decir cuándo se producirán esos picos. Depende del tipo de plástico: será muy largo para los plásticos bromados, como los retardantes de llama, y menos largo para los ftalatos utilizados en los plásticos flexibles, por ejemplo. En realidad, por ahora disponemos de muy poca información sobre los tiempos de fragmentación y liberación de los microplásticos. Por lo tanto, dar plazos sería realmente muy hipotético.
En su artículo, compara esta deuda tóxica del plástico con la deuda de extinción. ¿Podría explicarlo?
La deuda de extinción es un concepto conocido en ecología que permite predecir las extinciones futuras como consecuencia de la fragmentación de un hábitat. El efecto no es inmediato, hay que esperar un cierto tiempo para que una especie desaparezca por completo, pero el proceso está en marcha, de ahí la expresión “deuda de extinción”. Aquí se aplica la misma idea: hemos contraído una deuda tóxica con la contaminación por plásticos, que puede afectar aún más a los ecosistemas en el futuro.
Desde la creación de este material en la década de 1950, se han producido más de diez mil millones de toneladas de plástico, la mitad de las cuales se encuentran ahora dispersas en el medio ambiente. ¿Hay alguna forma de reducir esa deuda tóxica?
Digamos que al menos podríamos intentar no aumentarla. Podríamos fijarnos como objetivo aplanar la curva de toxicidad futura limitando el uso de plásticos de un solo uso, por ejemplo, o fomentando el desarrollo de polímeros “inteligentes”, que podrían desaparecer por completo o reciclarse totalmente al final de su vida útil. Pero no estoy seguro de que sea posible... También habría que incluir los aditivos en las reflexiones políticas: su comportamiento no solo debe evaluarse durante la vida útil del plástico, sino también en función de su futura liberación al medio ambiente. Una cosa es segura: si se tuvieran en cuenta sus costes medioambientales, los plásticos serían mucho más caros de producir.
En Europa, ¿de dónde proceden los microplásticos del suelo?
El desgaste de los neumáticos en las carreteras es una fuente importante. Y no solo hay microplásticos en ese tipo de partículas, también se encuentra carbono negro, metales pesados, caucho... La agricultura, y en particular el esparcimiento de compost, es otra fuente importante de microplásticos en nuestros suelos. También hay que tener además en cuenta los textiles sintéticos: durante su uso o lavado, se desprenden microplásticos.
Sin embargo, las concentraciones más elevadas de microplásticos que ha podido medir en un suelo europeo no procedían de ninguna de esas tres fuentes...
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¡Cierto! Las concentraciones más altas de microplásticos que hemos observado sobre el terreno, hasta 20.000 partículas por gramo de suelo, se registraron a lo largo del muro de Berlín. Y esas partículas procedían de las pinturas utilizadas para los grafitis. Las fuentes de microplásticos parecen ser realmente infinitas...
Traducción de Miguel López