Franco y la cruz laureada de San Fernando (7/17): Se supera a sí mismo y deja a uno con la boca abierta

Ángel Viñas Ideas Propias

En la presente entrega parto de una premisa que, para que no se me critique demasiado, hago explícita. No sé si Franco tuvo en 1937/38, cuando habló con Arrarás, buena memoria o no. Establezco una hipótesis, que no considero descabellada pero que someto al mejor juicio de los amables lectores: un acontecimiento como fue para él la acción de El Biutz debió quedársele grabado. (Personalmente no he olvidado demasiado las circunstancias en que en cuatro ocasiones estuve a punto de perder la vida, pero quizá tenga mejor memoria que la que tuvo Franco poco antes de cumplir 70 años).

Tampoco creo que haya demasiados inconvenientes en suponer que a lo largo de la guerra y en la posguerra Franco pudo referirse al accidente casi mortal en la acción de El Biutz en varias ocasiones. Sería, si se me apura, lo más normal. Por, al menos, cuatro razones: a) Debió de dejar en él una gran huella ya que fue su primera y única herida en combate (cabría argumentar que después ya no se expuso más allá del deber porque no era tan imprescindible dado su rango ascendente); b) Implicó un salto mayúsculo en su carrera, que hubiera sido impensable sin el ascenso previo a comandante tras su “heroica” participación en dicha acción bélica; c) Ya en la Guerra Civil, contó su versión a Arrarás que, como hemos visto, tuvo un impacto totalmente inmerecido en la bibliografía y en sus biografías, a pesar de alguna soberana estupidez ligada a las “pelas” que percibió Ricardo de la Cierva; d) Tampoco hay por qué dudar del testimonio de su hija en este aspecto, de que varias veces se lo contó.

En cualquier caso, ya Caudillo exaltado hasta el delirio, Franco se refirió al suceso en una ocasión que, por razones que ignoro, no ha tenido fortuna en la literatura. Al menos no la he visto reflejada en ninguna de las obras que guardo en mi biblioteca, aunque reconozco humildemente que no son todas las que se han dedicado a tan excelso personaje. Es muy posible que figure en alguna de las escritas por sus numerosos turiferarios. Se trata de la referencia para mí más importante y significativa después de la que transmitió a Arrarás. La hizo por persona interpuesta y la expresó en el apogeo de su, para muchos españoles, inmensa gloria. Si, por azar, otros autores la han recogido, suplico a los amables lectores que comparen sus interpretaciones con las mías. También les imploro que, al leer estas, no suelten demasiadas carcajadas. A veces las comparaciones son odiosas. En esta ocasión, no.

Escribió la referencia el médico que ayudó a Su Excelencia el Jefe del Estado (SEJE) a recuperar la movilidad de su mano izquierda tras el accidente que sufrió en enero de 1961. Como es sabido, le había explotado la escopeta con que cazaba. Aquí me permitiré entrar en el episodio con cierto cuidado, no sea que después de todo hubiera sido un camelo del médico. Sin embargo, hay que lidiar con lo que existe, confiando en que tal vez aparezca algua prueba adicional. Quizá la familia pueda aportar sus conocimientos, como ya intentó hacer la duquesa de Franco de cara a los grandes biógrafos de su querido padre.

La circunstancia en que Franco se explayó en 1961 sobre lo que había pasado, según él, en el combate de El Biutz la deparó una de las muchas conversaciones que, sobre asuntos diversos de la actualidad, del pasado, de sus experiencias y de sus actuaciones, tuvo con el traumatólogo que le atendía. El Dr. Ramón Soriano Garcés, tal era, ni que decir tiene que debió de ser elegido gracias a su valía y profesionalidad. De su probidad y honestidad jamás se me ocurriría dudar salvo demostración en contrario.

En un momento de los ejercicios que debía hacer bajo el cuidado y la supervisión del médico, Franco aludió a sus experiencias en Marruecos. También lo hizo en otras ocasiones durante la recuperación. En el caso que aquí interesa, el tema surgió por azar, con motivo de su recuerdo de un comandante (sic) que pereció en el desastre de Annual y a quien se concedió la Cruz Laureada a título póstumo (SEJE no mencionó su nombre, pero ya diremos en una futura entrega de quién se trataba: se la hubiese merecido en El Biutz, pero no se la dieron). Franco se entusiasmó con el relato y, según escribió después el Dr. Soriano Garcés, introdujo su comportamiento en aquel episodio bélico de una manera que puede parecer un tanto displicente.

Como todo en la vida, hay Medallas Militares que se han merecido una Laureada y que por no reclamarla o “moverla” se han quedado sin ella, mientras que otros más activos la han logrado”.

Confío en que los lectores detecten un cierto tufillo de (¿sana?) envidia. Desde luego, reconozco que mis conocimientos en historia de las Grandes Cruces y Cruces Laureadas de San Fernando son limitados y que tampoco he invertido tiempo en profundizar. Imagino que un héroe podía ser condecorado con una Laureada y no tener la Medalla Militar o viceversa. Existen casos que así lo corroboran. Franco quizá pensaba en su propia medallita que ganó en circunstancias no demasiado esclarecidas en su hoja de servicios, ni en la publicada ni en la no publicada.

Para demostrar, una vez más, que SEJE terminó creyéndose sus propias mentiras (como ya había hecho probablemente con Arrarás) me remito al testimonio del Dr. Soriano Garcés (La mano izquierda de Franco, Planeta, Barcelona, 1981, pp. 141sLa mano izquierda de Franco). El lector tiene que imaginarse la escena con el glorioso Caudillo haciendo los ejercicios necesarios para recuperar el pleno uso de la mano.

Presentándose como “modesto” adalid de la gloriosa gesta española en las agrestes tierras marroquíes, Franco comentó al médico su propio caso. Reproduzco lo que dejó para la posteridad el ilustre galeno. Mis comentarios van al final de la presente entrega, con el fin de no interrumpir la transcripción.

“A mí estuvieron a punto de concedérmela en Marruecos (1); pero la perdí por una torpeza del médico militar (2). Fuimos copados por los moros en un desfiladero, donde cayeron once oficiales de los quince que íbamos (3). Yo recibí un balazo en el hígado (sic), pero a pesar de ello continué dando órdenes y dirigiendo las operaciones desde la camilla (4). Pasó un médico militar a quien pedí que me atendiera (5). Me contestó que antes era el coronel de su Regimiento (6). Entonces, mandé al asistente que me cargara la pistola (7) y al siguiente médico que pasó (doctor Cuevas me parece recordar que se llamaba (8) lo hice frenar en seco. Era un buen amigo (9). Me atendió. No obstante, tardé diez días (10) en ser evacuado al Hospital, adonde llegué con la satisfacción de haber logrado sacar a las tropas del desfiladero y copar a los moros (11). Pues bien: en el expediente contradictorio que se formó, el médico, creyendo que me favorecería, manifestó que yo me hallaba muy grave, al borde del colapso, lo cual no era verdad pues en ningún momento perdí el conocimiento (12). Entonces el fiscal dijo que difícilmente podría dirigir las operaciones hallándome en aquel trance, por lo que me denegaron la Laureada. El médico, que era buena persona, se tiraba de los pelos (13)”.

Es obvio que el relato anterior tiene muy poco que ver con los hechos. ¿Alucinaba ya Franco? ¿Quiso impresionar al médico? Cabría, quizá, explicarlo por dos razones. La primera porque el Dr. Soriano Garcés —que no registró en sus recuerdos ningún comentario— entendió mal a su exaltado paciente. La segunda, porque Franco había transfigurado totalmente el incidente. Quizá se trató del resultado de algún proceso psicológico profundo que podrían estudiar los especialistas. El caso es que “soltó” al traumatólogo una barbaridad de desfiladero.

En el segundo supuesto, que históricamente es el más significativo, la pregunta del millón es ¿por qué? La respuesta es, para mí, límpida: Franco fue un adicto a presentar sus deseos como le hubiera gustado que hubiesen sido en realidad, no como fueron las cosas. En el plano personal, tal vez disculpable. Lo notable es que también lo aplicó en el plano histórico e indujo a sus numerosos “pelotas” a que le hicieran caso no solo en lo que a sus circunstancias personales se refiere (casos de su padre, sus hermanos Nicolás y Ramón, etc.) sino también en cuanto a la interpretación que dio a los hechos históricos —numerosos— en los cuales le tocó participar. Por ejemplo, la Guerra Civil, sus orígenes, sus fines, sus víctimas, empezando por el general Balmes; su aportación a la conspiración; su estrategia y sus tácticas; su aplicación del Franco (Führer) prinzip; la forma en que lidió con Hitler y fue acumulando una fortunita muy respetable, etc. etc. Son temas que he estudiado algo.

Obsérvese, además, que Franco no hizo la menor alusión a las “pelas” que tantos historiadores dijeron que llevaba, si no a cuestas por lo menos en sus abultados bolsillos (aunque la cartera quizá no hubiese cabido en ellos). A este respecto, confieso no haber encontrado constancia de en qué clase de billetes se pagaba a los Regulares. Imagino que no sería en los de 100 pesetas (200 unidades) sino en denominaciones menores (50, 25, 5). Esto habría hinchado aún más sus amplias faltriqueras, ya que descarto la mochila. En cualquier caso, no es nada anormal que en 1961 se hubiera olvidado de la trola que “coló” a Arrarás. Los embustes tienen vida corta. Tampoco he podido identificar los sueldos de los soldados y oficiales de las tropas indígenas en 1916. El tabor que mandaba Franco no tendría más de 120 hombres, aunque se admiten otros cálculos.

En lo que se refiere a la descripción de su actuación en El Biutz, parece obvio que en 1961 a Franco también se le habían olvidado sus mentiras de antaño y que las sustituyó por otras más modernas y apropiadas, quizá, para un galeno a quien tal vez gustasen las películas del Oeste. Si, como se admite generalmente, muchos años después de haberse restablecido de su lesión en la mano izquierda habló con Hills y leyó la biografía que de él había escrito, es obvio que se calló de nuevo como un muerto en la referencia al vil papel. En el choque entre la realidad y la fantasía, más vale esta última si de ella puede sacarse más y mejor provecho, aunque sea autoconcedido.

Alternativamente, quizá en ocasiones importantes para su trayectoria Franco se creyó lo que iba inventando, bien sobre la marcha o a posteriori. Este síndrome también estará, imagino, identificado. Desde luego se aplica a un tema mucho más importante: su autoafirmado papel (presentado como fundamental) en la conspiración de 1936. Sobrevive todavía hoy y, si no, que se lo pregunten a alguno de los periodistas que se lo ha creído en una obra relativamente reciente.

(continuará)

  (1) Se refiere a la Laureada.

(2) Primera noticia.

(3) Invento total. Quizá Franco, tras haber visto millares de películas y entre ellas muchas del Oeste, confundió los Regulares con el 7º de la U.S. Cavalry.

(4) Escena totalmente imaginada, con independencia de que ni la herida fue en el hígado ni la escena del desfiladero tuvo la menor relación con la realidad. Ya se le había olvidado que no se trataba de un desfiladero sino de tomar, supuestamente con las “pelas” a cuesta, una loma en fiero combate cuerpo a cuerpo.

(5) Ibid. Probablemente quiso insinuar que el médico “pasaba por allí”, como cuando se va a una verbena, solo que imaginó un desfiladero en el que llovían tiros, supongo que desde las alturas y no desde enfrente de la columna de avance.

(6) Que sepamos, al coronel no le pasó nada, pero la inventada respuesta del médico sería lógica: donde hay coronel no manda capitán.

(7) Detalle muy importante, aunque también inventado. Así podemos colegir tal vez que, en lugar de un fusil, Franco había llevado una pistola al entrar en combate, lo cual era más lógico. ¿Para qué quiso entonces un arma larga, según contó a Arrarás y han repetido innumerables historiadores?

(8) Pues no. No se llamaba así.

(9) Dicho nombre no aparece en ningún papel relacionado con la acción. Tampoco figura entre los médicos que quizá quisieron confundir a la Superioridad, echando una manita al malherido, según hemos expuesto en una entrega anterior. De la supuesta amistad entre el galeno y Franco en 1916 no hemos encontrado la menor constancia.

(10) ¿Significa eso que permaneció en el hospital de sangre Kudia (o Cudia) Federico diez días?

(11Tupé à gogo o condición de gagá. El lector, sin duda, llegará a sus propias conclusionesà gogo.

(12) Algo de esto es lo único que fue cierto. La descripción de lo que pasó se verá en una próxima entrega.

(13) Falso de toda falsedad. El subrayado es de servidor.

Franco y la cruz laureada de San Fernando (8/17): Algunos 'detallitos' del crucial ascenso a comandante

*Esta serie está dedicada a la memoria del Dr. Miguel Ull y de mi primo hermano, Cecilio Yusta, fallecidos a causa de la pandemia, que me ayudaron a desentrañar el primer asesinato de Franco, en la persona del general Amado Balmes.

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Ángel Viñas es economista e historiador especializado en la Guerra Civil y el franquismo.

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