Trabajadoras ucranianas se juegan la vida para vigilar las centrales térmicas atacadas por Rusia

Muchas de las ventanas de la sala de calderas de TeploEnergo en Dnipro volaron por los aires durante los ataques rusos en la noche del 16 al 17 de noviembre de 2025.

Justine Brabant (Mediapart)

Dnipro (Ucrania) —

Tan pronto como se enteró de que una de sus centrales térmicas había sido atacada por varios drones kamikazes rusos, en la noche del 16 al 17 de noviembre, Hennadii Plakhtii cogió su teléfono y llamó a las trabajadoras que se encontraban allí. Esa noche las bombas arrancaron una gran tubería de gas, destrozaron parte de las ventanas y dañaron un depósito de combustible perteneciente a la estación de tren cercana, que afortunadamente estaba vacío.

Pero las trabajadoras no contestaban al teléfono. Su responsable empezó a preocuparse. Al llegar al lugar, a la una de la madrugada, comprobó, aliviado, que nadie había resultado herido. En el edificio, una gran construcción de ladrillos blancos en el centro de la ciudad de Dnipro, se afanaban en barrer los restos de los cristales rotos, siguiendo el protocolo para cortar el gas y apagar las calderas. Con tanto trajín, no habían oído el teléfono.

Si la red de calefacción de la ciudad aguanta, es en gran parte gracias al trabajo de esas mujeres, que pasan sus días y sus noches vigilando las calderas a pesar de los riesgos. Sus compañeros se encargan del mantenimiento; ellas son “operadoras” y supervisan constantemente los indicadores (de temperatura, presión o gas) para detectar cualquier anomalía.

Las empleadas de la central situada junto a la estación de tren, gestionada por la empresa pública TeploEnergo, sufren ya el cuarto ataque ruso desde el inicio de la guerra a gran escala, en febrero de 2022. “Es aterrador y agobiante, pero es un trabajo muy importante. Sí, en Dnipro la gente tiene miedo, pero es mejor tener miedo en un apartamento con calefacción”, cuenta Natacha Kotliar, de 59 años, de los cuales ha pasado 34 trabajando en esa central. Conoce de memoria cada tubería, cada motor, cada dial.

El miércoles 19 por la mañana, dos días después del ataque, vigila con sus compañeras la caldera que vuelven a poner en marcha. A través de una pequeña ventanilla se ven las llamas rojizas que se arremolinan bajo uno de los grandes depósitos donde el agua se calienta a unos cincuenta grados, para luego ser distribuida por grandes tuberías a los sistemas de calefacción de los edificios circundantes.

“Es algo a lo que no te acostumbras”

De repente, suena una alarma. La jefa de operadoras, Nataliya Goldina, se acerca a la caldera y comprueba una serie de diales e interruptores con funciones misteriosas: un nivel de presión un poco bajo, debido al reinicio de la máquina. Nada alarmante. Continúa su ronda de inspección.

Al pasar por debajo de las ventanas destrozadas por la explosión, que acaban de ser reparadas, sonríe: “Cada mes de noviembre acabamos sustituyendo los cristales por placas de madera o plástico. No sirve de nada volver a poner cristales, volverán a explotar con el próximo ataque.” Tras mostrar la sala donde se refugia en caso de bombardeo, añade, algo triste: “Es difícil. Es algo a lo que no te acostumbras. Por dentro, nos sentimos como cenizas. Pero seguimos haciendo nuestro trabajo, por inercia.”

Desde hace tres años, el comienzo del invierno es el momento elegido por el ejército ruso para atacar las infraestructuras energéticas, con el fin de sumir a Ucrania en el frío y la oscuridad. Como consecuencia, Dnipró, la tercera ciudad de Ucrania, que contaba con alrededor de un millón de habitantes en 2022, sufre este mes de noviembre importantes cortes de electricidad.

En los últimos días, sus habitantes se han quedado sin electricidad desde las 6 de la mañana hasta el mediodía, y luego desde las 4 de la tarde hasta las 11 de la noche. El sol se pone a las 15:30, las temperaturas rondan los 5 grados, cae sin cesar una llovizna gélida y la amenaza permanente de misiles y drones kamikazes tipo Shahed, que atacaron la torre de televisión el 18 de noviembre y provocaron un incendio en un almacén de alimentos el 19, hacen que este comienzo de invierno sea difícil.

El balcón como nevera, botellas de agua caliente en la cama

Pero la abnegación de los trabajadores y trabajadoras de las centrales térmicas no siempre basta para proteger a la ciudad del frío. En algunos edificios, la falta de electricidad impide llevar agua caliente a las viviendas; en otros, la calefacción lleva meses sin funcionar, sin explicación alguna.

“Llevo un año sin calefacción”, explica Vera, una jubilada de 77 años que vive en el barrio de Samarskyi, uno de los más afectados por los cortes de electricidad. “Utilizo el balcón como nevera, dejo allí mi sopa y, cuando tenemos electricidad durante unas horas, caliento botellas de agua que pongo en mi cama para dormir”, detalla, con una bolsa de la compra azul en la mano.

Unos edificios más allá, Victoria Yedimenchenko se considera afortunada: sus radiadores emiten un ligero calor que le permite mantener su apartamento a 16 grados, explica mientras enseña el piso. Como tiene un calentador de agua eléctrico, tiene que esperar a que haya electricidad para ducharse. En la entrada, ha instalado todo un sistema logístico de baterías portátiles y linternas.

Cuando las temperaturas amenazan con bajar aún más, enciende el horno y lo deja abierto durante unas horas para calentar la cocina. Algunos de sus vecinos hacen lo mismo. Pero “no por la noche”, precisa, por miedo a provocar un incendio. De todos modos, pasa muchas noches fuera de casa. Cuando suenan las alarmas antiaéreas, esta mujer, protésica dental, baja a ponerse a salvo al refugio de la escuela de al lado. Intenta dormir tumbada en un banco de madera de colegio. “La paz es lo esencial”, repite antes de despedirse.

En la central de calefacción, la caldera termina de reiniciarse, bajo la atenta mirada de las trabajadoras. Para hacer más llevadera la vida cotidiana, han colocado algunas plantas verdes aquí y allá, entre las tuberías. Ha florecido una flor de hibisco. “Eso nos tranquiliza”, explica una de ellas antes de volver al trabajo.

Caja negra

Este reportaje se realizó el 19 de noviembre.

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Nadiya Pavlova colaboró como intérprete y asistente.

 

Traducción de Miguel López

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