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Envidia de Atapuerca y otras cuevas luminosas

Raquel Martos nueva.

He cumplido uno de esos sueños alcanzables que, por culpa de esta velocidad sinsentido a la que nos hemos entregado los homo sapiens, había convertido –estúpidamente– en imposible. Por fin, visité las excavaciones de Atapuerca.

Los yacimientos de la sierra burgalesa, referente mundial, son ese fascinante lugar donde nuestra memoria remota está más viva que muchos de nosotros. Al timón, rumbo al conocimiento, tres capitanes: Arsuaga, Bermúdez de Castro y Carbonell, el A,B,C de un proyecto fascinante.

José María Bermúdez de Castro y Eudald Carbonell junto a Raquel Martos, en la entrada de los Yacimientos de Atapuerca.

Los tres estudiosos, de reconocimiento internacional, codirigen el proyecto Atapuerca desde que en 1991 se jubilara el paleontólogo Emiliano Aguirre, aquel que apostó por estudiar a fondo la zona a partir del hallazgo de restos humanos en la Sima de los Huesos. Algún día, serán ellos quienes pasen el testigo a otros u otras, que continuarán marcando el camino desde la Trinchera de Ferrocarril. Ese trayecto por la investigación que va añadiendo eslabones valiosísimos a la cadena del saber, el que nos recuerda quiénes éramos para que entendamos, un poco mejor, quiénes somos…

En la Sima del Elefante, Cueva fantasma, Complejo Galería, Gran Dolina, Cueva Mayor y resto de yacimientos de la sierra, descansan los restos, los rastros, las huellas de quienes nos precedieron en el paso por el mundo. Y junto a ellos, en la búsqueda incesante de las piezas del puzle evolutivo, un equipo de especialistas en treinta disciplinas diferentes con algo poderoso en común: la pasión.

Porque es tan descarada como contagiosa la pasión que proyectan los profesionales y estudiosos a los que pude conocer, escuchar u observar. Desde Sara Alonso, la guía de la Fundación Atapuerca, que me acompañó en un paseo cautivador sobre el terreno, a Marcos Terradillos, profesor y científico divulgador de la universidad Isabel I, que me explicó, con meridiana claridad, algunos detalles de la Cueva Fantasma.

Desde Rodrigo de la Muñoza, educador MEH, que me presentó a Miguelón “en persona” –como parte de una explicación interesantísima en el Museo de la Evolución– hasta los tres sabios: Juan Luis Arsuaga, José María Bermúdez de Castro y Eudald Carbonell.

Y mientras yo caminaba por la Prehistoria, con los ojos como platos, a pie de yacimiento todo un equipazo de personas que pasan una parte importante de su verano excavando –gratis– bajo el sol, en el intento de rescatar para la humanidad los recuerdos de “los abuelos”, como llama Juan José Millás a nuestros antecesores de hace miles de años.

El motivo principal de mi visita era una invitación del periodista Antonio Mencía para charlar con el profesor Juan Luis Arsuaga sobre mi última novela. Qué mejor pareja de baile para conversar de Los sabores perdidos que aquel que se deja la vida en encontrar, en hallar, en recuperar nuestra memoria colectiva como especie y que además adora tanto como yo el placer de poner a prueba el gusto, ese sentido alojado en el hipocampo que ejerce sobre nosotros un enorme poder evocador.

Charla entre Raquel Martos y Juan Luis Arsuaga en el Museo de la Evolución Humana.

Si la conversación con Arsuaga fue deliciosa –un lujo que me guardo para siempre en favoritos–, de aquel paseo por Burgos, tan intenso –dos días con apariencia de años– me traje algunos otros regalos de inmenso valor. Por ejemplo, conocer la catedral de Burgos, joya del gótico, que acaba de cumplir ocho siglos, a través de la mirada de otro apasionado, el guía oficial Santiago Paniego.

Imagen de la Catedral de Burgos.

Imagen de la Catedral de Burgos iluminada.

Y como postre de un recorrido cultural, científico y emocional inolvidable, pude probar los sabores de quien, atraído por el imán irresistible de Atapuerca, excava en los yacimientos de la cocina tradicional y evoluciona, con las tecnologías más avanzadas, en la construcción de su proyecto gastronómico presente y futuro. Otro apasionado, el cocinero Miguel Cobo.

… La luz en un agujero negro

… La luz en un agujero negro

Saben los lectores habituales que soy defensora apasionada de la pasión, motor del mundo. Y cuando ésta mueve a los seres humanos hacia el estudio, el trabajo, la creatividad, el conocimiento, la ciencia y la cultura, su influjo para dotar de sentido a la vida es formidable.

En días tan oscuros, tan confinados como andamos en asuntos que aportan poco a nuestra felicidad y con ese empeño de algunos en la involución humana, qué gustazo da encontrarse con homo sapiens apasionados que abren puertas para todos nosotros. ¡ Y qué envidia aquellos que viven la mayor parte de su día en cuevas mucho más luminosas que la superficie!

Nota de la autora: enlace a la charla completa con Juan Luis Arsuaga en el Museo de la Evolución Humana.

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