La defensa de las libertades es una obligación actual en España y en todo el mundo. Y ahí no caben delirios, desahogos ni torpezas. Porque los enemigos de la libertad no se van a limitar a quemar contenedores ni a reventar redacciones de periódicos o cajeros de bancos.
El conflicto territorial en Cataluña sigue siendo el protagonista de su vida política. Aunque las preocupaciones de los catalanes en estos momentos giran más en torno a la pandemia y la crisis, el eje territorial no ha dejado de ser fundamental.
Hay cosas que se pueden hacer ya: no obviar su existencia, no permitir que se sitúen fuera del sistema como salvadores de un pueblo de cuyas esencias se erigen en representantes, desmentir sus falsedades, y, por supuesto, no jugar con ellos dándoles jabón para, de paso, debilitar a tu adversario.
Son momentos críticos y definitivos para evitar que una nueva pandemia, la de la corrupción, acabe confluyendo con todas las que ya existen y amplifique los efectos de la sindemia.
¿Qué sale mejor: alargar la agonía de contagios para mantener a esa parte de la hostelería que aún sobrevive con respiración asistida, o cerrar a cal y canto un periodo de tiempo determinado e indemnizar convenientemente? Y quien dice hostelería, dice otros muchos sectores.
El veneno que se ha ido inoculando en la sociedad estadounidense durante años -no sólo estos cuatro últimos- no se extirpará con la huida de Trump de Washington.
Como los paisajes que estos días contemplamos, negro sobre blanco, el año se estrena mostrándonos el resultado de los caminos que hemos transitado.
Se está perdiendo la oportunidad de gestionar la pandemia desde el conocimiento del territorio y articular al mismo tiempo foros de cooperación y aprendizaje colectivo.
Podemos ver ya la luz al final del túnel, cierto, pero sabemos que queda un tramo enorme por recorrer y que en cualquier momento la salida se puede cegar ante mutaciones disruptivas u otras sorpresas del destino.
El Estado, tras décadas perdiendo terreno, revive como un actor político de primer orden. Ahora bien, un Estado fuerte puede ser una garantía para la democracia o el mayor de sus peligros.
¿Y si aprovechamos esta pandemia para, dentro del horror, al menos, intentar entender un poco mejor lo que la ciencia puede aportar?
La España pandémica ahonda su desconfianza en las instituciones y entidades relevantes, alcanzando incluso a sectores, como la sanidad o los organismos científicos, que hasta ahora venían saliendo bien parados en los rankings de confianza.
74 millones de norteamericanos han depositado su voto en un candidato que lleva cuatro años mostrando su más absoluto desprecio por la democracia. Son 11 millones más que en 2016.
Si no fuera porque son piezas esenciales para la democracia, no dejaría de ser una forma de organización política más que atraviesa un proceso degenerativo camino de la extinción. Pero ojo: sus crisis son las de todo el sistema.
Romper estos techos de cristal requiere del compromiso de todos y de todas: tanto de los hombres como de las mujeres, que debemos empujar para que así sea y trabajar en red para visibilizarnos.
Bienvenidos sean los debates sobre el papel de los medios de comunicación ante las mentiras o la forma de gestionar las fake news. Pero hay algo mucho más básico: la educación de nuestros estudiantes y su formación desde la perspectiva de la ética.
Lo que Trump inauguraba era un ciclo de populismo de extrema derecha que no tardaría en llegar a Europa de la mano de Steve Bannon, quien supo identificar bien las potencialidades de Orban en Hungría, Salvini en Italia, Farage en Reino Unido o Wilders en Holanda.
El PP necesita entender el nuevo significado que ha adquirido en la sociedad española el estado de alarma. En la actitud que tomen tienen una magnífica oportunidad de mostrar a dónde llega en la práctica ese "hasta aquí hemos llegado" con el que Casado se distanció de forma súbita de la extrema derecha.
Cuando la extrema derecha marca la agenda, la que pierde es la democracia. Esta moción de censura es la oportunidad de cambiar el paso.
Es sabido que buena parte de la estrategia de Casado viene marcada por el miedo a perder votos por su derecha. De ahí su renuncia a la moderación, que le lleva a extremar posiciones, agriar el tono y huir de cualquier tentación de acuerdo con el Ejecutivo actual.
Basta echar un vistazo a los programas de los miles de conferencias y foros, tanto virtuales como presenciales, que se han celebrado estos meses para constatar que aquel esfuerzo que se hizo a fin de alcanzar la paridad en este tipo de eventos se ha esfumado. El último escándalo es el Foro La Toja, donde de 48 panelistas tan sólo había cuatro mujeres.
La batalla contra el virus se está librando en los laboratorios y centros de investigación; pero la batalla contra la pandemia es una lucha social y política que debe ser librada en el campo de lo social, con la política como principal arma.
Resulta muy perturbador escuchar de boca del propio Gobierno autonómico madrileño que disponen de la mitad de los rastreadores necesarios, y que tardarán al menos un mes en contar con ellos.
Cuando habla de 80 años mete en la misma cesta a los gobiernos democráticos y a los que no lo fueron, y de esa forma diluye —incluso borra— la diferencia que supone estar hablando de una democracia o de un régimen dictatorial.
Estoy convencida de que la señora Arrimadas sabe perfectamente que hablar de presupuestos sin ideología es un auténtico oxímoron, una contradicción en todo su término. No hay cuentas ni cuentos que carezcan de ideología.
El tipo habitual de residencia de tamaño medio-grande, a las afueras de las ciudades, apartada del entorno habitual en el que viven los mayores y organizada pensando en las necesidades de la "institución" y no en las personas, anula la identidad de los mayores, los masifica y a la par los infantiliza.
Prácticamente nada le es ajeno a la educación, por lo que se impone una reconsideración de su papel en la sociedad. Es hora de dejar de hablar de "gasto educativo" para empezar a hablar de "inversión en educación".
Todo lo referente a la movilidad necesita de un reseteo ambicioso que tenga en cuenta los criterios de sostenibilidad ambiental y cohesión territorial.
¿Qué hacer con el sector de la construcción y los miles de puestos de trabajo que genera? Ponerlos a trabajar para el bien común creando valor.
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