Nick Land, el gurú ultracapitalista que inspira a la 'tecnocasta' y a Trump

Desde que Donald Trump llegó a la Casa Blanca el 20 de enero, hay algo que inquieta al mundo. La nueva administración parece estar cambiando todo y en todos los sentidos. Está destruyendo parte del aparato estatal, despojando a agencias federales enteras de sus fondos y sus empleados. Amenaza el Estado de derecho, negándose a acatar sentencias judiciales sobre la expulsión de extranjeros, por ejemplo. Toma decisiones económicas precipitadas, se retracta, las retoma y vuelve a abandonarlas. Se compromete en una especie de contra-alianza con Rusia en contra de sus aliados tradicionales...
Es decir, el caos parece haberse apoderado del centro del mundo moderno que son los Estados Unidos. Pero, ¿es este caos solo consecuencia de la falta de preparación o de la incompetencia, o bien es el objetivo mismo de la política que se lleva a cabo ahora en Washington? Para encontrar parte de la respuesta, hay que sumergirse en las influencias intelectuales de quienes deciden hoy en la Casa Blanca o de su entorno más cercano.
Entre ellas se encuentra un tal Nick Land. Se trata de un británico de 63 años que fue durante mucho tiempo profesor de filosofía en la Universidad de Warwick y que ya cuenta con una amplia producción a sus espaldas. Es uno de los principales pensadores de la “Ilustración Oscura” (Dark Enlightenment), una corriente que cofundó en cierto modo junto con Curtis Yarvin, un bloguero conocido como Mencius Moldbug.
Esa corriente es muy apreciada por los individuos más libertarios del ámbito tecnológico, como Peter Thiel, cofundador de Paypal, o Mark Andreessen (este último publicó en 2023 un texto muy cercano a las tesis de Nick Land). En la política, el vicepresidente americano James David Vance también se muestra sensible a estas tesis.
Para comprender el pensamiento de Nick Land hay que recorrer caminos tortuosos, y no solo porque su estilo sea de lo más áspero y, a menudo, de lo más abstruso. El punto de partida de su teoría es bastante alucinante. Se trata de un pasaje de El anti-Edipo, un texto de 1972 escrito por Gilles Deleuze y Félix Guattari. Este libro no tiene, a priori, nada que pueda inspirar a la extrema derecha anglosajona. Es un libro dirigido contra el poder represivo que, para los autores, se encarna en el freudismo y, en particular, en Lacan. Su influencia directa apunta más bien hacia los movimientos emancipadores y el pensamiento queer.
Pero, en una reflexión sobre el capitalismo, esos dos autores plantean una hipótesis. ¿Y si, para combatir el movimiento del capital, fuera necesario “no retirarse del proceso, sino ir más allá, acelerar el proceso”? No entraremos aquí en detalle sobre lo que Deleuze y Guattari entendían por aceleración. Pero esta frase inspirará un movimiento de pensamiento, el “aceleracionismo”, que, en un primer momento, como es lógico, se afianza en la izquierda.
El aceleracionismo de izquierda retoma la idea de Marx de que el único límite del capital es el propio capital. Al acelerar el desarrollo capitalista, se favorece su caída y se crean las condiciones, sobre todo tecnológicas, para superarlo. Pero Nick Land, aunque reivindica esta inspiración de Deleuze y Guattari, interpreta de manera totalmente diferente ese llamamiento a la aceleración. Y para entenderlo, hay que volver a su concepción del mundo descrita en dos de sus recopilaciones de textos publicadas en 2012, Fanged Noumena (edit. Urbanomics/Sequence Press, 2012) y The Dark Enlightenment (edit. Imperium Press, 2017).
La democracia contra el capital
Para Nick Land, lo real se constituye a partir de fuerzas opuestas. Existe una fuerza fundamental que se “compensa” con otra fuerza, denominada secundaria, pero esta fuerza fundamental solo aparece tras su contradicción, en reacción a ella. La fuerza fundamental de la modernidad se define por la dinámica del capital, que es a la vez tecnológica y económica, lo que él denomina “teconomía”. Para el autor, “la aceleración es el tiempo tecno-económico”, es decir, la lógica del capital es una lógica de aceleración. Este movimiento ha permitido, según Nick Land, salir de la “trampa malthusiana”, es decir, del destino de un ajuste de la población a los recursos. El capital permite entonces “salir de la historia normal”.
Pero, como ya se ha dicho, este movimiento fundamental se ve compensado por una especie de contracorriente sociocultural. Esta contracorriente se plasma en el desarrollo de la democracia. A medida que se desarrolla el capital, se desarrolla el sistema democrático que “captura el producto económico” en beneficio de grupos de interés. Es lo que él denomina “demosclerosis”. En reacción a este fenómeno aparece la fuerza fundamental, la de la aceleración capitalista.
En The Dark Enlightenment, Nick Land describe en detalle lo que es para él la democracia. “La democracia es fundamentalmente improductiva en lo que respecta al progreso material”, afirma el autor, que ve en el sistema electoral la elección entre “ladrones” que no tienen ningún interés en dejar presas a quienes les sucedan. El sistema democrático sería, por tanto, destructivo porque deja la elección en manos de masas en las que “la inteligencia racional es rara y anómala”. Incapaces de elegir entre opciones que permitan mejorar la situación a largo plazo, es decir, que apoyen la valorización del capital, esas masas elegirían entre los ladrones a aquellos que les resultaran más favorables.
Encontramos aquí una crítica clásica de la democracia por parte de los libertarios y los neoliberales. Pero en el caso de Nick Land, esta crítica se inscribe en un antihumanismo fundamental que, al igual que Joseph de Maistre, rechaza radicalmente cualquier forma de igualdad. Para él, la igualdad es un mito fundacional de una religión democrática y izquierdista que domina la escena política y reprime, de ese modo, la tendencia tecnoeconómica.
El mundo, y en particular Estados Unidos, se vería así devastado por esa tendencia democrática destructiva dominada por lo que Curtis Yarvin denomina la “Catedral”, el imperio mediático-universitario, un término retomado por Nick Land. Esta “Catedral” impone entonces su religión igualitaria exigiendo la adhesión a sus principios “universales”.
Sin embargo, para el autor “cuando el acuerdo no es necesario es cuando la libertad sigue siendo posible”. Esta politización de la realidad conduce a una forma de sumisión de la verdadera élite, la que valora el capital y es “perseguida” en nombre de la igualdad. La “tolerancia perfecta” exigida por la lógica democrática se convierte entonces en “intolerancia absoluta” y la democracia, en un “totalitarismo suave”.
“A medida que el Estado se convierte en Dios, los hombres degeneran en la imbecilidad”, resume Nick Land en The Dark Enlightenment. Lógicamente, en un contexto así, la innovación retrocede a medida que aumenta la rapacidad estatal y, en consecuencia, se reduce el crecimiento. Entonces solo hay tres salidas.
La primera es retomar la lógica de la modernidad desde su punto de partida en otro contexto sociocultural, por ejemplo, en China, pero con las mismas consecuencias que la modernidad occidental. La segunda salida es la “posmodernidad”, en la que, a falta de crecimiento, el maltusianismo es reimpuesto por la “Catedral”. La tercera salida, la preferida por Nick Land, es un “reinicio brutal” (hard reboot) que permite a Occidente retomar el control mediante una crisis total y la desintegración de la antigua modernidad decadente.
El macabro proyecto de las élites
Para lograr este hard reboot y comprender sus contornos, Nick Land retoma la idea de Deleuze y Guattari de una aceleración de las tendencias del capitalismo. Propone así apoyar una “huida hacia adelante cibernética sin compensación”, un fenómeno que denomina, con su habitual claridad, “teleoplexia”: el movimiento tecno-económico del capital, es decir, el pleno desarrollo del tecno-capitalismo. Para lograrlo, el autor propone un método: la “secesión”. Frente a la “compensación” democrática, las élites deben “salir” del mundo dominado por la “Catedral” para fundar zonas independientes donde pueda desarrollarse la teleoplexia.
Aquí encontramos una de las obsesiones de la extrema derecha libertaria recientemente puesta de relieve por Quinn Slobodian en su libro Le Capitalisme de l'apocalypse. Hay que recordar aquí un punto importante del pensamiento de Nick Land: su base racial. Para él, la modernidad capitalista tiene un fundamento sociocultural concreto y la fuerza compensatoria, democrática, que se opone a la tecno-economía tiene un contenido racial: en Estados Unidos, son los blancos quienes constituyen la élite y quienes son víctimas, a través de la violencia urbana, de los ataques de las minorías impulsadas por la religión democrática.
Land, en The Dark Enlightenment, no oculta que se inspira en el movimiento sureño de la Guerra de Secesión americana que, en su opinión, continúa hoy en día bajo otras formas. “Si la independencia es la ideología de los esclavistas, la emancipación requiere la destrucción programada de la independencia”, afirma. Por lo tanto, es necesario que las élites proclamen su independencia, salgan de la modernidad en decadencia, para fundar zonas donde desarrollar la teleoplexia.
El autor resume este movimiento de la siguiente manera: “Las fuerzas sociohistóricas fundamentales [las de la teleoplexia, ndr] son las del libertarismo fragmentador [crackerizing libertarianism]”. El programa de esas zonas, cuya inspiración es, como era de esperar, Singapur o Dubái, y cuya seguridad alaba el autor en comparación con el infierno en que se habrían convertido las ciudades occidentales, se basa en cuatro principios.
Se trata de sustituir la democracia por una “república constitucional”, en realidad una forma de Estado-empresa que ha sido teorizada por Curtis Yarvin bajo el nombre de “neocameralismo”. A continuación, viene la “reducción masiva” del gasto público y su “confinamiento riguroso” a determinados ámbitos. En tercer lugar, hay que restablecer la “moneda fuerte” y abolir los bancos centrales para evitar cualquier financiación de la redistribución democrática. Por último, habrá que “desmantelar” la capacidad financiera y macroeconómica del Estado para “liberar la economía autónoma”.
Sin embargo, todo esto tiene un objetivo más importante. Nick Land se inspira en la teoría de la evolución, que modifica a su manera para determinar adónde debe conducir la aceleración capitalista. Para él, en la evolución de las especies hay una fase “adaptativa”, la descrita por Darwin, pero también una fase “generativa” que induce un cambio completo de las capacidades. Esta última fase está liderada por una “pequeña minoría” dentro de las especies.
Por lo tanto, la aceleración teleopléxica tiene como objetivo alcanzar un “horizonte biónico”, es decir, esa evolución generativa que toma la forma de una “población que se vuelve indistinguible de su tecnología”. El horizonte del desarrollo capitalista “libre” es pues el de una nueva especie destinada a convertir al viejo homo sapiens en un “fósil viviente”, una “reliquia”. “La gran vía del pensamiento ya no pasa por una profundización de la cognición humana, sino más bien por la deshumanización de la cognición”, explica Nick Land en Fanged Noumena.
Esa nueva especie, resultante de la fusión entre el hombre y la tecnología, es la “singularidad teconómica” que persigue el aceleracionismo. Es, en cierto modo, la fusión del capital y la humanidad en la tecnología o, más exactamente, como señala el filósofo Mark Fisher, el momento en que “los hombres son marionetas de carne manipuladas por el capital y su identidad y su concepción de sí mismos no son más que simulaciones de las que se desharán algún día”.
Aquí, como señala el filósofo Quentin Badaire en un texto sobre el legado de El anti-Edipo, Nick Land lleva la lógica de Deleuze y Guattari de la “desterritorialización” y la “descodificación” del capital más allá incluso de lo que estos últimos contemplaban al “interpretar positivamente la muerte”. Detrás del delirio de una especie tecnológica se encuentra la realización última de la pulsión de muerte a través de un deseo de disolución de la humanidad.
Actualidad del pensamiento de Nick Land
Este rápido repaso al pensamiento de Nick Land permite comprender la fascinación que ejerce en los círculos tecnológicos. En este sentido, justifica las investigaciones de los gigantes digitales sobre el transhumanismo y la inteligencia artificial, que, cada uno a su manera, sueñan con una forma de “especie mejorada” en la que la inteligencia se centraría en la búsqueda de la valorización.
Land también permite comprender cómo las grandes tecnológicas han dado un giro hacia la extrema derecha. El intelectual de extrema derecha parece ofrecer una salida al actual estancamiento capitalista mediante el desmantelamiento del Estado y la democracia. Ese es el camino que las grandes empresas tecnológicas, antes acusadas de promover un “capitalismo woke”, han emprendido ahora con su apoyo a la administración Trump.
Nick Land despliega, por supuesto, un pensamiento macabro. La inspiración aceleracionista de Deleuze y Guattari no es más que una lectura precipitada de ambos autores que le permite sobre todo poner de relieve los temas clásicos del pensamiento reaccionario: el antihumanismo, el igualitarismo radical, el odio al Estado social y el supremacismo blanco.
Su lectura permite comprender mejor las contradicciones del trumpismo. Una parte del entorno del nuevo presidente busca efectivamente el caos por el caos, es decir, la disolución de la modernidad y la continuación de la secesión de las élites. Pero la “Ilustración oscura”, precisamente por ser un pensamiento elitista, entra en conflicto con el populismo trumpista, que limita su capacidad de acción al obligarlo a mantener una aceptabilidad mínima por parte del pueblo.
El trumpismo busca reducir el ámbito de la democracia estadounidense, en particular mediante la destrucción del Estado de derecho, al tiempo que mantiene una ficción electoral que es el sello distintivo de la extrema derecha contemporánea. Esa contradicción podría disolverse en una visión neocameralista de la “Ilustración oscura”, en la que el Estado se convertiría en una empresa que dejaría a sus “accionistas” votar en una junta general con el único interés de valorizar el capital.
En este sentido, los seguidores de Nick Land o Curtis Yarvin aún pueden ofrecer vías de salida al trumpismo. Excepto que este movimiento político no es una “compensación”, por decirlo como Land, de la “imbecilidad dominante” de la modernidad. Al contrario, podría decirse que es su abanderado. Trump es esa imbecilidad convertida en jefe de Estado, y el caos que desencadena con sus decisiones podría no ser el movimiento supuestamente regenerador que espera el británico.
La visión de Land se estrella así contra su fascinación por las élites capitalistas, que no son los seres de inteligencia superior que él describe, sino a menudo seres reducidos a su alienación, es decir, a su puro deseo de acumulación. El mundo que quieren construir no es más seguro ni más deseable, simplemente es más rentable. Y para ello, están dispuestos a una gestión puramente mercantil del mundo que, llevada al extremo, se convierte en esos estallidos absurdos y caóticos impulsados por Trump. Esas élites no son mejores que el pueblo y, por lo tanto, todo elitismo es un callejón sin salida perverso.
Neocapitalismo con tiritas
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El conocimiento del pensamiento de la “Ilustración oscura” parece ahora necesario para todos aquellos que pretenden liderar la resistencia al trumpismo. No solo para bloquear su proyecto enfermizo y caótico, sino también para utilizarlo como contrapunto con el fin de desarrollar una nueva visión del mundo. Desactivar su crítica de una modernidad democrática decadente se convierte entonces en el medio para criticar la modernidad capitalista por ser, precisamente, insuficientemente democrática, y para reflexionar sobre los medios para contrarrestar el pensamiento del capital que es el de Nick Land con un pensamiento humanista liberado de la dependencia del capital. Como dice Mark Fisher, “Land es el tipo de antagonista que necesita la izquierda”.
Traducción de Miguel López