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Cultura

El primer disparo de ETA

Àlex Monner como Txabi Etxebarrieta en 'La línea invisible', serie de Mariano Barroso.

El límite, eso buscaba Mariano Barroso. El que hizo que Euskadi Ta Askatasuna, la organización que acabaría constituyendo una de las pesadillas colectivas del país, dejara de ser un movimiento nacionalista, antifascista y obrero para convertirse en otra cosa. Tirando del hilo, el cineasta recorría los 853 muertos causados por la banda terrorista, sus primeros atentados indiscriminados, sus asesinatos de civiles, sus disputas políticas y sus rencillas internas... hasta el 7 de junio de 1968. El día en que Txabi Etxebarrieta, uno de los principales dirigentes del grupo y un mito para parte de la izquierda abertzale, asesinó a José Antonio Pardines, guardia civil. Fue la primera víctima mortal de ETA. Horas después, Etxebarrieta moriría tiroteado por los militares. Y la serie que cuenta aquel disparo, el primero de muchos, tiene un título autoexplicativo: La línea invisible.

"Fue la primera víctima y sí, fue accidental", recuerda por teléfono Mariano Barroso, responsable también de la serie El día de mañana, una de las producciones españolas más celebradas de los últimos años. Porque el primer objetivo de ETA era Melitón Manzanas, jefe de la Brigada Político-Social de Gipuzkoa, cuyo asesinato había sido previsto para ese otoño. El azar quiso que no fuera el torturador franquista el primer asesinado por la banda, aunque el atentado contra él se realizaría de igual forma, ese mismo 2 de agosto. "Hay un componente del destino que al final decide por dónde van las cosas. ¿Pardines, qué tenía que ver en todo esto? ¿Hasta qué punto tiene una persona derecho a matar a otras, o a torturar a otras?". Para el cineasta, que estrena la serie este 8 de abril —los dos primeros capítulos se emitirán a través de Youtube a partir de las 22h—, los personajes de Etxebarrieta y Manzanas "representan el fracaso de todo, la incapacidad para la empatía, la banalización de la violencia y el sufrimiento". 

Así, los seis capítulos de la serie están construidos en torno a esos dos polos, dos personajes complejos que simbolizan el enfrentamiento político de aquellos años. Àlex Monner interpreta al joven militante, que acabará sumándose al movimiento nacionalista en parte por la influencia de su hermano, José Antonio Etxebarrieta (encarnado por Enric Auquer), también dirigente de ETA y, más tarde, uno de los abogados del proceso de Burgos. Antonio de la Torre interpreta a Melitón Manzanas, un agente tan integrado en la vida social de Irún como brutal en sus interrogamientos. "Quería evitar hacer un documental", dice Barroso, que firma el guion junto a Alejandro Hernández y Michel Gaztambide. "Nos queríamos centrar en las personas, en la motivación de los individuos que suelen estar detrás de los grandes movimientos y que a menudo son pequeñas, mezquinas". 

Cuando se tratan desde la ficción asuntos como el conflicto vasco —ha podido verse con el fenómeno Patria, que tiene pendiente el estreno de su adaptación televisiva en HBO—, hay dos términos que persiguen a quien se han atrevido a tocar el tema: equidistancia y maniqueismoequidistanciamaniqueismo. "¿Cómo se mide la equidistancia, con una regla?", bromea el director. Por ahora, asegura, le han afeado simultáneamente que Melitón Manzanas salga demasiado bien parado y que hayan sido demasiado benevolentes con Etxebarrieta. "¿Quién tiene razón? A mí, en cualquier caso, me gustaría que la gente viera la serie sin los prejuicios de que los malos son siempre los otros". 

¿Y con respecto al maniqueismo? Mariano Barroso se toma unos segundos para responder: "La Historia, con mayúsculas, puede ser maniquea, pero las historias, con sus detalles, no lo son". Y pone un ejemplo: Melitón Manzanas, el que perseguía a —entre otros— los gudaris de la liberación vasca, era euskaldún, mientras Txabi Etxebarrieta, una de las grandes figuras del movimiento nacionalista, no hablaba euskera. (Paradójicamente, Monner sí habla euskera, porque su madre es vasca, mientras que De la Torre no lo hace). "Un torturador puede ser sádico y cruel, pero un padre ejemplar", continúa el director, "y un muchacho capaz de apretar el gatillo puede ser un poeta de una gran sensibilidad". La serie se interesa particularmente por el dirigente etarra, todo un misterio: su ascenso meteórico en la militancia, su interés por la escritura y su pronta muerte le han convertido en un referente intelectual, pero también en algo así como un lienzo en blanco para la memoria abertzale. 

Pero, aunque Barroso y su equipo hayan querido dar peso a los aspectos personales tras aquellos acontecimientos, no ignoran tampoco su contexto político. La serie refleja los procesos que rodean a la V Asamblea de ETA, celebrada entre 1966 y 1967, casi una década después de su fundación. En estos encuentros, la organización selló su futuro. Primero,  expulsando a la facción obrerista, que daba más relevancia a la clase que a la cuestión vasca, y otorgando el poder a los nacionalistas, un proceso que La línea invisible trata sucintamente. La producción prefiere centrarse en la segunda parte de la asamblea, cuando se abraza la vía de la violencia revolucionaria frente al Estado español, al que se considera un invasor. En la serie, como en aquella época, aparecen numerosas referencias a Argelia —que acababa de cerrar su guerra de independencia contra Francia— o a Cuba. "Esto es esencial para comprender la decisión", señala Barroso, "porque hablamos de una época en la que las guerrillas estaban muy activas, eran una referencia para la juventud". 

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La juventud. Porque aquellos primeros miembros de la ETA militar eran realmente jóvenes: Etxebarrieta murió con 23 años; Iñaki Sarasketa, el militante que le acompañaba cuando disparó contra Pardines, tenía entonces 20 años. Es algo que al director le impresionó durante el rodaje, observando a sus propios actores, que comparten edad con los personajes. "Hay que hacer un esfuerzo para olvidar lo que sabemos que ocurrió luego", dice, "y para ser conscientes de lo que era aquello. Eran chavales, y era todo muy chapucero, también por parte de la policía. Nadie tenía apenas formación". Para tratar de ser fieles a la realidad, los guionistas se han empapado de la literatura académica sobre el tema, y también han hablado con testigos y con personas que conocieron a los implicados. En otras ocasiones, han preferido ocultar a las personas reales tras personajes de ficción. Así, el Peru de la ficción que acompaña a Etxebarrieta, es tan solo un reflejo de Sarasketa. 

A la hora de narrar el asesinato de Pardines, los guionistas se han basado justamente en el relato de Sarasketa. Un relato muy poco heroico. El etarra recordaba que el agente, que controlaba el tráfico, les dio el alto al sospechar de su matrícula, que provenía de un coche robado. "El guardia civil nos daba la espalda", contó. "Estaba de cuclillas mirando el motor en la parte de atrás… Susurró: 'Esto no coincide...'. Txabi sacó la pistola y le disparó. Cayó boca arriba. Volvió a dispararle tres o cuatro tiros más en el pecho. Había tomado centraminas y quizá eso influyó. En cualquier caso fue un día aciago. Un error. Era un guardia civil anónimo, un pobre chaval. No había ninguna necesidad de que aquel hombre muriera". Aunque Sarasketa ​negó siempre haberle disparado, en la serie sí se le retrata empuñando el arma. Y luego está la muerte de Etxebarrieta: aunque parte de la izquierda abertzale ha defendido que se trató de una caza y un ajusticiamiento, en la serie se pone la responsabilidad sobre el dirigente de ETA, que en su huida, y todavía bajo los efectos de las anfetaminas, se enfrenta a otro control de la Guardia Civil. 

Mariano Barroso no teme el debate que pueda surgir en torno a La línea invisible. En cierto modo, lo considera inevitable: "Somos conscientes de que esto genera mucha discrepancia, de que es un tema muy delicado. Pero creo que, aunque esta no deja de ser una versión de los hechos, hemos sido fieles a la realidad. Y creo también que importante conocer la historia que se está contando. Es bueno que se debata". En 2017, el Euskobarómetro reveló que, ante la pregunta de quién fue la primera víctima mortal de ETA, solo el 1,2% de los entrevistados conocía la respuesta. El 19,8% dio soluciones erróneas, y el resto reconoció no saberlo. Quizás eso cambie a partir del 8 de abril. 

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