Literatura

El "querido censor" de Cabrera Infante

Fotografía original de 'Tres tristes tigres' recuperada por Seix Barral para su 50º aniversario.

La censura franquista tenía claro en 1965 el destino de Vista del amanecer en el trópico, la novela de Guillermo Cabrera Infante (Gibara, Cuba, 1929-Londres, Reino Unido, 2005) que acababa de ganar el Premio Biblioteca Breve de Seix Barral y que acabaría llevando el título de Tres tristes tigres. "Dada la manera como está concebida la narración no admite tachaduras y habida cuenta de la tendencia marxista esencial en la intención del autor, no debe autorizarse", dejó escrito el censor. La policía literaria del régimen, de un lado, y la editorial y el autor, de otro, entrarían entonces en un tira y afloja que no se resolvería hasta 1967, cuando la novela llegó a las librerías con otro título, el doble de páginas y, paradójicamente, algunas de sus secciones más relevantes mutiladas.

No fue hasta 1994 cuando el sello barcelonés publicó por primera vez en España la versión parcialmente restituida de la novela, que había visto la luz cuatro años antes en Venezuela. Ahora, por el 50º aniversario de la obra que encumbraría al escritor cubano, Seix Barral vuelve a publicarla añadiendo parte del informe de censura y el prólogo a aquella edición latinoamericana en el que Cabrera Infante describía su toma y daca con la entidad franquista sin rostro a la que él le pondría el de un "hipócrita lector", un "querido censor" al que acaba deseando haber conocido: "Después de todo, los dos hemos escrito el mismo libro". Pero, aunque la editorial afirma editar ahora el informe completo, lo cierto es que deja fuera algunos documentos incluidos en él que dan una información reveladora sobre la ambigua relación entre las editoriales y el régimen a la que obligaba a la censura.

"Creo que es importante recuperar la memoria mutilada de un capítulo tan importante de nuestra historia como es la literatura", dice a este periódico Elena Ramírez, directora editorial de Seix Barral. "Aportar al lector el contexto de la publicación de la obra, y sus vicisitudes para ver la luz es una forma de darle herramientas para entender mejor el libro, y también la historia de su país". La edición conmemorativa deja fuera, sin embargo, al menos un informe de censura, además de las argumentaciones dadas por Barral para que el régimen aceptara la novela, en las que defendía que no contenía "propaganda de ideas subversivas". Tampoco aparece la sustanciosa correspondencia entre Cabrera Infante y Carlos Robles Piquer, director general de Información (jefe de la censura por debajo del ministro, entonces Manuel Fraga), en la que el escritor agradecía la "amabilidad" del franquista y la oportunidad de "frecuentar el texto para viabilizar su aceptación". 

Un relato "pornográfico" sobre la "lucha castrista"

El investigador Alejandro Herrero-Olaizola, profesor en la Universidad de Michigan, analiza el caso en The censorship files (Los archivos de la censura), un libro en el que estudia la censura franquista del boom latinoamericano a lo largo de los años sesenta y setenta a partir de los documentos que hoy alberga el Archivo General de la Administración, de donde Seix Barral ha extraído también las fichas incluidas en la edición conmemorativa. "El editor no podría haber predicho que el proceso de aprobación [de Tres tristes tigres] sería uno de los más contenciosos y complejos de todas las novelas del Boom publicadas en la España de Franco", aventura Herrero-Olaizola, dado que ya había publicado obras igualmente problemáticas para el régimen, como La ciudad y los perros, de Vargas Llosa (1962) y Los albañiles, de Vicente Leñero (1963), ambas ganadoras del Biblioteca Breve.

"Se trata de una serie de narraciones entrecortadas por alusiones a la lucha castrista, victoriosa, y alabada, contra Batista. (...) El contenido de todas esas narraciones es pornográfico a veces, irrespetuoso otras, procaz siempre", decía el censor José Vila Selma —también crítico literario hasta mucho después de la llegada de la democracia— en el primer informe que emite el Ministerio de Información sobre la obra en 1965. Resumía bien el problema: Vista del amanecer en el trópico no solo trataba la revolución cubana, sino que además la simultaneaba con la ajetreada vida nocturna de los cabarés habaneros. Era mucho más de lo permisible para el régimen, especialmente preocupado, además, por las posibles consecuencias que pudiera tener sobre la izquierda clandestina la victoria de Castro y compañía.

Carlos Barral, fundador de la editorial, tuvo que poner en funcionamiento todas sus armas legales y personales para que la novela acabara siendo el éxito de ventas y crítica (en el extranjero) que finalmente fue. Aunque ciertas partes del proceso, incluyendo la intervención directa de Robles Piquer, resultaran con el paso del tiempo poco estéticas. Tan poco estéticas que, como señala Herrero-Olaizola, el propio autor acabó construyendo un relato sustancialmente distinto del que reflejan los archivos. 

Sin "ideas subversivas"

En 1965, parecía claro que la novela de Cabrera Infante no tenía ninguna posibilidad de ser publicada en España. Dos veces había solicitado Seix Barral la revisión del texto y dos veces había recibido una respuesta negativa, con lindezas de los censores que iban incluso más allá de lo ideológico. "Lo entrecortado de la narración se explica por una mala imitación de la escuela francesa del nouveau roman", decía Vila Selma, identificado como el censor 17 (los "lectores" solían permanecer en el anonimato y solo aparecen identificados en contadas ocasiones). En un informe que no aparece en la edición conmemorativa, el censor Ramón Álvarez Vignier asegura que "al faltarle al autor dominio sobre la materia [de la novela francesa], nos ha producido una obra entrecortada y sin hilazón, además de expresar su tendencia y simpatía marxista" (las cursivas son del original). 

A estos argumentos de peso, se añadían dos: Carlos Barral era ya una figura conocida para la censura, como conocida era su simpatía por el comunismo y por editar obras varios pasos más allá de lo que el franquismo toleraba. El informe de censura contiene, además, un documento que poco tiene que ver con la novela. "Aunque se suponía que la censura no era ad hominem, la Oficina de Enlace, que venía a ser un gabinete de inteligencia interministerial, tenía informaciones sobre los autores de muchos libros, sobre todo de lo que tenían una problemática política", dice Fernando Larraz, profesor de la Universidad de Alcalá de Henares y autor de Letricidio español. Censura y novela durante el franquismo. El dossier sobre Cabrera Infante recuerda que es un diplomático cubano (y por lo tanto sospechoso en sí mismo) y que su hermano "desarrolla actividades pro-comunistas"

Barral juega entonces su última baza solicitando un recurso de alzada, un procedimiento bastante inusual según Larraz. En su solicitud, el editor argumenta, además de varias cuestiones procedimentales, que la lectura de los censores ha sido incorrecta. Asegura que Vista del amanecer en el trópico no contiene "ideas que puedan considerarse peligrosas" y que "aunque el libro tiene lugar en Cuba durante la guerra revolucionaria en ningún lugar del libro se hace propaganda de ideas subversivas". Este documento no se incluye en la edición conmemorativa, a pesar de que la editorial asegura que ha publicado el informe completo. Aquel argumento chocaba, evidentemente, con la reputación de Barral tanto entre los censores como en el ambiente literario. Pero Barral quería conseguir a toda costa que la novela se publicase, y tenía que jugar en los márgenes de la ley. 

Por eso, cuando se le es denegado definitivamente el permiso de publicación, el editor debe cambiar de estrategia. "Barral me confesó que no había otro recurso que reescribir el libro, cambiarle el título y presentarlo de nuevo a Censura", dice Cabrera Infante en el prólogo a la edición restituida. El escritor asegura aquí que antes de esa advertencia ya había decidido "reformar" el libro. El crítico Antonio José Ponte asegura en un artículo aparecido en 2016 que el autor tiene "una razón de peso para ello y es su descontento con la nueva sociedad cubana, con lo que han conseguido las directivas revolucionarias". Paradójicamente, Cabrera Infante quería corregir su libro en un sentido similar, al menos en un aspecto, al que indicaba la censura. Ambos querían suprimir las referencias claramente positivas a la revolución. 

Cartas a Robles Piquer

Para preparar la llegada de Tres tristes tigres, Barral pone en contacto a Cabrera Infante y a Robles Piquer. Es el propio autor quien le dirige una carta en la que trata de convencerle de que la novela es efectivamente una obra distinta a la que había presentado un año antes, y en la que le agradece su "amabilidad" y "atención" al valorar el libro: "Esta novela mía que desespero por ver impresa, publicada y exhibida y criticada en esta hospitalaria tierra de España". Esa "hospitalaria tierra" le había denegado el permiso de residencia y había prohibido su literatura, pero el autor se felicita en la carta por "los períodos entre el rechazo y la negativa final" que le habían permitido ver "graves errores de construcción novelística". En el prólogo escrito 20 años después vuelve a celebrar el "gran golpe de suerte" de la prohibición de la primera versión. 

En la carta llega incluso a justificar la supresión de las viñetas políticas que tanto habían disgustado a los censores en la primera lectura: "Las viñetas intersticias y finales han desaparecido, dejando su lugar a una solución lírica en vez de épica, personal en lugar de colectiva, transcendente más que histórica". De la observación de los manuscritos de Vista y de Tres tristes tigres, Herrero afirma que Cabrera Infante "despolitizó" la novela al suprimir las referencias a Batista. El investigador también señala un dato muy significativo. La carta a Robles Piquer está en el archivo personal del autor en Princeton, pero no se puede consultar hasta 2020 por expreso deseo del autor. Lo que no podía saber es que el propio jefe de los censores había guardado una copia, disponible para el público en el Archivo General de la Administración. Esta tampoco aparece en la edición conmemorativa de Seix Barral. 

En él se encuentra también la respuesta de Robles Piquer, que en marzo de 1966 se limita a agradecer las "amplias e interesantes explicaciones" del escritor. Le recomienda, sin embargo, que espere para presentar Tres tristes tigres a la entrada en vigor de la nueva normativa de censura, la ley Fraga, que se espera para ese mismo año y que podía ser más flexible. La legislación del entonces ministro de Información introducía el concepto de "consulta voluntaria", un "pretexto para decir que en España no había censura", según Larraz. El editor podía someter el ejemplar a revisión a posteriori (si no tenía ningún contenido político, como en el caso de los libros técnicos) o podía presentar las pruebas de imprenta con anterioridad voluntariamente. Si no lo hacía, el libro podía ser igualmente secuestrado. "Carlos Barral se arriesgó varias veces, pero con los antecedentes de este caso imagino que decidió no hacerlo", apunta el investigador. 

La humillación de la censura

Hay una carta sobre el proceso que sí está disponible, como indica Herrero-Olaizola, en el archivo personal de Cabrera Infante y que resulta esclarecedora. Está dirigida a Vargas Llosa, colega del escritor que por entonces aún era cercano a las tesis castristas. La escribe en diciembre de 1966, cuando Tres tristes tigres ya ha sido etiquetada como "publicable" si se efectúan los cambios señalados por la censura, y cuando la editorial ya ha recibido el permiso de Información después de realizarlos. Sin embargo, el cubano dice: "Escribí a la censura y ni siquiera me contestaron a la carta, así que el libro tendrá que publicarse fuera de la Madre Patria". "Es como si [esta carta] hubiera sido escrita a propósito para encubrir el hecho de que estas negociaciones habían existido", dice Olaizola. 

De hecho, Cabrera Infante no las menciona en absoluto en su prólogo a la edición restituida. Y sí esgrime entonces lo que viene a ser una excusa para someterse a la censura franquista: "La alternativa sería publicar el original en México y dejar que cayera en el olvido". Y señala a la Editorial Mortiz de México "adonde iban a parar los cadáveres esquizoides de Seix Barral para ser enterrados al otro lado de la frontera". Larraz se extraña ante esta descripción: "Esa editorial es muy prestigiosa, y allí están publicando algunos grandes nombres de la literatura nacional e internacional, como Carlos Fuentes, Elena Poniatowska o Günter Grass". Teniendo en cuenta esto, la explicación del escritor cubano parece más bien una forma de hacerse perdonar la sumisión al régimen franquista, que en última instancia le permitió publicar en el epicentro del boom y obtener un gran éxito comercial. 

"Es una actitud que se ve en muchos autores", señala Larraz, que pasa gran parte de su vida entre los informes del archivo situado en Alcalá, "Cuando uno va al archivo de la censura, los escritores pierden esa aura, y sale la parte más fea. Porque al final lo que hace la censura es humillarlos, y ellos tratan luego de tapar esa humillación". Lo hace Cabrera Infante con su agradecimiento un tanto extemporáneo al "querido censor", a quien llega a atribuir "la mejor labor de edición que había visto nunca" y cuya modificación del final de la obra acaba respetando. La humillación se ve también limitada por la decisión de Seix Barral de no incluir los documentos más incómodos del archivo en la edición conmemorativa. 

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La larga sombra de la censura

¿Por qué Seix Barral no publicó la versión restituida de la obra hasta 1994? "Eso se lo tendrían que preguntar a mis predecesores en este cargo, o al propio Guillermo. No hay correspondencia sobre esto, a pesar de que se restituyeron las versiones censuradas de otras obras durante esos años", responde Ramírez, la responsable del sello. Olaizola recoge en su trabajo que Cabrera Infante intentó en varias ocasiones publicar Tres tristes tigres en su versión no mutilada, sin éxito. Fue finalmente la editorial venezolana Ayacucho quien lo hizo, en una versión en la que se recogían una veintena de pasajes suprimidos por el franquismo. Ni la editorial ni el autor explicaban qué había ocurrido con las viñetas ni cuál había sido el daño real sufrido por la obra. Lo dice Cabrera Infante en su prólogo: "La censura es una cosa muy persistente".

 

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