Rumbo al 10 de noviembre

España se instala en el vértigo: causas y vías de salida a la mala digestión del multipartidismo

Pablo Iglesias se dirige a la tribuna del Congreso. Al fondo, Pedro Sánchez y Carmen Calvo.

España se ha instalado en la inestabilidad. El frenesí dura ya cerca de cuatro años y no se puede garantizar un fin próximo. Donde podría haber diálogo, entendimiento o acuerdo, hay bloqueo, líneas rojas y exclusiones. La dinámica política está enredada en una infructuosa lucha de poder que posterga los desafíos urgentes: la crisis que asoma a la vuelta de la esquina, la desestabilización del proyecto europeo por el Brexit, las pensiones, la precariedad, la digitalización de la economía, la revolución tecnológica, el clima, la inmigración... La crisis territorial desencadenada por el procés sigue ahí, en riesgo de erupción por la inminente sentencia. Ha emergido la ultraderecha, y con ella una agenda que resquebraja consensos básicos: violencia de género, España autonómica, una mínima cortesía en las formas políticas, un respeto por la memoria de las víctimas del franquismo y la dignidad de sus familiares. El legado del 15-M se diría enterrado. Los indicadores de desafección política están disparados. Las cuentas públicas se dirigen a 2020 con los presupuestos aprobados en 2018 con el PP en el Gobierno. ¿Reformar la Administración pública, la financiación autonómica, la Constitución? Eso son quimeras. No hay espacio político que no esté saturado de crispación y frentismo. El electoralismo –como ha apuntado el filósofo Daniel Innenarity– ha poseído toda la dinámica política española. En privado, todos en el mundillo político parecen conscientes y avergonzados. Pero a la hora de la verdad, vamos de nuevo a elecciones. Así es: enfilamos las cuartas elecciones generales en cuatro años, las segundas en 2019.

Hay que remontarse a 1872 para encontrar otras dos elecciones generales en un mismo año natural en España. Los politólogos Ignacio Molina y José Rama Caamaño recordaban en Twitter esta semana casos en países vecinos de dos elecciones en menos de doce meses. Y resulta que los hay. No son tan raros. Desde 1974, rescataban 15 casos, entre Reino Unido en 1974 e Israel en 2019, pasando por Dinamarca (1988), Liechtenstein (1993), Holanda (2003) e Islandia (2017), entre otros. Ahora bien, lo de España es caso aparte. Es la segunda vez que saca las urnas dos veces en menos de 12 meses, ya que hay que recordar que las elecciones de 2016 ya fueron menos de 12 meses después que las de 2015. ¿Y lo de celebrar cuatro elecciones en cuatro años? "Eso es único", afirma en conversación con infoLibre José Rama Caamaño, especialista en populismos, nuevos partidos y sistemas de partidos en Europa.

"Ha habido cambios muy profundos en el mundo. La digitalización y la globalización han alterado las relaciones de trabajo. Y eso cambia a los votantes y la forma de dirigirse a ellos. Todo esto ha cristalizado en una crisis política, no sólo en España. Ha afectado a los sistemas políticos de Francia, Reino Unido, Italia, Austria, Grecia... Las configuraciones ahora son más más polarizadas, más extremas, más inestables...", reflexiona. Y a pesar de todo, a pesar de que es un fenómeno global, recuerda que lo de España –cuatro elecciones en cuatro años– es "único". Incluso a la Grecia de finales de los 80 y principios de los 90, que celebró tres elecciones, la hemos superado.

Camino de 500 días en funciones en cuatro años

Antes de buscar los porqués de la mala digestión del multipartidismo en España, toca un repaso de los acontecimientos. Tomemos como referencia del inicio de las turbulencias las generales del 20 de diciembre de 2015. Los dos grandes sostenes del bipartidismo, PP y PSOE, pasan esa noche del 73,36% de las papeletas al 50,71%. Irrumpen dos nuevos partidos, Podemos y Cs, con marchamo de transversalidad y ambición de liderazgo político. A pesar de que el PP es el partido más votado, es Pedro Sánchez el candidato. El líder socialista logra un acuerdo con Cs, pero no consigue el apoyo de Podemos. Repetición electoral en junio de 2016. El bipartidismo recupera algo de terreno. Para la investidura de Rajoy acaba siendo imprescindible la abstención del PSOE. Pero Sánchez, pese al asedio de sus barones –o debido a este–, se la niega. Es descabalgado de la secretaría general. El grupo socialista, dividido, se acaba absteniendo. Rajoy es investido presidente el 30 de octubre tras 316 días de gobierno en funciones.

Sánchez regresa en mayo de 2017 a la secretaría general del PSOE tras una campaña –puño en alto y cantando La Internacional– en la que promete una oposición frontal al PP. Su victoria se interpreta como las de las bases más izquierdistas frente al establishment del partido encarnado por Susana Díaz. Un año después, Sánchez conquista la presidencia tras una moción de censura a Rajoy, tocado por una sentencia sobre la corrupción en el PP. Es la primera moción de censura con éxito de la democracia española. Otro hito. Sale adelante con el apoyo de Unidas Podemos, que de hecho es clave en la cocina de la moción, así como de PDeCAT y ERC, dos partidos enfrascados en un proyecto secesionista unilateral con graves implicaciones penales. La mayoría que sostiene a Sánchez es frágil, las exigencias de los independentistas son inaceptables para el PSOE y su gobierno no dura. Vamos a las terceras elecciones.

A los comicios del 28 de abril concurre la derecha más dividida que nunca: PP, liderado desde el verano de 2018 por Pablo Casado, joven neoliberal admirador de José María Aznar y Esperanza Aguirre; Cs, que ha renunciado su condición de bisagra para adscribirse al bloque de la derecha trazando una línea roja ante el PSOE y abriéndose a pactos con la ultraderecha; y Vox, clave para quebrar en Andalucía por primera vez en casi 40 años la mayoría de izquierdas. Esta competición en el campo conservador radicaliza sus posiciones, lo cual facilita a Sánchez una campaña basada en el voto útil. El PSOE gana con el 28,67% del voto. La fragmentación de la derecha deja al segundo, el PP, en un 16,69%. La diferencia en escaños es amplia: 123 a 66. El viejo bipartidismo se queda por primera vez por debajo de la barrera de los 50 puntos: 45,36.

La noche electoral apenas se maneja la idea de una repetición. Con una victoria tan clara del PSOE, parece que hay opciones para evitarla. Pero desde el 28 de abril hasta hoy se van cerrando todas las puertas, haciéndose evidente que no por clara la victoria del PSOE era suficiente. Ni PP ni Cs, en el campo conservador, acceden a abstenerse. Unidas Podemos, que sacrificó a Iglesias durante unas negociaciones a trompicones, le niega el apoyo a Sánchez en el pleno de investidura de julio, tras una oferta de coalición del PSOE juzgada como insuficiente. El líder socialista cierra tras ese fiasco la puerta a un gobierno compartido, requisito exigido por Unidas Podemos para un voto favorable.

Así que habrá elecciones el 10 de noviembre, en las que repetirán los candidatos de los cinco principales partidos estatales. Es previsible la irrupción de una sexta fuerza, la liderada por Iñigo Errejón en Madrid. Conclusión: aunque al sistema le está costando digerir el multipartidismo, nada detiene el proceso de atomización.

Para cuando haya que votar de nuevo, el Gobierno llevará 195 días en funciones. Sumando los días de Rajoy, habrán pasado ya más de 500 en menos de cuatro años. Lo dicho: España se ha instalado en el vértigo.

infoLibre pregunta por las causas y por perspectivas de salida.

Inexperiencia y élites nuevas

¿Por qué tanta inestabilidad y bloqueo? ¿Qué ha pasado? ¿Falta cultura de pacto? Cristina Monge, profesora de Sociología en la Universidad de Zaragoza, tiene sus dudas. "Es muy matizable. En las comunidades y los ayuntamientos sí que hay pactos y son los mismos partidos", dice. En efecto, de las 17 comunidades, en diez ha habido o hay coaliciones entre el PSOE y partidos a su izquierda [ver aquí un informe detallado]. ¿Entonces? ¿Qué pasa a nivel estatal? Monge se resiste a aceptar la existencia de causas estructurales que impidan una digestión más ligera del multipartidismo. Cree que no hay problemas culturales ni de valores políticos, sino de "inexperiencia". Afirma que tanto en el PSOE como en Unidas Podemos ha habido "errores de cálculo y estrategia" negociadora, a los que se suma una nula sintonía entre líderes.

Eso en cuanto al pasado inmediato. Mirando más atrás, al periodo convulso iniciado en 2015, lanza un diagnóstico más complejo, pero acaba volviendo al mismo punto: la falta de experiencia en las lides multipartidistas: "En España hemos tenido un bipartidismo imperfecto hasta 2015. Cuando eso ha saltado por los aires, se ha producido una regeneración de las élites.élites Eso explica que haya tantos errores. Hay un problema de falta de aprendizaje. Ni hemos estado antes en esta situación ni ellos saben cómo hacerlo. Gran parte del problema viene de la falta de antecedentes", señala Monge, para quien hay otro dato, puramente factual, que viene determinando esta permanente inestabilidad: no ha habido mayorías absolutas de un bloque –sea izquierda o derecha– que permitan sumar sin necesidad de incorporar o bien a alguien del campo ideológico opuesto o bien del terreno independentista (con el coste que eso supone).

Coincide con Monge su colega José Rama Caamaño, que añade: "Se nota mucho que a nivel estatal no estamos acostumbrados a gobiernos de coalición. Sólo ha habido fórmulas de acuerdo parlamentario. Es más, se han visto graves deficiencias en la comprensión de lo que es un gobierno de coalición". Pone como ejemplo el deseo de Pablo Iglesias de controlar una parte del Gobierno, o los vetos explícitos de Sánchez.

Líderes enrocados

Aunque es obvio, no está de más recordarlo: la inestabilidad sería previsiblemente menor si hubiera una mayoría PP-Cs-Vox o PSOE-Unidas Podemos. Pero no la hay. Las únicas mayorías con sólo dos partidos que ha habido desde 2015 han sido las que suman PP y PSOE –que siempre se han negado a pactar porque eso obligaría al más débil de los dos a aceptar su pérdida de condición de alternativa– y ahora PSOE y Cs. En este terreno de falta de mayorías sencillas, los líderes políticos han optado por posiciones poco flexibles. Tampoco es un fenómeno exclusivamente español. Y tiene una lógica detrás. El auge de las redes sociales parece fomentar las cámaras de eco y la polarización. Electoralmente el término en boga es "volatilidad". Un botón de muestra. En el invierno de 2017-2018 se manejaba en las tertulias la hipótesis de un Albert Rivera presidente. Hoy Cs está en crisis orgánica, ideológica y hasta existencia. Es decir, nada perdura. Un error estratégico puede hundir a un partido. En este terreno tan incierto, los líderes buscan un suelo en el que apoyarse. Y el suelo es más fácil de encontrar en la confrontación. Hay poco riesgo, poca cesión, poca autocrítica. En caso de crisis, la estrategia se valida de forma plebiscitaria ante las bases. Son rasgos típicos de los nuevos tiempos.

El catedrático de Ciencia Política Víctor Lapuente no tiene dudas a la hora de vincular esta inestabilidad crónica con los "hiperliderazgos". "Aunque no soy mucho de darle demasiada importancia a los liderazgos, creo que aquí la tienen. Todos se han enrocado mucho en un entorno multipartidista donde necesitas no ir tan atado de pies y manos". Y añade: "En paralelo al paso del bipartidismo al multipartidismo, se ha producido otro fenómeno muy importante, que ha sido la concentración de poder en los líderes de los partidos". La foto final es esta: líderes con tanto poder con miedo a dar un paso en falso que hacen política con un ojo –un ojo y medio, quizás– en las encuestas.

Aunque Lapuente incide en que la inestabilidad española se inserta en fenómenos globales –entre ellos los mencionados dos párrafos más arriba–, no desdeña la importancia de elementos como la excesiva sujeción al tacticismo. Con las dinámicas electorales marcadas por la volatilidad, es frecuente que los líderes se parapeten tras argumentarios, relatos y tácticas semanales, diseñadas junto a colaboradores profesionales, cuyo criterio electoralista sustituye a la inteligencia colectiva que se le presupone a los partidos políticos. "Lo de los asesores –dice– es un tema capital".

Lapuente recuerda además que, aunque en apariencia calmado, el volcán del procés sigue calentando desde la base la política española y dificultando la normalidad. Y añade, en consonancia con Cristina Monge, que falta experiencia en armar gobiernos de coalición, trabar entendimiento con el adversario de tu terreno electoral, definir acuerdos y desacuerdos para trabajar en común... "Es cuestión de tiempo", dice.

El imposible regreso al pasado

En los diagnósticos de los distintos partidos sobre los porqués del continuo bloqueo y el frecuente recurso a las urnas hay una diferencia que no viene determinada ideológicamente, sino en clave generacional. Los dirigentes de los partidos nuevos, Cs y Podemos, se muestran convencidos de que PSOE y PP, aparentes adversarios íntimamente ligados por su condición de haz y envés de un mismo sistema de reparto de poder, conspiran para frenar a los emergentes y restaurar el bipartidismo. Los líderes de las formaciones históricas, PSOE y PP, atribuyen a naranjas y morados una obsesión tal por disputar la hegemonía de los bloques derecho e izquierdo, respectivamente, que les ha llevado a convertir a sus vecinos ideológicos en enemigos a batir y a sacrificar cualquier pacto por sus aspiraciones electorales. Los líderes de los partidos viejos acusan a los nuevos de haberse desentendido del legado de pacto y estabilidad de la Transición, y estos responden que son los partidos antiguos los que confunden pacto con sometimiento y estabilidad con conformismo. Esta tensión –que se diluye en el ámbito autonómico y local, donde el entendimiento es frecuente– va a estar presente en la precampaña y campaña electoral. Sobre todo en la izquierda. Pablo Iglesias y los suyos acusan ya al PSOE de haber forzado elecciones para restaurar el orden bipartidista.

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¿Es posible un regreso al bipartidismo? José Rama Caamaño tiene claro que no, al menos no en el formato antes conocido. "Los propios líderes de los partidos lo tienen asumido", dice. Con los datos en la mano, cuesta creer en un regreso al bipartidismo. Incluso en horas bajas, Unidas Podemos no parece un azucarillo en disolución. Ninguna encuesta augura su irrelevancia, ni la de Ciudadanos. En cuanto al partido naranja, baste decir que el barómetro del CIS de julio lo coloca por delante del PP en intención de voto en todas las franjas de edad entre 18 y 54 años. De 18 a 24, Cs cosecha en la encuesta un 12,6%, por un 4,5% el PP. Por mucho que actúe el tan nombrado efecto bandwagon, según el cual el partido más potente de cada bloque se beneficia de un arrastre electoral en segundas vueltas, Ciudadanos no parece presentar los números de una formación en riesgo de desaparición.

El politólogo Pablo Simón no ve posibilidad de regreso al bipartidismo, aunque sí de que haya un repunte del porcentaje que acumulan PSOE y PP. "Hay mucho margen", recuerda, "entre la situación actual y como estábamos en 2008 [83,81% de voto bipartidista]". En cuanto a las causas de la inestabilidad y los bloqueos, hace especial hincapié en que el partido que en teoría más margen tenía para pactar a izquierda y derecha y romper la dinámica de bloque, Cs, se ha decidido por un bloque.

"En términos de negociación", dice, "se ha interpretado que el acuerdo tiene un coste alto porque se busca el liderazgo en los bloques". Resultado: "No hay partidos bisagra". ¿Los habrá tras el 10-N? Es difícil decirlo. Lo seguro es que el PSOE ha sido el primero en lanzar su campaña, basada –señala Simón– en la idea de que es el único partido que garantiza salir de esta espiral de inestabilidad. La pretensión de Sánchez es emerger como líder centrado y tranquilizador en medio de un escenario convulso. Víctor Lapuente recuerda que eso pretendió Matteo Renzi en 2016 con su referéndum para una reforma constitucional. Lo perdió y dimitió.

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