Los libros

Siempre en pendiente

Contradiós, de Salvador Perpiñá.

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Hace cuatro años el guionista Salvador Perpiñá (Pelotas, Periodistas, Isabel y otras muchas series) se lanzó al relato e hizo debut con Prácticas de tiro (Cuadernos del vigía 2014), libro al que calificar como prometedor fue un adjetivo que se le quedó muy corto. Nos topamos en aquella ocasión con una voz narrativa característica y formada, poderosa, lapidaria y emocional. Ahora llega de mano de la misma editorial Contradiós —así todo seguido—, nueva colección de relatos que viene a ser clara confirmación, pues amplifica aquella voz y nos obsequia una serie de relatos que difícilmente olvidaremos. Contradiós es una sucesión de hechos que sufren personajes contrariados por la realidad, seres siempre en pendiente y mirando hacia abajo, desatentos a la brusca caída a la que se enfrentan.

La voz de Salvador Perpiñá es reconocible por dos aspectos: una madurez solemne y una ironía finísima. Hay ecos coloquiales junto a vigorosas descripciones, potentes adjetivos con composiciones castizas. Pero si algo destaca es la fuerza de los sentidos, que como torrentera cruza la obra del autor: las sensaciones es una piedra angular de la narración, sojuzga al lector en párrafos muy  espléndidos y lo deja rodeado por una explosión de sensualidad. Se adjetiva y describe, sobre todo, el paisaje; aunque también el personaje tierno, ingrato y sentimental. Los paisajes son reconocibles en nuestras latitudes, hay un eco mediterráneo: urbanizaciones abandonadas en invierno, merenderos, cañaverales, playas al amanecer, el mar al fondo en más de una narración, calles comerciales de ciudad mediana cuyos escaparates devuelven la infortunada figura de los viandantes solitarios en la noche. Para los habitantes de la ciudad mediana habrá más claves: pastelerías con dobles apellidos, barrios con todos los nombres de sus calles conformando familia léxica, casas de ricos a donde los pobres solo acuden para arreglar tuberías o entretener con cuatro trucos rancios de mago o triste clown, saloncitos con vino español, consultas anticuadas de un padre médico que huelen a metal o a legajo de notaría provincial de un padre muerto. Para los lectores que conocen Granada hay una tercera capa de comprensión, que no es imprescindible, pero a veces sonroja y otras veces inquieta.

En Contradiós, aparentemente, los sucesos no son trascendentes, solo son pequeños hechos de la cotidianeidad, fiestas de cumpleaños, encuentros fortuitos de desconocidos o de viejos conocidos, tardes pegajosas de verano, decisiones erróneas en momentos inadecuados. Como los personajes de Contradiós todos demandamos misericordia alguna vez: también le ha ocurrido a usted lector. A usted, si es alma triste y neutra como Cecilio Catena; a usted, si es ahora algo muy diferente a lo que se barruntaba a los 18 años, como Mercedes; a usted, si es un Hyde en redes sociales como Jacinto abofeteado; a usted, si quiso hacer una buena obra y se topó con la plomiza presencia del artista fracasado, como le ocurre a Marcos, amigo del autor; a usted, que contó lo que no debía, que se chivó (¿quién no se ha chivado alguna vez?), como Rodolfo, carne de reality; a usted que aguantó la vergüenza –diga bullying— en el patio de colegio o en unas vacaciones de verano que alguien se empeña en recordar como maravillosas. De la miseria del elenco de personajes de Contradiós ninguno nos salvamos, porque en alguno de ellos, obligadamente, hay un leve reflejo de nosotros mismos. Sin remedio.

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En los últimos relatos del libro, queremos apreciar –por empeño y devoción— que se vislumbra una luz al fondo, una lucecita en el mar nocturno, un adelanto de lo que está por llegar: más cuentos, más espejos donde mirarnos y compadecernos, cuentos que nos salvan.

*Alfonso Salazar es escritor.Alfonso Salazar

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